¡Adelante, enemigo…!

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Por: Diego Fernández de Cevallos

Si apenas un centenar de “maestros” atrapa, injuria y paraliza durante dos horas al mismísimo Presidente de la República y jefe del Estado mexicano (con su guardia y comitiva) y lo suelta cuando le da su real y regalada gana, se prueba, de nuevo, la peligrosa y denigrante fragilidad que él encarna y la que lo acompaña. De la dolorosa indefensión de la población, ni hablar.

Ciertamente, el susodicho habita el palacio imperial construido por Hernán Cortés que albergó a virreyes y emperadores, y que está rigurosamente custodiado por cientos de militares; ahí él se asume como el más humilde de los humildes, y dice: “el que nada debe nada teme”, “el pueblo me cuida”, y se siente El Bien Amado, aunque cada día más millones de mexicanos lo consideremos un germen patógeno, inepto, corrupto, depredador y perverso.

Más allá de lo que él se considere, la realidad tiene “otros datos”: en varias ocasiones se le ha visto sometido a empujones, mentadas de madre y bloqueos (a nada de ser linchado), y solo musita: “no merezco que me traten así”.

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El mismo que en escenarios a modo se ufana ante el mundo de ser el que manda aquí, ese que impone sus soberanas idioteces con un “me canso ganso”, “como anillo al dedo”, “tengan para que aprendan”, “lo que diga mi dedito” y otras babosadas, ese que tiene los ojos en la nuca para no responder de la devastación que diariamente comete, es el que luego se halla lloroso ante la CNTE, diciéndose víctima de aquellos a quienes “ha dado tanto”.

Pero hay algo mucho más grave para México: el narcogobierno. Sería tan elegante como fantasioso decir que ambos pactaron. No, el pánico es el que ha definido la realidad. Basta con tomar en cuenta las múltiples visitas presidenciales a Badiraguato (secular tierra de drogas), el besamanos a la madre de El Chapo, la disculpa ofrecida a éste por llamarle Chapo, la liberación de su hijo Ovidio, los buenos oficios y sentimientos humanos por la libertad de los criminales más atroces, ¡los abrazos para ellos y los balazos para la tropa!, todo ello demuestra que capituló y entregó la plaza.

No es cuestión ideológica ni programática, es el resultado de un pragmatismo meramente cobarde. Sabe que el poder de nuestras fuerzas armadas puede ir pacificando zonas y comunidades enteras, pero que en el ínter él estaría en riesgo de ser acribillado. Conclusión: aquellos están en lo suyo, haciendo su trabajo y su dinero, y el gobierno, incumpliendo su deber de gobernar y pacificar al país.

Una guerra de exterminio sería estúpida (porque los mercados de la droga seguirán), pero cogobernar implica haberles entregado a México.

El mensaje presidencial a los narcotraficantes fue de gratitud: “se portaron bien en el proceso electoral”.

En pocas palabras: ¡Adelante, enemigo, el corazón de Tartufo está contigo!


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