Venezuela: denuncias frente a injurias

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Hay una marcada diferencia entre el lenguaje y las medidas tomadas por el gobierno de Maduro y los opositores venezolanos. Esta diferencia tan desproporcionada y de gran fondo moral es común en los enfrentamientos propios de pueblos con dictaduras.

¿De qué se trata? Muy simple: los movimientos opositores al régimen chavista heredado a Maduro y sus líderes tienen una conducta apegada al Derecho y a las buenas prácticas democráticas. En cambio Nicolás Maduro, sus compinches y sus voceros utilizan una verborrea agresiva, insultante, mentirosa y antidemocrática.

Los líderes opositores, algunos como Leopoldo López, ilegalmente preso, y María Corina Machado, denuncian violaciones constitucionales, pisoteo de los derechos humanos y citas cuidadosas de la Ley para respaldar sus acusaciones. ¿Por qué acusan de tal o cual violación al Derecho? Porque se violaron tal o cual artículo constitucional o leyes secundarias, porque se violaron tal o cual tratado o pacto vinculante internacional firmado por Venezuela.

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Los discursos político-sociales de la oposición, sus comunicados de prensa o su correspondencia con organismos extranjeros o internacionales como la OEA o las NNUU, son respetuosos, legalmente bien argumentados y denunciando acciones ilegales específicas, públicas y comprobables. Nada se ha demostrado como falsedad, ni por los simpatizantes del régimen de Maduro ni por éste mismo.

La respuesta o crítica a la retórica opositora, de parte del chavismo-madurista y sus corifeos es de insultos, desprecios y acusaciones absurdas de anti-patriotismo de servicio al “imperialismo” (léase Estados Unidos). Esto, claro, sin ofrecer siquiera intentos de prueba, porque no la tienen.

En cambio, la dictadura chavista-madurista acusa sin pruebas a los líderes opositores, y cada vez que intenta probar algo, como su supuesta sumisión al tal imperialismo gringo, no prueba absolutamente nada. Tan es así, que ningún organismo internacional ha tomado en consideración tales acusaciones.

Para distraer la atención del enorme fracaso gubernamental que tiene hundida a Venezuela en gravísima crisis económica y altísimo grado de inseguridad pública, Nicolás Maduro insiste en intentos de golpe de estado. Pero ¿quiénes pueden dar un golpe de estado, los civiles desarmados o las fuerzas militares y de seguridad oficiales? Si hubiera un golpe de estado, tendría que provenir precisamente de oficialidad harta del caos nacional provocado por el chavismo y Maduro.

La oposición en las calles venezolanas ha sido y es pacífica, respetuosa del Derecho y exigente de apego a la constitución, los tratados internacionales y en general de respeto a los más elementales derechos humanos.

Pero la respuesta oficial ha sido de represión altamente violenta a veces, a tal grado que ha habido asesinato de manifestantes por parte de la policía bolivariana, algo de lo que difícilmente se puede evadir responsabilidad oficial. En general, estos asesinatos han terminado hasta ahora impunes, y solamente está claramente identificado y encarcelado el policía que asesinó de un tiro en la cabeza a un estudiante de catorce años que se manifestaba.

El problema de la dictadura de Maduro es que no tiene respuesta a las graves y fundadas acusaciones de la oposición, y por eso recurre al insulto, la injuria y la mentira. Busca formas de desviar la atención internacional sobre su gran fracaso de gobierno, sobre el término de un populismo que en su momento le ganó la voluntad de quienes recibían beneficios, regalos y prebendas. Pero este mismo pueblo pobre ya está harto de la grave situación económica que ni les permite comprar lo indispensable, porque no lo hay en las tiendas, gracias al gobierno.

A pesar de las vociferantes constantes declaraciones de Maduro y sus voceros, el pueblo ya lo le cree, y no le cree porque la realidad les explota en la cara, en el bolsillo y en la despensa vacía. Algo que Maduro y su régimen no han podido ocultar, es la información que indica cómo su popularidad se está yendo a pique rápidamente. Las próximas elecciones venezolanas darán cuenta en las urnas.

Ahora Maduro se encuentra en un callejón sin salida, en donde sus mentiras e insultos ya no tienen impacto positivo en los medios internacionales, menos en las cúpulas de las Naciones Unidas, el Parlamento Europeo y otros foros oficiales y civiles del mundo. Su desesperación, que le ha llevado a encarcelar ilegalmente y sin el debido proceso a líderes como Leopoldo López o al alcalde de Caracas, le ha puesto en un gran aprieto diplomático: las grandes e influyentes voces que le exigen la liberación inmediata de los presos políticos y detener las violaciones a los derechos humanos lo tienen contra la pared.

Así, el lenguaje cuidadoso, legalmente argumentado de la oposición, y sus demandas claramente legítimas de liberar presos y respetar la constitución, cuenta ahora con las mismas exigencias externas a Venezuela. Esto a pesar del silencio cómplice de simpatizantes que gobiernan algunos países latinoamericanos.

A la lucha de un David cuya sola arma es la Ley, que es la oposición popular venezolana, frente a un Goliat armado hasta los dientes, para seguir abusando de su poder pisoteando el Derecho nacional e internacional, se van sumando voces exteriores que le exigen el respeto a ese Derecho. Ese David ya no está solo. Ninguna de esas voces ha intimidado a Maduro con intervenciones armadas, ni siquiera “el imperialismo”, que sólo sanciona a ciertas personas de su régimen, con nombre y apellido.

Es tiempo aún para que Nicolás maduro y sus chavistas inicien un cambio radical hacia el respeto a la ley y la democracia. Si no lo hacen, los venezolanos, en las urnas, los van a hacer a un lado


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