Votar por los menos malos, no es opción

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Uno de los elementos que ha contribuido al desánimo colectivo ha sido la postulación de candidatos en función de su cercanía e incondicionalidad a las dirigencias.

El domingo [5 de abril 2015] iniciaron formalmente las campañas en los 300 distritos electorales en que se divide el país para renovar la Cámara de Diputados, con lo que se definirá si el PRI y sus aliados refrendarán la mayoría o por el contrario el presidente tendrá que convivir durante el segundo tramo de su administración con una mayoría opositora en el órgano legislativo en el que se aprueba ni más ni menos que el presupuesto.

Otra definición importante radica en si los partidos minoritarios como el PT, Movimiento Ciudadano, el Partido Humanista o Encuentro Social lograrán el 3% de la votación para conservar su registro, todo ello en un ambiente de desconfianza e irritación social que no sabemos a ciencia cierta cómo se va a manifestar en las urnas, aunque ya algunas organizaciones han llamado al voto nulo -que cuando menos en 2009 demostró ser ineficaz- o incluso a boicotear las elecciones, que me parece un despropósito, pues atenta contra nuestra aún joven democracia.

En esta misma lógica, la Coparmex capitalina convocó a principios de este año a no votar por los candidatos chapulines, en respuesta a la solicitud masiva de licencias que presentaron la totalidad de los jefes delegacionales así como un número importante de diputados locales y federales en el Distrito Federal para acceder a otros cargos de elección.

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Sin embargo, un par de meses después y sin mediar explicación, el presidente de este organismo empresarial matizó su postura -quizá por algún tipo de presión política- invitando a la ciudadanía a votar por los menos malos, ante lo cual habría que preguntarnos si esto constituye una buena opción.

Es cierto que uno de los elementos que ha contribuido al desánimo colectivo ha sido precisamente que, en términos generales, los partidos privilegiaron la postulación de candidatos en función de su cercanía e incondicionalidad a las dirigencias, sacrificando en cambio a perfiles que por su trayectoria podían representar de mejor manera los intereses de la sociedad. Pero aún así me cuesta aceptar que todos son iguales, y mucho menos que no tengamos más remedio que resignarnos y asumir una actitud conformista.

Si realmente queremos elevar la calidad de las contiendas electorales y de la representación popular, lo que se requiere es justo lo opuesto pues mientras menor sea nuestro nivel de exigencia, en esa misma proporción será lo que podemos esperar. Por eso me parece que tiene mucho más sentido la iniciativa #3de3, para que quienes aspiren a un cargo electivo den a conocer su declaración patrimonial, la de interés y la declaración fiscal que acredite que se encuentran al corriente en el pago de impuestos.

La apuesta debe ir hacia la promoción de la participación ciudadana a partir del establecimiento de criterios mínimos para definir el sentido del voto -por ejemplo abstenerse de votar por alguien que haya estado involucrado en presuntos hechos de corrupción o abuso-, que debe ser acompañado por un ejercicio de análisis riguroso de los candidatos que incluya: sus antecedentes académicos, profesionales y personales –sobre todo si su ritmo de vida corresponde a sus ingresos-, su afinidad a algún grupo político así como sus intereses económicos, posibles compromisos adquiridos y desde luego si abandera alguna causa, cuenta con una agenda legislativa clara o con propuestas viables en beneficio de la comunidad.

Insisto, votar por los menos malos no debe ser opción. Vayamos mejor fijando estándares más altos y hagamos saber a los candidatos que los estamos observando y que con nuestro voto habremos de sancionar su desempeño. La invitación no es más que a ejercer nuestra ciudadanía, una responsabilidad a la que no podemos fallar.

 


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