Políticos chafas…

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Atravesamos como país momento difíciles, y cuando esto sucede hay que darle espacio a la reflexión y a la serenidad. Tenemos que repensarnos y otear el futuro que queremos para nuestros hijos, nuestros nietos y todos aquellos que vendrán después, porque la vida sigue. La simpleza generalizada es culpar al gobierno de todos los males que nos aquejan como sociedad, que en mucho carga con ello, pero también están la desmemoria y el lavado de manos de los gobernados, entre otros factores a considerar para explicar nuestra realidad.

La política y los políticos son mirados con desdén, rechazados. Cuanto tenga que ver con la actividad no goza de ninguna simpatía. Llueven los reclamos y las palabras y frases altisonantes para referirse a todo ello. Hoy se exhiben a los cuatro vientos las miserias y ruindades de quienes han hecho de la política algo despreciable. Esta semana en lo particular  el informe de la Auditoría Superior de la Federación ha puesto al descubierto desvíos millonarios de distintas instancias gubernamentales, apenas del 2013. Más mugre para retratar la corrupción que impera en la República.

Está in crescendo una especie de populismo mediático que colma las páginas de los diarios a lo largo y ancho del país, y satura los noticieros televisivos y la radio. Y es que político que no sale en las noticias no existe, según los cánones establecidos. Aunque sea pura basura lo que de él o ella se diga. Y contribuyen a ello los mismos políticos. El cruce de insultos y descalificaciones que se recetan a diestra y siniestra es la comidilla de las columnas de los informativos y de las redes sociales que circulan en Internet.

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No es el rigor argumentativo el que “vende”, sino la confrontación y el escándalo, y más si proviene de miembros de un mismo partido político. Me dice un buen amigo periodista que quienes nos dedicamos a la política la hemos “acorrientado”, “la han vuelto chafa, parecen más integrantes de la farándula que políticos”. Expresión textual.

“Han perdido mesura, me recalca, se han abandonado en la liviandad”. Y tiene razón, esa liviandad es mercancía de consumo inmediato, la paga el morbo de quien la escucha para dar cuenta de quién hace tiritas a quién. Los editoriales y noticias serias no son del gusto del grueso de los oyentes o de los lectores, lo que cotiza son los chismes, los rumores esparcidos por “el fuego amigo” – así se llama hoy la insidia – las grabaciones telefónicas robadas. Hablar pestes del adversario fascina a quienes gustan de estas miserias. La decadencia planea en nuestras cabezas, nos negamos a devolverle a la política su dignidad y su prestancia, se privilegia el marketing y no las convicciones de quien la concibe como el mejor instrumento para generar bien común. Hay una agonía motivada por la voracidad de las élites y su rompimiento con los intereses de la nación para dar paso a los de grupo, de burbuja, de personas. El dinero y las posiciones son los que mandan y definen quién gana o quién pierde una elección, se acabaron la trayectoria, el espíritu de tesón, la competencia en buena ley. No hay principios éticos que vivir, ese “olvido” provocó la caída de Roma y detonó revoluciones en 1789, y en casa las de 1810 y 1910.

Hay quienes viven del desplome de los valores y son los que ocupan los sitios desde los que se toman decisiones trascendentales para el presente y el futuro de un país. Todo “se puede y sin consecuencias”. 

¡OJO! es hora de empezar a generar olas de indignación y denunciar el acoso de los mercaderes. Es tiempo de aprender a diferenciar entre los sinvergüenzas y los probos. Tal vez el punto clave está en darle vida al viejo dicho de que “el valiente vive hasta que el cobarde quiere”, y que el miedo les empiece entrar hasta por los talones a los “livianos”.


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