Sobre periodistas

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Janet Malcom tiene unos reportajes fabulosos (muchos de ellos publicados en The New Yorker). Al mismo tiempo es una gran crítica de su profesión, una de las más duras, que traza límites al tiempo que invita a la reflexión constante sobre ese oficio. Aquí unos subrayados de uno de sus libros más reconocidos: El periodista y el asesino (ed. Gedisa).

“Todo periodista que no sea tan estúpido o engreído como para no ver la realidad sabe que lo que hace es moralmente indefendible. El periodista es una especie de hombre de confianza que explota la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de éstas para luego traicionarlas sin remordimiento alguno. Lo mismo que la crédula viuda que un día se despierta para comprobar que el joven encantador se ha marchado con todos sus ahorros, el que accedió a ser entrevistado aprende su dura lección cuando aparece el artículo o el libro. Los periodistas justifican su traición de varias maneras según sus temperamentos. Los más pomposos hablan de libertad de expresión y dicen que el público “tiene derecho a saber”; los menos talentosos hablan de arte y los más decentes murmuran algo sobre ganarse la vida”.

“La disparidad entre lo que parece ser la intención de una entrevista mientras ésta se desarrolla y lo que realmente resulta de ella siempre es un choque para el sujeto entrevistado”.

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“Lo que da al periodismo su autenticidad y su vitalidad es la tensión que hay entre la ciega entrega de la persona entrevistada y el escepticismo del periodista. Los periodistas que se tragan por entero la versión de las personas entrevistadas y la publican son, no periodistas, sino publicistas”.

“Cuando un periodista se propone citar a una persona entrevistada lo hace con la grabadora y traduce su discurso a prosa. Solo un periodista muy duro (o inepto) mantendrá literalmente las declaraciones del entrevistado sin hacer las necesarias refundiciones y nuevas redacciones que, en la vida, nuestro oído capta automática e instantáneamente”.

Y los pleitos en los que las transcripciones de entrevistas registradas en cintas se emplean para decidir la cuestión de lo que dijo o no dijo una persona pueden degenerar en grotescas disputas sobre el grado en que un periodista puede obrar como escritor antes que como estenógrafo”.

“Lo mismo que los jóvenes y doncellas aztecas elegidos para el sacrificio, que vivían en medio de los deleites y la abundancia hasta que llegaba el día señalado para que se les extrajeran del pecho sus corazones, las personas que son objeto de tratamiento periodístico saben demasiado bien lo que les aguarda cuando terminan los días de vino y rosas, es decir, los días de las entrevistas. Y aun asienten cuando un periodista solicita entrevistarlos y se quedan pasmados cuando ven relucir el puñal”.


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