No hay que ser cácaro de cine

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AyuntamientoEl pulso ciudadano se toma allí: en municipios y delegaciones.

“Curiosamente, los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado”.

                 Alberto Moravia.

 

La palabra ayuntamiento proviene del latín adiunctum y ésta a su vez de adiungere: juntar, unir a dos o más individuos para formar un grupo para representar el interés ciudadano (poder público). En México y en muchos otros países su equivalente es el municipio. Por lo que concierne al Distrito Federal, esta entidad es la delegación. Se trata de la primera autoridad política a la que los ciudadanos debemos recurrir para que desde el poder público se atiendan y resuelvan los problemas de nuestra comunidad. 

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En palabras del finado doctor Arnaldo Córdova (“la nación y la Constitución, México, claves latinoamericanas”), el municipio es la primera institución política que envuelve y define la vida privada y pública de cualquier ciudadano. “Es natural, escribió Arnaldo Córdova, que el ciudadano vea en el municipio, en primer término, la comunidad en que él y los suyos se encuadran para vivir la vida en sociedad y, en segundo término, el órgano de poder sobre el cual tiende a influir y sobre el cual tiende a representarse él mismo”.

No hay, pues en la vida democrática nacional espacios de mayor acercamiento entre el poder público y el ciudadano que los municipios y, en el caso del Distrito Federal, sus 16 delegaciones políticas. Ello incluye tradiciones, costumbres y formas de vida de una comunidad. Lo afirmo por la experiencia propia que me honró mientras fui jefe delegacional electo en Benito Juárez (2006-2009). 

El pulso ciudadano se toma allí: en municipios y delegaciones.

A partir de ese espacio, el Estado nacional y las entidades que integran la Federación empiezan a ser instancias difusas, distantes para el ciudadano común. Se me ocurre que tal vez esta sea la causa que orilló al escritor y periodista italiano Alberto Moravia, fallecido hace ya 24 años, a escribir: “Curiosamente, los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado”. Y ello no obstante, que el presidente municipal o el jefe delegacional, representan la autoridad en la que se concreta la personalidad y la voluntad del municipio o delegación, y por conducto de la cual se ejerce el poder público.

El alcalde y el jefe delegacional constituyen la autoridad cercana a la mano. Representan el poder al que los ciudadanos confiamos todo en las urnas electorales: confianza, representación, espacio de vida y convivencia local o comunitaria, uso honesto y transparente de dineros públicos, bienestar, oportunidades, seguridad, etcétera.

De ahí la importancia de cuidar esa enorme confianza, esa enorme responsabilidad que implica el ser depositario de la representación ciudadana, particularmente en el estrato más importante de la función pública, que son los municipios y las delegaciones políticas del DF.

Quienes se asumen con vocación para la función pública y obtienen para ello el voto ciudadano, no pueden, no deben desvirtuar esa altísima responsabilidad con conductas  reprobables, dilapidación de los recursos públicos, arrogancia y soberbia (pecados capitales de todo servidor público), e ineficiencia ante una ciudadanía que, por encima de todo, votó esperanzada en el cumplimiento de las promesas hechas.

 No es de sorprender entonces, la rechifla ciudadana contra el servidor público que se comporta como lo hacía el cácaro en cine de barrio: primero te cobra la entrada y después te cambia la película.


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