Radiografía y resonancia del 6 de junio

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Por: Aminadab Pérez Franco

La cita con las urnas del 6 de junio se cumplió puntualmente y tendrá efectos muy significativos en el futuro político de México. Anoche, al cerrar las casillas, todos los partidos salieron a anticipar triunfos, a ocultar derrotas e iniciar el despliegue de estrategias propagandísticas como siempre. Sin embargo, la primer nota a destacar es que el verdadero ganador de la elección de ayer fue el ciudadano que salió a votar, rompiendo una inercia de apatía y abstencionismo en elecciones intermedias, lo cual fue determinante en varios de los resultados con los que hoy lidian los líderes partidistas.

Esta elección dará mucho de qué hablar y para el análisis; por eso, no podemos limitarnos sólo a los números y las comparaciones, sino que debemos escudriñar también sus efectos y consecuencias de cara al futuro. De entrada vemos que todos los partidos obtuvieron triunfos que van a exagerar y derrotas que intentarán minimizar, ante lo cual requerimos de un diagnóstico del resultado que no se limite a mirar una radiografía numérica de los votos, sino también de comprender la resonancia de las decisiones ciudadanas y partidarias que dieron y quitaron poder en estados, municipios y distritos específicos e identificar cuáles serán sus efectos a futuro.

Advertimos al lector que este será un análisis más largo de lo acostumbrado por esta pluma, pero que le dará datos y algunas respuestas para asimilar mejor lo ocurrido el 6 de junio y no dejarse llevar sólo por lo que cuentan por ahí en forma sesgada o superficial pasando por alto los significados profundos sobre cómo transcurre la democracia mexicana.

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Los resultados: la frialdad de los números

La elección federal, según el corte del PREP del INE del lunes 7 de junio a las 20:00 horas, con un avance del 99.55 por ciento de las actas, arroja los siguientes resultados:

MORENA es el partido más votado con 16 millones 136 mil votos, obteniendo por sí mismo y con sus aliados la mayoría en 183 de los 300 distritos, es decir, el 61 por ciento de triunfos distritales.

El PAN alcanzó el segundo lugar con 8 millones 681 mil votos y 33 distritos ganados de mayoría. El PRI obtuvo el tercer lugar, muy cerca de los panistas, con 8 millones 431 mil votos y 11 distritos ganados de mayoría.

En conjunto, la Alianza Sí por México del PAN-PRI-PRD ganaría 65 distritos de mayoría, que sumados a los ganados en solitario por el PAN y el PRI da un total de 109 distritos que representan el 36.3 por ciento de los triunfos distritales. Más adelante veremos a detalle la comparación de estos resultados con procesos anteriores y la probable composición de la Cámara de Diputados incluyendo a los plurinominales.

Los 7 distritos restantes los habría ganado el Partido Movimiento Ciudadano.

El primer hecho que debemos apuntar es que López Obrador ya no obtuvo la mayoría absoluta de la votación: en 2018 él como candidato presidencial alcanzó el 53.19 por ciento de la votación con 30 millones 113 mil votos. En 2021 MORENA obtuvo solamente el 33.99 por ciento y con sus aliados llega al 45.33 por ciento de la votación.

Por lo que toca a las gubernaturas, este fue el único terreno donde MORENA se vio otra vez como en el 2018, aventajando en 11 de las 15 gubernaturas: Baja California, Baja California Sur, Sonora, Sinaloa, Nayarit, Colima, Michoacán, Guerrero, Zacatecas, Tlaxcala y Campeche que sigue peleadísima con el PRI. El PAN va al frente en las gubernaturas de Querétaro y Chihuahua en las que compitió solo, sin alianzas con el PRI y el PRD, los cuales tampoco ganarían nada, salvo que el PRI aliado pudiera rescatar Campeche; por otra parte, en Nuevo León ganaría Movimiento Ciudadano y en San Luis Potosí el Partido Verde en un caso que terminará resolviéndose en el Tribunal Electoral.

Dejaremos para otra ocasión la radiografía detallada de los municipios y los congresos locales, pero si son de destacar los casos de la Ciudad de México, donde MORENA perdió la mayoría de las alcaldías a manos de la Alianza PAN-PRI-PRD, lo cual nunca le había ocurrido a la izquierda desde que se eligen autoridades en la capital; el regreso del “Corredor Azul” con los triunfos panistas y de la Alianza en la Zona Conurbada de la Ciudad de México y el Valle de Toluca; así como las victorias poco visibles en estados con comicios locales sin elección de gobernador que arrojan preliminarmente triunfos importantes del PAN en Guanajuato, Yucatán, Aguascalientes, Durango y Puebla; victorias del PRI en Coahuila y el estado de México; ventajas de MORENA en Quintana Roo, Hidalgo, Oaxaca, Tabasco, Veracruz y Tamaulipas; mayoría del PVEM en Chiapas; además del triunfo de MC en Jalisco y un empate en Morelos entre diversas alianzas y MORENA.

Los comparativos: continuidad e incertidumbre

Los partidos suelen hacer el registro de caja de sus avances y retrocesos, pero en esta ocasión, la primera y más significativa comparación con otros procesos que debe hacerse es la participación ciudadana que llegó al 52.67 por ciento.

En todas las elecciones intermedias del presente siglo, la participación había sido muy baja: la más desairada fue la elección de 2003 con una presencia bajísima del 41.2 por ciento; en 2009 los votantes subieron un poco hasta el 44.6 por ciento, mientras que en 2015 llegaron al 47.72.

Habría que remontarse al siglo pasado para encontrar casos como el voto de castigo a la crisis económica de 1995 que llevó a votar al 71.22 por ciento del padrón y poner fin a la era de la mayoría absoluta del PRI en la Cámara de Diputados o el 65.53 por ciento presuntamente alcanzado en 1991 que fue la última elección de Estado controlada en buena medida por la otrora aplanadora electoral del viejo PRI.

Podemos adelantar aquí dos cuestiones: primera, los mexicanos no salieron a castigar a MORENA en 2021 como sí castigaron al PRI en 1997, lo cual habla de que el actual gobierno ha sorteado mejor los efectos negativos de una crisis económica que numéricamente está siendo mucho más catastrófica que la de 1997, aunada a los estragos de la pandemia; en segunda, encontramos que la estrategia opositora de Sí por México centrada en movilizar el voto ciudadano tuvo un éxito parcial y geográficamente localizable. De no haberse aliado el PAN, PRI y PRD y de no haberse presentado las múltiples iniciativas ciudadanas orientadas a la movilización del voto, hoy se podría estar hablando de una mayoría calificada de MORENA lo cual habría sido, en nuestra opinión, catastrófico para la democracia mexicana.

Lo que sí ocurrió es que ya pasaron a la historia los 30 millones de votos del 2018, la oposición moralmente derrotada, la legitimidad de origen, la mayoría calificada y muchas otras situaciones, discursos y mitos sostenidos por el presidente López Obrador y los propagandistas de MORENA durante los últimos tres años.

Si se compara la elección para diputados federales de hace tres años y la de ayer domingo, aunque a muchos expertos no les guste comparar una elección presidencial y una intermedia por muchas consideraciones técnicas muy válidas, decidimos hacer ese ejercicio pues resulta que las tendencias sorprendentemente se mantienen y los movimientos globales son más pequeños de lo que muchos creen:

Pese a la movilización y los triunfos y derrotas arriba apuntados este es el crudo recuento comparativo de los votos para diputados federales entre 2018 y 2021:

En 2018, MORENA obtuvo 20 millones 790 mil votos y el 37.16 por ciento en la elección para diputados federales; en 2021 cae a 16 millones 83 mil y a un 34.18 por ciento. Pierde entonces 4.7 millones de votos y 3 puntos porcentuales, un 10 por ciento de su fuerza directa; fue el partido que más perdió.

El PAN contabilizó en 2018 10 millones 33 mil votos y el 17.9 por ciento; en 2021 logra 8 millones 653 mil votos y el 18.3 por ciento, elevando su porcentaje en 4 décimas y bajando 1.4 millones de votos. El panismo tuvo en términos prácticos el mismo desempeño electoral en los dos procesos: ni subió, ni bajó.

El PRI recibió 9 millones 271 mil votos y el 16.57 por ciento en 2018 y lleva 8 millones 653 mil votos y un porcentaje del 17.75 por ciento en 2021. Tuvo 800 mil votos menos pero subió su votación en más de un punto porcentual el cual representa un crecimiento pequeño pero significativo de más del 5 por ciento en su proporción global, es así, que el PRI se recuperó ligeramente tras su desastre electoral de 2018.

El PRD tuvo en 2018 2 millones 959 mil votos y un 5.29 por ciento, y ahora cayó a un millón 735 mil votos y un 3.67 por ciento. Efectivamente el perredismo perdió 1.2 millones de votos y porcentualmente bajó un 30 por ciento, lo cual muestra que su tendencia es a la caída y que cada vez tendrá una mayor dificultad para conservar su registro, el cual mantuvo en esta ocasión por apenas seis décimas de punto. Es el partido más disminuido en 2021.

En el caso de los partidos más pequeños, el PVEM que cambió de aliado en los procesos de 2018 y 2021 es ejemplo de que el pragmatismo sigue pagando: en 2018 de la mano del PRI logró 2 millones 685 mil votos y el 4.8 por ciento de la votación y ayer cosechó como aliado de MORENA 2 millones 569 mil votos y un 5.43 por ciento; en votos logró casi los mismos, pero en porcentaje efectivo creció un 13 por ciento.

Movimiento Ciudadano, por su parte, creció más que el Verde, en números porcentuales y absolutos, pues en 2018 como aliado del PAN y el PRD obtuvo 2 millones 473 mil votos y un 4.42 por ciento, mientras en solitario en este 2021 avanzó hasta 3 millones 293 mil votos y 6.97 por ciento; MC fue el único partido que creció en votación entre 2018 y 2021 logrando 800 mil votos más, pero además aumentó su porcentaje en un 57 por ciento, datos que simple y sencillamente validan la estrategia pragmática decidida por Dante Delgado. Más adelante abundaremos en las consecuencias políticas de esta decisión estratégica adoptada por el líder naranja.

Finalmente comparamos aquí los resultados de los dos aliados más cercanos de MORENA. En 2018 el PT recibió 2 millones 201 mil votos y un 3.93 por ciento y en 2021 sus números bajaron a 1 millón 533 mil votos, 800 mil votos menos, y su porcentaje se redujo al 3.24 por ciento que es casi el 20 por ciento menor al de hace tres años. El PES, que perdió el registro en 2018 y parece que lo volverá a perder este año, tuvo un millón 347 mil votos y un 2.41 por ciento en 2018 y esta vez alcanzaría un millón 291 mil votos y un 2.73 por ciento.

Todos estos números tendrán un ligero ajuste al concluir el PREP, realizarse los cómputos y desahogarse algunas impugnaciones, pero son una radiografía completa de las dos últimas elecciones de diputados federales realizadas en México.

Por lo que toca a la integración de la Cámara de Diputados, si bien MORENA no logró el número mágico de 334 diputados que le asegurarían redactar la Constitución a su antojo, si obtuvo una cómoda mayoría simple con 280 diputados contra 220 de la oposición. Eso significa que MORENA podrá seguir aprobando en solitario las caprichosas iniciativas presidenciales, las constantes ocurrencias de sus legisladores, seguir amagando con desmantelar organismos autónomos e instituciones, así como quitar y poner partidas como si el Presupuesto de Egresos de la Federación fuera su caja chica.

El balance final del bloque obradorista es que cae de 324 a los ya mencionados 280, es decir una pérdida neta de 44 diputados, casi el diez por ciento de su fuerza en la Cámara de Diputados. Comparando los resultados entre 2018 y 2021 el bloque de MORENA no logra ni de cerca la cantidad de diputados que obtuvieron junto con el PES, el PT y los que al final le sumó el Partido Verde que en la elección fue aliado con el PRI.

La oposición PAN-PRI-PRD obtuvo en 2018 tan sólo 147 diputados y en 2021 crecería hasta 197, es decir, tendría 50 diputados más. Políticamente hablando, se trata de un avance significativo pero no de una victoria, pues si bien la Alianza pudo impedir una mayoría calificada de MORENA no logró obtener para sí misma la mayoría relativa de 251 diputados que recuperara el equilibrio democrático y tuviera la fuerza para frenar los caprichos y la actitud prepotente del inquilino de Palacio Nacional.

Queda por verse qué pasará con Movimiento Ciudadano que si bien contendió como aliado del PAN-PRD en 2018 y actuó como oposición durante la Legislatura saliente, en 2021 optó por la estrategia de deslindarse de la Alianza Sí por México, de ir solo en un intento por ocupar segmentos de votación que históricamente han mantenido el PAN y el PRI, consolidar sus posiciones en Jalisco y avanzar en Nuevo León con la gubernatura y la presidencia municipal de Monterrey, los cuales son, hoy por hoy, sus éxitos más resonantes.

En términos estrictos, MC ya le regaló unos 30 triunfos de mayoría a MORENA, porque si sus votos se hubieran sumado a los de Sí por México, los números finales de los distritos serían muy distintos. Falta ver todavía si el líder de MC, Dante Delgado, decide ahora una estrategia pragmática y se convierte además en el partido bisagra que podría sumarle a MORENA los 23 diputados que eventualmente obtendría, con lo cual el bloque obradorista sumaría más de 300 votos y se volvería Morenaranja. Esto último es poco probable, pero seguramente será un cálculo que varios frentes pondrán por arriba y por debajo de la mesa.

Desde luego hay que decir que la mayoría que obtuvo ayer MORENA no es raquítica, como aquella de 253 diputados que tuvo el PRI entre 1988 y 1991, o la que artificiosamente armó Enrique Peña Nieto con el PRI y los partidos Verde y Nueva Alianza que rebasaron siempre los 251 votos entre 2012 y 2018, y mucho menos se trata de las minorías que tuvo el PAN en sus dos sexenios donde nunca se acercó a la mayoría absoluta y menos a la calificada, lo cual dio paso a la mezquindad de la oposición priísta y perredista que no dudaron en rechazar sistemáticamente las principales reformas e iniciativas propuestas por Fox y Calderón, las cuales sí le fueron aprobadas a Peña Nieto por el PAN y el PRD en el marco del Pacto por México; recordamos que los únicos votos que cambiaron en el sexenio peñista fueron los del PRI y del PRD, porque el PAN siempre votó a favor de las mismas reformas e iniciativas.

En el tema de las gubernaturas, el avance de MORENA es innegable. Si se confirman los triunfos arriba apuntados, el bloque obradorista habrá logrado un avance determinante en el Noroeste y el Pacífico Mexicano, quitándole al PAN Baja California Sur y Nayarit, al PRI Sonora, Sinaloa y Guerrero, y al PRD Michoacán. Si a esto se le suman los triunfos de MC en Nuevo León y el inconcebible del PVEM en San Luis Potosí, lo que se tiene es que el PAN tan sólo retiene Querétaro y Chihuahua, mientras que el PRI está en la tablita para tratar de salvar Campeche. De los triunfos de MORENA el factor MC que dividió el voto opositor resultó determinante para que el obradorismo ganara Sonora y Colima, es relevante en Michoacán y quizá termine siéndolo en el propio Campeche si finalmente perdiera la Alianza encabezada por el PRI en aquella entidad.

Las Alianzas: ¿Dónde funcionaron y dónde no?

Una gran interrogante para muchos ciudadanos y para no pocos militantes partidistas es dilucidar cómo funcionaron electoralmente las Alianzas más allá de los acuerdos políticos que las concretaron.

En el caso de la coalición gobernante se puede decir, a secas, que el vínculo MORENA-PVEM-PT le permitió conservar su base electoral, un poder mayoritario en la Cámara de Diputados e impedir que López Obrador tuviera una derrota electoral semejante a la que sufrieron sus cuatro antecesores: perder la mayoría calificada y el diez por ciento de la representación en la Cámara de Diputados, además de las derrotas de MORENA en casi todas las grandes ciudades del país, puede ser manejable e incluso discutible si se considera que terminarían ganando 12 de las 15 gubernaturas en disputa, además de que el presidente de la República pudo mantener la capacidad de ordenarle a su mayoría en la Cámara aprobar su Presupuesto y modificar según su criterio la legislación secundaria.

La Alianza Va por México PAN-PRI-PRD a la luz de los números, sirvió a su vez para que tanto el PAN como el PRI no fueran avasallados por MORENA y en conjunto lograran arrancar triunfos suficientes para evitar la mayoría calificada del oficialismo y daños mayores al modelo democrático constitucional. Además, la Alianza y MC alcanzaron triunfos resonantes en las grandes ciudades del país: la Ciudad de México, el “Corredor Azul” de la zona conurbada, Guadalajara, Monterrey, Puebla, Toluca, León, Querétaro, Torreón, San Luis Potosí, Mérida, Aguascalientes, Saltillo, Chihuahua, Hermosillo y Tampico, por mencionar sólo las más pobladas e importantes económicamente.

Políticamente hablando, más allá de las comparaciones que ya hicimos, la impresión es que la Alianza opositora fue capaz de propinarle derrotas significativas a MORENA incluso en su enclave histórico de la capital, que no hay un repudio generalizado hacia la estigmatización del PRIAN y, sobre todo, que no es inevitable una nueva alternancia que saque del poder a MORENA en 2024.

No obstante, hay un gran aliado ausente en esas alianzas: el ciudadano. El bloque del gobierno de plano se encerró en sus bases corporativas, se dirigió a operar el voto con programas sociales y políticas populistas, y buscó postular a ex panistas y ex priístas para tratar de afectar las bases opositoras. Ni las candidaturas, ni las propuestas, ni los discursos de MORENA o del presidente se enfocaron en los ciudadanos: fueron ambiguos llamados al pueblo, a lo más exhortos para que los votantes salieran a defender a la 4T como un proyecto político invisible e intangible, pues no se refleja ni en ideas claras ni en resultados concretos a favor de la gente.

Si a MORENA se le agota el presupuesto, se le acaban sus bases, se termina su operación política y se derrumba, porque la simpatía de muchos sectores no equivale al arraigo político de un partido tradicional o al voto duro de una organización política operativa y sólida.

En el caso de Va por México, cuando los presidentes del PAN, PRI y PRD acordaron la Alianza, se arroparon con la presencia de muchas figuras ciudadanas que al final operaron como oposición y empujaron para equilibrar la correlación de fuerzas en la Cámara de Diputados; sin embargo, esa participación con la oposición no se vio reflejada en un número significativo de candidaturas ciudadanas bajo las siglas de la Alianza y eso resulta una deuda pendiente que los partidos deben saldar.

Por el lado ciudadano, en el gran conglomerado articulado en las centenares de organizaciones integradas en Sí por México y en muchas otras hubo en los últimos tres años un activismo desbordado que desplegó muchas energías y que es fundamental encauzar a partir de aquí con miras al 2024.

En este sentido, el poder ciudadano debe iniciar por encauzarse a sí mismo y tratar de agruparse más en torno a un proyecto y un mensaje democrático capaz de conectarse entre sí y con los partidos, que sea capaz de superar desconfianzas ancestrales y de generar una expectativa tangible para el país y menos. En esa ruta no ayudan mucho los radicalismos de algunos de sus líderes o en insistir en la denostación hacia los partidos que, hay que decirlo, muchas veces es el resultado de aspiraciones no atendidas, de postulaciones no concretadas o de agravios de algunos ciudadanos que tienen actitudes semejantes a las de los líderes partidistas.

La Alianza de Va por México ganó en muchas partes, pero también se destruyó en otras: las historias de los desencuentros y la mezquindad entre grupos específicos del PRI y el PAN fueron los que incidieron en las debacles aliancistas de Nuevo León y Baja California, que le restaron fuerza en San Luis Potosí, Colima y Campeche y que pusieron en riesgo los resultados en Chihuahua. Y tales diferencias y agravios igual costaron ayuntamientos, diputaciones locales y federales que sería muy largo enumerar, además de que hubo también casos donde creció el distanciamiento entre los liderazgos opositores en varias entidades.

Por ahora, lo que ha quedado demostrado es que MORENA no es invencible, pero que la mejor alternativa por ahora para enfrentarlo es que pueda estructurarse y consolidarse una alianza opositora más amplia, más firme y claramente integrada por los partidos de la oposición y los ciudadanos, que tenga a la vez mensaje, efectividad y capacidad de movilización. Queda por verse si verdaderamente será posible que los actores partidistas y ciudadanos puedan construir una alternativa de esa clase.

¿Qué esperar políticamente hacia el 2024?

La mañana del 7 de junio, el presidente de la República salió a decir que estaba “feliz, feliz, feliz”, por el resultado de las elecciones. Cómo no habría de estarlo si otros gobiernos en las mismas circunstancias han caído por el voto de castigo en muchas partes del mundo. La felicidad presidencial estriba en que libró electoralmente la crisis económica que causó, la polarización social que alimenta, la incapacidad de un gobierno que no funciona y su pleito interminable contra las instituciones, las empresas y los ciudadanos libres del país.

La felicidad presidencial y las declaraciones de la dirigencia de MORENA también esconden la muy probable radicalización del presidente quien previsiblemente elevará el tono de sus ya de por sí violentas expresiones políticas que acostumbra cuando la oposición rechace sus iniciativas de reforma constitucional, sus demandas de juicio político contra gobernadores no morenistas o el nombramiento de nuevos consejeros en el INE, que requieren de la mayoría calificada que ya no tiene.

Podemos adelantar que desde ahora y hasta el fin del sexenio el monstruo se tornará aun más estridente. El juego presidencial de la polarización y la provocación seguirán siendo su estrategia favorita, porque ahí es donde fabrica las enemistades y resentimientos que lo legitiman ante un pueblo y una clientelas que subsisten con poco pan y mucho circo.

La mayoría simple que conserva MORENA y la prolongación de las crisis económica, de inseguridad y sanitaria que asolan al país, agotarán las ya muy escasas reservas financieras que le quedan al gobierno y con ello intensificará sus presiones contra el Banco de México, podrá intentar la confiscación del dinero ahorrado en las AFORES, sin entender que no es un depósito disponible sino una inversión en activos que no es de libre disposición, o incluso, verse obligado a incumplir una más de sus promesas y optar por una reforma fiscal para subir los impuestos.

Todo eso si puede hacerlo MORENA con la mayoría simple que conserva y queda claro que la ruta en ese sentido es que, a menor respaldo popular por la prolongación de la crisis, más dinero requerirá el bloque obradorista para operar y movilizar el voto, como una las dos opciones del populismo para competir en el 2024: la otra opción, que se hizo presente en forma velada en algunos estados en esta elección, resulta ser todavía más siniestra: es la violencia que mata candidatos, que violenta procesos y que contamina a la política con fuerzas extrañas que defienden intereses criminales y antisistémicos.

Por el lado de la oposición, está por verse que la Alianza se mantenga firme los próximos tres años: una vez que cada partido ha obtenido ya sus rendimientos medidos en curules y puestos de elección, faltará ver que se defiendan del embate morenista por cooptar a varios de los suyos por las malas o por las peores, además de no solo ocuparse del día a día del Congreso o de sus movimientos internos para las elecciones de 2022 y 2024.

Se sigue extrañando un mensaje alterno al de López Obrador, un programa construido con fundamento en causas correctas, un discurso que sea a la vez convincente con razones y entusiasta con expectativas. Y la complejidad de esto radica en que hay muchas voces, muchas mentes y muchas posturas que tratan de generarlo a partir de su propia visión como si no existieran las demás.

Además, hay que tener en cuenta que si bien se ha mantenido una lógica opositora entre PAN, PRI, PRD y MC en los últimos tres años, son claras las diferencias de criterio y los intereses de grupo que chocan ente ellos como los ya referidos en Nuevo León y Baja California.

Y si a estas situaciones complicadas se le añade la urgencia de la incorporación y participación de los ciudadanos, en una ecuación que podría incluir la aparición temprana de un eventual candidato opositor surgido de la ciudadanía, parece ser urgente que los partidos se pongan de acuerdo de una vez y no esperen a que transcurra el tiempo y que llegue la coyuntura del segundo semestre de 2023 para decidir al cuarto para las doce cómo afrontarán la madre de todas las batallas democráticas que es lo que terminará siendo la elección presidencial de 2024.


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