Votar cuesta, no votar ¡cuesta más!

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“Los malos funcionarios  son electos por buenos ciudadanos que no ejercen su voto”:
George J. Nathan.

Razones para no votar hay muchas. Aun así sigo creyendo que las razones para sí hacerlo son, por mucho, más poderosas, así como sus consecuencias.

Han sido décadas y el trabajo de cientos y cientos de ciudadanos, así como la construcción de instituciones y marcos legales para cimentar un andamiaje que, aún con grandes desafíos por resolver, nos da la posibilidad de acudir a las urnas y hacer valer el poder de nuestro voto.

En ocasiones las opciones frente a las urnas son por quien consideramos la mejor alternativa; en otros casos por aquella que se considera menos mala; en otros momentos los votos obedecen más a un castigo a ejercicios de gobierno corruptos y de una cínica impunidad; algunos más decidirán por el llamado voto útil, aquel que frente a las diversas alternativas el elector decide otorgar a quien considera tiene la posibilidad del triunfo frente a quien considera la peor de las opciones.

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Las encuestas, en las que, como en botica, ya hay de todo y se ha recurrido a ellas como herramientas de campaña y de propaganda política, aunque por supuesto no puede generalizarse, juegan para un grupo de electores un parámetro de decisión importante.

En comicios recientes frente a encuestas que colocaban a más de un dígito al contendiente más cercano, el día de la elección resultó que la distancia no era mayor a cinco puntos y, sin embargo, ya algunos actores daban por hecho que el resultado estaba resuelto y su voto no podía cambiar este destino.

Si el poder del voto no fuera real, no obstante los vicios y defectos que aún enfrentan nuestros procesos electorales y democráticos, el tan aguardado día “D” no tendría el poder y peso que hoy le significa a todas las campañas.

Es el día en que la ‘tierra’ manda, el día de la movilización para que la gente acuda a votar. Procesos que en otros sistemas democráticos son abiertos, transparentes y con reglas muy claras, pero que aquí en México se inscriben en la simulación y van desde una cuantiosa inversión de recursos económicos y humanos, hasta el robo de urnas o el objetivo de ciertos grupos por generar un clima de inestabilidad, cuyo propósito es inhibir justamente la participación ciudadana.

Los resultados de una elección suelen cambiar dramáticamente en función de la participación ciudadana o del índice de abstencionismo.

Si la gran mayoría de los ciudadanos renuncian a ejercer su derecho y participar, estarán fortaleciendo el poder de una minoría que suele ser rapaz y abusiva para que durante los años que dure su mandato los ciudadanos padezcan las consecuencias de un tirano. Basta recorrer algunos estados en nuestro país para percatarnos de una sociedad que vive atemorizada y hablando en voz baja frente a quien se sabe es un corrupto y un corruptor, más allá de las siglas partidistas.

Las elecciones, particularmente en algunas entidades, suelen resolverse apenas por unos cuantos votos. Es en estas decisiones donde el valor y poder de cada voto suele cobrar una dimensión real. En el México del siglo XXI aún hay nueve estados que jamás han tenido alternancia política.

Perder o ganar una elección por apenas unos cuantos votos trae consigo consecuencias que pueden llegar a ser mayores y de orden generacional. Dependiendo de a quien se elija habrá avance o regresión democrática; prevalecerá la certeza jurídica o bien la arbitrariedad y la pérdida de libertades.

El desencanto y hartazgo de grandes sectores de la población frente a la clase política, en lugar de provocar una participación más decidida y exigente, los alejaron de sus derechos y obligaciones, renunciaron a decisiones fundamentales, empezando por el voto. El resto de la historia, con matices diferentes, pero en todos los casos con consecuencias terribles y muy costosas, ya las conocemos.

Hemos ido aprendiendo que votar es apenas el principio y que el ejercicio ciudadano de organizarse en instancias e instituciones para vigilar, contribuir, aportar y dar seguimiento se vuelven indispensables. Hagamos que nuestro voto cuente y cuente bien. La neutralidad o indiferencia sólo fortalecerá aquello que hoy rechazamos.

Hagamos de las urnas nuestra voz, porque votar cuesta, ¡pero no hacerlo cuesta más!


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