Sembradores de odio

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Pues resulta que a las palabras nunca se las lleva el viento, resulta que las palabras se quedan y al igual que las ideas tienen consecuencias. En las familias, como en la política, las palabras cuentan e impactan. Por eso es tan preocupante lo que pasa en latitudes importantes para nosotros.

Cuando pensamos en las relaciones personales pueden recordarse u olvidarse momentos y experiencias compartidas, pero es común que los diálogos suelen conservarse en la mente y el corazón, más aún cuando dichas palabras fueron utilizadas para lastimar y herir. Hay palabras que trascienden de generación en generación y separan por siempre a las familias.

La manera, el tono, la forma en que se dice una palabra revela el fondo y propósito de quien la dice. No es lo mismo decir “está a toda madre” que “me tienes hasta la madre”. En México muchos de los sentimientos y estados de ánimo se explican y transmiten cotidianamente en frases como éstas.

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Resulta imposible recuperar una palabra que ha salido de nuestra boca. Una vez que se ha hablado con odio, se cruza una línea de no retorno.

Tenemos múltiples ejemplos en las recientes contiendas electorales sobre el poder de la difamación, pues, a fuerza de mentir y sembrar odio, algo quedará.

En nuestra vida cotidiana sembrar odio con las palabras se ha convertido en una peligrosa y amenazante manera de destruir. El lenguaje del odio juega en contra de la libertad, construye mentiras, provoca miedo y estereotipos cuyos daños –lo ha demostrado la historia– suelen ser irreversibles. Los nazis construyeron primero una sólida plataforma de odio y segregación para después exterminar a millones de personas.

Los dictadores han sembrado primero el odio y la confrontación, para después convertirse en jueces de quiénes son los buenos y los malos, de quiénes merecen vivir o morir, de a quiénes deben expulsar o dejar en paz, de quiénes deben sufrir escarnio público o protegerse; ellos serán los jueces máximos para decidir quiénes son culpables y quiénes inocentes.

Afortunadamente los sistemas democráticos y el ejercicio del Estado de derecho han puesto límites y barreras a quienes pretenden gobernar así, pero sería ingenuo no reconocer que el lenguaje del odio está provocando polarización, está abonando a juicios sumarios a personas y grupos aun antes de ser llevados frente a las instancias de impartición de justicia.

Una vez juzgado alguien por las redes sociales y/o medios de comunicación ya el resto del proceso pasará a un segundo plano.

Trump ha sido un sembrador de odio y las consecuencias están a la vista. Ha polarizado y provocado enfrentamientos entre grupos de población que no se habían encontrado en la arena de la confrontación. Más allá de lo que decida el electorado estadounidense, el mal está hecho y deberán esforzarse líderes y ciudadanos para poder derribar muros donde se han dinamitado puentes.

En México enfrentamos grandes desafíos y las alternativas convergen finalmente en decidirnos por una vía institucional que nos permita construir puentes de diálogo y respeto con la ley como sustento, o bien la vía del odio, la polarización y confrontación permanente.

Las tentaciones del odio no son menores porque elegir lo contrario suele no ser tan popular, pero habrá que estar conscientes de que en campos secos o con muy poca lluvia, quien prenda un cerillo puede también quemarse en ese incendio.

Frente al hartazgo, reclamo, cansancio y frustración de miles de ciudadanos está la responsabilidad de hacer política, no politiquería que es la corrupción de la actividad política, cuando se engaña, manipula y abusa del poder con intrigas y bajezas puestas al servicio de unos cuantos.

La politiquería «carece de grandeza, de proyección histórica, es la degeneración de la política, el oportunismo es uno de sus elementos». Son tiempos de la política que haga posible construir la paz y el bien común teniendo como referente la certeza jurídica y el cumplimiento de la ley. En esta tarea no cuentan sólo los políticos sino todos aquellos que desde su condición pueden abonar al odio y a la construcción de muros, o bien pueden decidir construir y fortalecer los puentes indispensables que demanda la democracia y también la libertad.


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