Reivindicar el priñanietismo es perder

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Siempre ha habido una brecha cultural entre el círculo rojo y el círculo verde, pero el pensamiento rojizo solía tornarse paulatinamente verdoso. Ya no. Al menos no en las últimas décadas, en que las masas han desarrollado una honda aversión a las ideas de las élites. La desigualdad, el virus del siglo XXI, ha detonado lo que en este espacio he llamado la era de la ira. La gente está enojada y su enojo la hace discurrir por cauces distintos a los de la racionalidad convencional. Como politólogo me cuesta trabajo explicar, por ejemplo, por qué los obreros blancos llevaron a la Presidencia de Estados Unidos a un magnate detentador de los privilegios elitistas que tanto los irritan. Por ello, aunque muchos se enfocan en la post verdad, yo prefiero hablar de la post racionalidad.

En México también hace aire post racional. ¿Por qué el presidente López Obrador dice cosas que escandalizan a los hacedores de opinión pública y no pierde popularidad? Arremete contra la clase media, contra la Universidad Nacional, contra el feminismo, el ecologismo y los “nuevos derechos”, y sigue tan campante. Se puede asumir que se está dejando llevar por la víscera revanchista y no está calculando bien los efectos de lo que declara; lo cierto es que sus jerigonzas no hacen mella en su núcleo duro y que detrás de esta nueva ola declarativa está una pulsión de hegemonía ideológica. Instalado en la recta final de su gobierno, convencido de que ha sentado las bases de la 4T, AMLO da vuelta a la página y piensa en su legado. Quiere asegurar la irreversibilidad de su proyecto y para ello procura sumar a lo que ya consiguió-la dificultad numérica para echar abajo sus reformas en el constituyente permanente y la presión social para mantener sus medidas de austeridad —un consenso “cuatroteísta” que sustituya al consenso neoliberal. De ahí que punce retóricamente al “conservadurismo” clasemediero, que intente provocar la radicalización de la UNAM y que pretenda socavar movimientos progresistas que lo ven con antipatía. Es una jugada riesgosa, un disparate acicateado por la obnubilación, pero hay método en la locura. Busca normalizar su doctrina.

Si bien esta táctica puede restarle votos a Morena en 2024, a AMLO no le quita poder ni margen de operación electoral. Por ello, y porque los mexicanos enojados por el saqueo de políticos y empresarios corruptos todavía son mayoría, si la oposición quiere triunfar en la post racionalidad tiene que armar su frente mayoritario de indignados. No sé si sea capaz de hacerlo, habida cuenta de que dejó ir la oportunidad de oro de rebasar a AMLO por la izquierda abanderando el clamor popular de enjuiciar a Peña Nieto. Ojo: es un error proponer, como alternativa a la regresión al pasado mediato, una vuelta al pasado inmediato. Si su oferta reivindica el priñanietismo y su corrupción elitista, si soslaya el enojo social, presenta impresentables y apela al laissez faire, garantizará la continuidad hegemónica de la autocrática, polarizadora y anacrónica 4T. No se trata de caer en el populismo sino de recurrir a la técnica del judo, usar la fuerza de AMLO para derribarlo y tomar la bandera del ingreso del círculo verde al banquete de la modernidad. El nombre del juego no es pasado ni antepasado: es futuro.


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