Venezuela, urge cambio de página

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Las sociedades latinoamericanas no pueden estar secuestradas bajo el autoritarismo y la polarización permanente, como fórmula para sostenerse en el poder público.

La prosperidad de los habitantes de la región está determinada por el sometimiento de la autoridad a la ley, por la calidad en los criterios y procesos de toma de decisión de política pública, por condiciones de confianza que permiten a las inversiones expandirse, así como también por una relación respetuosa de una nación con los países continentales. En cada uno de estos renglones Nicolás Maduro ha fallado. Hoy tiene sumida a Venezuela en una crisis interna que comienza a distribuir efectos negativos en varios puntos de Latinoamérica.

Es cierto que las democracias de la región han quedado a deber, sin embargo el régimen venezolano demuestra los riesgos del gobierno autoritario que, como único fin a tutelar en el ejercicio cotidiano de autoridad, es a sí mismo. En ese propósito ha cultivado polarización y por ello resultan agraviantes las acusaciones desde el poder venezolano, de acusar a su gente de querer promover el mercado negro en alimentos y medicinas, cuando han sido miles de personas las obligadas a tomar por asalto las fronteras con Colombia, para poder allegarse de los bienes más básicos. Incluso, el Parlamento Europeo ha exhortado a Nicolás Maduro el permitir la entrada de ayuda humanitaria para aliviar las necesidades sociales. Inconformidad muchas veces respondida en las calles con movimientos de tropa militar y gases lacrimógenos.

Poco conseguirá Maduro con sus llamados a la clase trabajadora a tomar las empresas que reducen o paran operaciones. El problema de los corporativos no está en su vocación con la producción, sino en el control de cambios y la imposibilidad de abastecerse de materias primas para poder sacar adelante sus productos. Hoy los ciudadanos venezolanos se han quedado con menos papel, productos de higiene, alimentos y medicinas; como los hoteles con menores vuelos y visitantes extranjeros. Junto con todo ello, menos ocupación laboral, mercado interno y crecimiento. Condiciones que, incluso, le han obligado a acortar la semana laboral o cambiar el uso horario para mantener mayor tiempo a la gente en sus casas. Maduro se pone una soga al cuello obstaculizando el motor económico ofrecido por la inversión, en una coyuntura donde sus finanzas públicas que dependen en 96% de las exportaciones petroleras, se han derrumbado por los precios internacionales.

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Maduro apuesta por la supervivencia constitucional. Por eso veta cada ley emanada de la Asamblea Nacional de Venezuela, como la amnistía que dejaría libre a los presos políticos acumulados a lo largo de su administración, por eso alarga hasta sus últimas consecuencias el proceso de consulta revocatorio, a fin de conseguir en caso extremo el heredar el cargo a su vicepresidente hasta 2019, conforme los tiempos marcados en la propia Constitución; y por eso acusa todo señalamiento contra su régimen proveniente del exterior, como fue en el caso de la Organización de Estados Americanos, de ser resoluciones orientadas a un golpe de estado de facto en contra de un gobierno democráticamente electo, cuando el cuestionamiento multilateral de fondo es la ilegalidad permanente en la que se desenvuelve.

Sin embargo, los efectos negativos del autoritarismo de Maduro trascienden las fronteras de su país. El incumplimiento de requisitos mínimos de los estándares democráticos y de los acuerdos multilaterales de política comercial por parte de Venezuela, han despertado conflictos ya al interior del Mercosur. Organización que, incluso, hace unas cuantas horas le ha negado a Maduro la toma de protesta de la presidencia pro tempore.

A Venezuela le urge recuperar la ruta democrática porque es la puerta verdadera para el bienestar de su población, y por las implicaciones de su estabilidad en la integración regional. Los venezolanos sufren hoy las consecuencias de gobiernos populistas incapaces de plantear planes de desarrollo viables y sujetos a rendición de cuentas, de autoridades irresponsables que derrocharon coyunturas de riqueza en acrecentar su capital económico de grupo y en ofrecer dádivas para aceitar el control político, en lugar de generar capacidades sociales. Espejismos de prosperidad, tienen hoy el país sumido en el abandono.


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