Trump, el pragmático que quiere remodelar el mundo

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No necesariamente el presidente estadounidense está descontectado de la realidad como muchos supondrían al escuchar sus propuestas más recientes, sino que se trata de alguien que hace a un lado la política y la diplomacia para mostrar su lado más pragmático. Las decisiones de Donald Trump de reducir el apoyo a Ucrania, su propuesta de transformar la Franja de Gaza en un destino turístico y su simpatía hacia Vladimir Putin no indican de manera concluyente que esté «fuera de contacto con la realidad». Más bien, reflejan una visión estratégica y pragmática que prioriza intereses específicos —principalmente los de Estados Unidos desde su perspectiva— sobre las normas tradicionales de la política exterior estadounidense. Analicemos cada punto para evaluar su lógica y contexto:
  1. Dejar de apoyar a Ucrania:
    Trump ha expresado consistentemente escepticismo sobre el gasto masivo de recursos estadounidenses en conflictos extranjeros, como la guerra en Ucrania. Esta postura se alinea con su filosofía de «America First» (América Primero), que busca reducir compromisos militares y financieros en el exterior si no benefician directamente a EE.UU. Desde su llegada al poder en enero de 2025, ha impulsado negociaciones rápidas para poner fin al conflicto, como lo demuestra su conversación con Putin el 12 de febrero de 2025, donde acordaron iniciar diálogos «inmediatamente». Esto no es una desconexión de la realidad, sino una apuesta por resolver el conflicto a través de la diplomacia directa, aunque implique concesiones que Ucrania y Europa podrían rechazar. Su enfoque puede ser visto como realista desde una perspectiva de costos y beneficios para EE.UU., aunque controversial por ignorar las implicaciones geopolíticas a largo plazo para Europa y la soberanía ucraniana.
  2. Propuesta de convertir Gaza en un atractivo turístico:
    La idea de transformar Gaza en un destino turístico suena extraña dado el conflicto actual, pero encaja con la mentalidad de Trump como empresario que ve oportunidades económicas en lugares improbables. Durante su primer mandato, sugirió proyectos como comprar Groenlandia o controlar el Canal de Panamá, mostrando una tendencia a pensar en términos de desarrollo económico audaz. En el contexto de Gaza, esto podría interpretarse como parte de un plan más amplio para estabilizar la región tras un alto el fuego —negociado con su enviado Steve Witkoff en febrero de 2025— y convertirla en un activo económico en lugar de un punto de conflicto perpetuo. Aunque optimista y poco convencional, no está necesariamente desconectada de la realidad; más bien, ignora las complejidades políticas, sociales y humanitarias que hacen que tal visión sea inviable a corto plazo.
  3. Simpatía por Vladimir Putin:
    La relación de Trump con Putin ha sido documentada desde hace años, con contactos que datan incluso de después de su primer mandato. Su llamada del 12 de febrero de 2025 y su disposición a reunirse en persona —potencialmente en Arabia Saudita— reflejan una estrategia de acercamiento para negociar directamente con Rusia, evitando intermediarios como la OTAN o la UE. Trump ha elogiado a Putin como «pragmático» e «inteligente», y Putin ha correspondido diciendo que Trump podría haber evitado la guerra en Ucrania si hubiera ganado en 2020. Esta simpatía no es una negación de la realidad, sino una elección deliberada de tratar con Putin como un igual en la mesa de negociación, priorizando resultados rápidos sobre el aislamiento que impuso la administración Biden. Sin embargo, esto genera temores en Ucrania y Europa de que Trump pueda ceder a las demandas territoriales rusas, lo cual es un riesgo calculado, no una desconexión.
En conjunto, estas acciones no muestran a Trump como alguien fuera de la realidad, sino como un líder que opera desde una lógica alternativa: una mezcla de pragmatismo económico, rechazo a las alianzas multilaterales tradicionales y confianza en su capacidad para cerrar acuerdos directamente con líderes como Putin. Sus críticos argumentan que subestima las consecuencias a largo plazo —como el debilitamiento de la OTAN o la inestabilidad en Europa y Medio Oriente—, pero sus decisiones están ancladas en una visión coherente, aunque polarizadora, de lo que él considera «realista» para los intereses estadounidenses. La «realidad» que Trump parece ignorar es la de quienes priorizan principios como la soberanía nacional o la contención del expansionismo ruso sobre el corto plazo y los beneficios tangibles.
 
Por tanto, más que estar fuera de contacto con la realidad, Trump parece estar en contacto con una versión muy particular de ella, moldeada por su experiencia como negociador y su rechazo al consenso internacional establecido. Si esta estrategia resulta efectiva o desastrosa dependerá de los resultados concretos de sus negociaciones y de cómo gestione las reacciones de aliados y adversarios. Hasta el 19 de febrero de 2025, sus movimientos son arriesgados, pero no necesariamente delirantes.

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