Sobre aspiraciones, egoísmos y envidias

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Por: Aminadab Pérez Franco

La presidencia de Andrés Manuel López Obrador pasará a la historia por condenar el éxito, glorificar la mediocridad e inducir al conformismo a millones de mexicanos. Será, a todas luces, un recuerdo vergonzoso.

Incluso algunas de los más conspicuas plumas defensoras de la mitología lopezobradorista no dan crédito a las palabras, reiteradas en sendas mañaneras, del grosero menosprecio presidencial a la clase media bajo la ya histórica expresión:

“Hay un sector de la clase media que siempre ha sido así, muy individualista, que le da la espalda al prójimo, aspiracionista, que lo que quiere es ser como los de arriba y encaramarse lo más que se pueda sin escrúpulos morales, son partidarios del que no tranza, no avanza”.

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Es difícil pedirle a un mandatario acostumbrado a improvisar, a desestructurar y a no respetar la lógica del pensamiento o el orden de las instituciones bajo su responsabilidad, que tuviera la bondad de precisar cuál sería el “sector” de la clase media al que va dirigido su desdén; esta y muchas plumas podríamos especular que dado el contexto donde se produjo la expresión tal vez pueda referirse a los ciudadanos que desaprueban su gestión y votaron contra su partido el pasado 6 de junio.

Sin embargo, el tema es más de fondo. Las bofetadas presidenciales contra la clase media son el contraste a su amor y cariño para los pobres. Si bien López Obrador nunca había sido así de explícito contra los clasemedieros, su pleito contra “los que tienen”, mucho o poco, ha sido recurrente a lo largo de su carrera política.

Las soluciones y rectificaciones que imagina el presidente para erradicar el egoísmo y la falta de escrúpulos de mucha gente desgraciadamente no pasan por imponer la Cartilla Moral para que todos se porten bien. El proyecto presidencial quizá no comprenda que el cambio social que lleve a modificar las actitudes sociales negativas por positivas, requiere de conductas y procederes muy distintos a la sospecha, el divisionismo, el odio de clase y la envida que un gobierno como el suyo propala y esgrime como justificación para enfrentar a los mexicanos los unos contra los otros.

Lo primero que habrá que clarificarle al presidente pégaleatodo es que tener aspiraciones y progresar no es una actitud negativa sino un valor. Las aspiraciones de las personas, las familias, las comunidades humanas o de la Nación misma son uno de los principales motores del cambio social; estimulan la iniciativa y la creatividad, desatan la energía y el esfuerzo, impulsan la voluntad de la gente para mejorar su situación y muchos, no todos, encuentran en el estudio y la preparación la fórmula para su perfeccionamiento humano, y lo acreditan obteniendo grados de licenciatura, maestría o doctorado: tan los buscan, que la propia izquierda mexicana ha sido siempre una de las principales promotoras del bachillerato universal y de ampliar la matrícula en las universidades públicas.

Han sido también muchas ocasiones en las que el presidente ha arremetido contra los signos visibles del egoísmo de “los que tienen”: el señalamiento contra a los lujos, los excesos, los viajes, las residencias, la frivolidad, la ostentación y la acumulación de la riqueza forma parte de una crítica social que abarca desde la formulación de la doctrina marxista hasta las reflexiones filosóficas que deploran el individualismo, la búsqueda del placer y la falta de valores en las sociedades contemporáneas que han hecho filósofos como Gilles Lipovetsky, Jean Baudrillard o Zygmunt Bauman.

Pero la confrontación presidencial contra las actitudes egoístas e insensibles observables en parte de la clase media está construida, por desgracia, desde una posición de envidia, que es la actitud social que contrasta con el egoísmo. La filosofía marxista formuló la doctrina de la lucha de clases fomentando la envidia y el resentimiento como justificación y táctica para que el proletariado se levantara en contra de la explotación capitalista; en el mismo sentido, el marxismo llevado a la práctica estructuró al colectivismo como contraste al individualismo y es en estas coordenadas donde se ha interpretado el conflicto social en la civilización humana por más de dos siglos.

Helmut Schoeck inicia su célebre tratado sobre la envidia señalando que en las más diversas sociedades, el sentimiento de la envidia y de ser envidiado es siempre uno de los problemas fundamentales de la existencia humana; y además previene de que la envidia puede convertir a las personas en seres demoledores al adquirir una perspectiva destructora, torturante, inhibitoria y vana, razón por la cual la envidia ha sido un sentimiento condenado en todas las culturas.

Una de las tragedias que padece el presente mexicano es que el inquilino de Palacio Nacional habla desde la perspectiva del envidioso, convirtiendo el discurso presidencial en una estigmatización constante que busca generar sentimientos de culpabilidad y miedo entre “los que tienen”, así como fomentando y legitimando actitudes de rencor y confrontación de “los envidiosos” contra “los de arriba” y “los de en medio”, mediante la exhibición y el contraste entre los patrimonios y las miserias, con la intención de generar el enojo y el deseo de desquite por parte de los desposeídos.

Desde luego que es responsabilidad y función del gobierno reducir la desigualdad y la exclusión, superar la pobreza y gestionar el Bien Común. Pero las acciones que nos permitan transitar de la miseria y el desamparo a la clase media y la suficiencia, son promover el crecimiento y el desarrollo económico, generar riqueza, elevar los ingresos, aumentar los grados de competitividad del país y las condiciones que favorecen la productividad en las empresas para que produzcan más y paguen mejor, así como políticas públicas de mediano y largo alcance que generen bienes públicos y mejoren los niveles de bienestar y calidad de vida. Propiciar el divisionismo y fomentar el encono como lo hace López Obrador le genera a él un mensaje para consumo de sus simpatizantes y preservar su imagen y mitología, sin embargo, no es un presidente que se entienda como factor de unión de la República, ni como un mandatario al servicio de todos, ni como un líder que lleve a los mexicanos por la ruta de la expectativa y la esperanza.

Cada día hay más de los 30 millones que votaron por López Obrador en 2018 que hoy están arrepentidos ante un presidente que no cumplió la expectativa de la transformación, por insistir en sus empeños destructores y divisionistas. Y la verdad, es urgente trascender a la crítica a las ocurrencias presidenciales y pasar a la exigencia, porque el Ejecutivo Federal ha mostrado que sólo le interesa tener el poder desde la perspectiva de divide y vencerás y no de unir y prosperar; tenemos todo el derecho de exigirle respeto, que suspenda la destrucción del orden institucional democrático y que deje se sembrar el odio, el resentimiento y el encono entre los mexicanos.

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