AMLO de la mano de su catecismo

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¿Por qué para Andrés Manuel López Obrador las declaraciones de bienes, fiscales y de intereses son pura simulación? No deja de sorprender que el candidato que encabeza las encuestas, que acusa corrupción por todos lados y de corrupto a todo aquel que no lo apoya, vaya contra el mayor esfuerzo social que se ha hecho en esa materia en nuestro país. Hay algo que está mal en este hombre que no puede entender que hay otros esfuerzos y otras personas que se preocupan por el país; que hay quien entiende las cosas mejor que él y quienes están dispuestos a poner de su parte sin la necesidad de un cargo público. Quizá por eso ante la crítica de Juan Pardinas (uno de los principales impulsores de la ley 3 de 3) no dudó en calificarlo de vocero de la Coparmex. Dentro de su catecismo, todo, fuera de su catecismo, nada.

Más allá de su intolerancia, AMLO es incapaz de dar claridad sobre los temas que según él más le preocupan y dañan al país. Recita parte de los diez mandamientos como si hubiera salido de la clase de catecismo: no robarás, no mentirás. En un arranque de creatividad agregó «no traicionar al pueblo». Lo anterior no implica una batalla contra la corrupción. Es correcto conducirse sin mentir y sin robar, pero ¿qué piensa el señor López Trump de una declaración de intereses? ¿Por qué le parece una simulación? Mucha de la corrupción en este país se hubiera evitado de esa manera. Son medidas preventivas también. Como él se jacta de no tener bienes, porque él no es de este mundo, no le parece importante que los demás lo hagan, a la mejor porque piensa que quienes tienen bienes han delinquido. La declaración de bienes es una fórmula básica para saber cómo entran y cómo salen del ejercicio de gobierno los funcionarios. Parece mentira que alguien que se precia de honestidad y que la usa como atributo de campaña no entienda la relevancia de estas dos declaraciones. El caso de la declaración fiscal es diferente. Se rumora, y es muy probable, que Andrés Manuel jamás haya declarado impuestos. Esa sería una razón poderosa para que él entienda como simulación hacer ese trámite. Si nunca la ha necesitado hacer en su vida, de qué va a servir tener la de otros. A la mejor piensa que el dinero cae solito y que llega porque se vende el petróleo —caro o barato, no le importa—, y piensa que vendiéndole el avión a Obama va a ganar muchísimo dinero para mantener al país. Su frase del frijol con gorgojo, sería simpática si no fuera porque encierra una visión de la vida en la que él divide ricos y pobres, buenos y malos, ángeles y demonios.

No hay esfuerzo que Andrés Manuel aplauda. Él es el hombre de la palabra y la acción. Su distancia con la ciudadanía participativa tiene que ver con su esencia —que no faceta— de predicador. Dicta su catecismo fácil de entender, sus mandamientos irrefutables que sirven para perdonar al que llega a su rebaño, o para señalar con su dedo flamígero al pagano y al fariseo. Es claro que quienes no se plieguen a sus dictados sufrirán azotes antes de ser expulsados del templo.

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