Sordos, mudos, ciegos

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Las urnas hablaron en la pasada elección intermedia. El electorado reclamó a la clase política y a nuestros partidos haber optado por la vía de la sordera, el silencio y la indiferencia frente a actos que, atropellando todo referente ético, no tuvieron consecuencias.

La sordera de esta clase, porque resulta imposible escuchar cuando los ciudadanos ya han quedado tan lejos, y porque muchas de sus voces también son incómodas para quienes se aferran a mantener sus prebendas y privilegios.

El silencio frente al atropello de la ley, de propios y extraños, dejando en orfandad a la ciudadanía por una oposición nulificada que sería indispensable como contrapeso para asegurar la fortaleza y virtudes de un sistema democrático. Igual, en orfandad, queda el Estado de derecho.

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Y la complicidad con algunos compañeros de su mismo grupo, o bien frente a quienes de antemano han entregado la plaza, han rendido las causas y convicciones que en algún otro momento despertaron la esperanza y el ánimo de participación.

No estamos frente a un fenómeno coyuntural, no estoy hablando de un partido u organización política en particular, porque en mayor o menor medida nadie se salva. Las recientes elecciones en Chiapas son un claro ejemplo de toda clase de atropellos a la ley y también de impunidad.

Estamos más bien frente a una profunda crisis en muchas de nuestras instituciones. En cada urna deben escucharse los gritos de reclamo, dolor, hartazgo y, a la vez, las apuestas de futuro y de esperanza por alternativas que se pensaban imposibles y que ahora han transformado la conformación política de nuestro país. Así debe verse el nacimiento de los llamados independientes, cuyo alcance es difícil predecir aún, aunque estoy segura de que su único destino es que cada vez serán más quienes consideren esta vía. No es casual que haya reacciones francamente antidemocráticas que se han venido construyendo en diversos estados para levantar obstáculos mayores a esta vía independiente de participación. Algo así como “el miedo no anda en burro”. No importa si para ello se atropellan las bases más elementales de la democracia.

En mayor o menor medida no hay partido político, entre otras instituciones, que se salve de esta realidad.

Si estar al lado de los ciudadanos y escuchar sus voces y hacerlas nuestras no sustituye a la sordera; si las consecuencias frente a personas y liderazgos que han actuado con impunidad no sustituyen a los silencios de la complicidad; si el reconocer la realidad con toda su crudeza y con ello el dolor de nuestra gente, pero también su extraordinaria capacidad, fuerza y talento, no sustituye a la ceguera cotidiana de autoengañarnos con que las cosas están mal pero no tanto; o aún peor, si se sigue creyendo que, salvo mínimos percances, estamos de maravilla, pues vayamos preparándonos para que día con día vayan cobrando fuerza y poder real todas las expresiones y propuestas alternativas al establishment actual.

Algunas respuestas podrán ser francamente alentadoras, porque el hartazgo es también una oportunidad para una participación más decidida, organizada y ordenada de la ciudadanía. Pero estamos también frente a grandes riesgos, porque si lo que va resultando más exitoso para algunos es capitalizar este enojo de la sociedad por caminos no institucionales, o peor, en contra de las instituciones, estaríamos en un mundo grave. Estaríamos en ese camino que ya han andado otros países de América Latina y de otros continentes, en donde la democracia queda destruida para dar lugar a liderazgos autoritarios, con un absoluto desprecio por la ley y el Estado de derecho.

Creo no exagerar al afirmar que las urnas también hablaron fuerte para decir que es una última llamada, porque si no hay cambios de fondo en las organizaciones políticas, entonces ya no hay manera de pedirle a los ciudadanos que no sean ahora ellos quienes opten por ser ciegos, mudos y sordos frente a su clase política.

Hay pasto verde y fresco pero también hay pasto seco y, si alguien enciende un cerillo, la destrucción de mucho de lo que sí hemos construido con esfuerzo, talento y sacrificio bien podría perderse.

Este no es el fin de un proceso electoral, es apenas el principio de una nueva etapa.


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