Atrapados por su pasado

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Mario Delgado piensa que se puede comportar con la visión autoritaria del México de los años cincuenta. El presidente de Movimiento Regeneración Nacional asume que estamos sumergidos en un régimen perpetuo de partido dominante, en el que los ciudadanos se encuentran impedidos de conseguir la alternancia política en sus distintas instancias de representación popular y, por lo tanto, su capital como dirigente de Morena le alcanza para pasar por encima de la opinión y el trabajo de la militancia en sus lugares de origen.

Mario Delgado ha hecho de su presidencia partidista un acto permanente de simulación, pues, desde su origen, los dados cargados de opacidad se han impuesto en la gran mayoría de las designaciones de candidaturas. Con ese telón de fondo, habla de democracia mientras, en los hechos, pretende restablecer la tradición del dedazo, donde la decisión tomada desde un escritorio de la capital del país valía más que cualquier trabajo esmerado y legítimo de un liderazgo en un municipio, distrito o estado de la República.

Pero los mexicanos, a diferencia del entorno de Mario Delgado, ya no vivimos en los años 50 ni somos todos políticamente de un solo color del espectro. El país ha disfrutado de contiendas democráticas altamente competidas, los ciudadanos, desde la perspectiva local, tienen referencias distintas a las figuras nacionales y, sobre todo, exigen congruencia en la toma de decisiones públicas, más allá de cuántos votos se hayan obtenido en la última elección constitucional.

De ahí que Mario Delgado suda la gota gorda cuando le reclaman de manera reiterada la imposición y la falta de reglas claras del juego al interior de Morena; o cuando le exigen dar a conocer la metodología, preguntas y muestra de las encuestas con las que selecciona a los abanderados de su partido. Por eso, los cuestionamientos más críticos sobre su desempeño se confirman al negarse sistemáticamente a entregar una copia pública de los estudios de opinión con los que ha designado las candidaturas.

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Su problema es que le protesta la base, pero también los perfiles más reconocidos de Morena. En últimas horas, Mario Delgado fue increpado, por igual en un recorrido con la aspirante a la gubernatura de Baja California, por la imposición de candidatos; como también por Porfirio Muñoz Ledo, quien lo acusó ayer mismo de tener “bajeza moral e intelectual” al servir de “cobijo de viles títeres de grotescos haberes”, porque durante el proceso de selección interna nunca se definieron fechas, plazos ni requisitos para el registro, quedando todo a sorpresa y enojo de militantes al enterarse de decisiones ya consumadas por este dirigente de partido.

Este tipo de abuso autoritario tiene consecuencias y están, por lo regular, enmarcadas en la derrota electoral. Bien se dice que el respeto a la militancia es el criterio más importante a observar por parte de quienes ejercen labores de dirección de partido, porque, sin la proactividad de los simpatizantes, las expectativas de victoria se desvanecen durante la contienda. En años recientes, ha habido múltiples ejemplos de los altos costos para los institutos políticos cuando sus dirigentes les dan la espalda y se apropian de candidaturas, pero, por lo visto, Mario Delgado no estuvo dispuesto a aprender de esas experiencias y hoy comienza a pagar las facturas.

Quizá el ejemplo más notorio sea el de Clara Luz Flores, en Nuevo León. Desde noviembre pasado, la militancia de Morena en la entidad ya le había hecho saber a su dirigencia nacional que la rechazaban como candidata a la gubernatura por sus usos y costumbres priistas, sin embargo, Mario Delgado hizo oídos sordos y la impuso como abanderada. Hoy, la candidata naufraga en caída libre no sólo por una confianza inexistente con la militancia morenista, sino por el repudio de la ciudadanía de Nuevo León al intentarle mentir sobre su nivel de involucramiento en una secta internacional, señalada de tener vínculos con delitos de violencia de género.

Las decisiones de Mario Delgado son cuestionadas en Nuevo León como en San Luis Potosí, Baja California, Guerrero y Michoacán, entre tantas otras contiendas municipales y legislativas. Quizá lo único que los mexicanos deban reconocerle es el haber desenmascarado en tan poco tiempo la farsa democrática de Morena y contribuir, con ello, a la oportunidad de que los valores democráticos resurjan en distintos puntos del territorio nacional.

 


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