Sin voto no hay democracia

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Por: Salvador I. Reding Vidaña

Por supuesto que la democracia es mucho más que las elecciones, ya que los canales de participación ciudadana en “la cosa pública” se han ido multiplicando. Sin embargo, no es lo mismo participar con los gobernantes que elegirlos. El voto electoral logra lo que ninguna otra forma democrática: decidir quién gobierna.

Por eso sin voto las demás participaciones son relativas. Si quien(es) fue(ron) electo(s) decide(n) bloquear los caminos democráticos, la democracia como forma de gobierno se viene abajo. El mundo ya sabe mucho de eso, y ahora lo importante es aprenderlo, para no repetir errores.

Si alguien quiere participar en las decisiones ciudadanas sobre asuntos del bien común, necesita interlocutores conscientes del lado del poder público. El ciudadano tiene el derecho de elegirlos, y si no lo ejerce corre el riego de encontrarse con un muro silencioso, que no dialoga sino impone su voluntad (dentro y a veces fuera de su derecho constitucional).

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Los que se oponen al voto y quienes desdeñan su propio derecho a elegir, cometen un grave error de interpretación y omisión. Las razones (o más bien emociones) para no votar rondan en las creencias de que los políticos son todos malos, que los partidos han degenerado su función social y aún más, que “como todos son malos”, tampoco vale la pena votar “por el menos malo”.

Aún suponiendo sin conceder que todos fueran “malos”, hay que elegir a alguno, o dejar que otros decidan por uno. Toda persona humana tiene virtudes y defectos, no existe el candidato ideal, pero considerando la suma de debilidades y virtudes, lo que procede es votar por el mejor librado. Si la diferencia entre candidatos es aún mayor a favor de uno, entonces hay que llevar al poder a aquel cuya oferta de gobierno, experiencia y principios de doctrina, suyos y de quien lo postula, nos simpatizan y convencen.

Quienes predican “anula tu voto”, dizque porque “hay que castigar a la partidocracia” cometen un error de principio. Siempre habrá votantes, pocos o muchos, y los partidos no aprenden así. Es la exigencia ciudadana ante el ejercicio del poder y la forma de participación partidaria la que es útil ante los políticos profesionales.

Las exhortaciones al cumplimiento del deber constitucional y el ejercicio del derecho están en lo correcto: “no dejen que otros decidan por ti”. Igualmente son plausibles los llamados que dicen “si no votas, después no te quejes”.

Quien desprecia su derecho al voto, porque uno entre millones “no cuenta”, olvida que en elecciones cerradas cada voto cuenta. Pero hay algo más, quien desdeña su derecho a elegir, debilita su voluntad para defender y ejercer cualquier otro derecho.

Elegir por voto es la primicia de la democracia: decidir quién gobernará. Todas las demás formas de participación democrática son secundarias, y como ya se dijo, pueden verse menguadas o hasta anuladas si el gobernante electo por otros (y no por mí) decide aplastar la democracia, la electoral y la otra, de la vida diaria. Hay que votar, por obligación, por derecho, pero más que todo por inteligencia.

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