Es increíble hasta dónde ha llegado la soberbia del presidente de México que, tras haber destapado a lo que llamó “las corcholatas” de su partido, la semana pasada pretendió destapar a las de la oposición.Develar a las y los aspirantes de su propio partido ya era suficientemente pretencioso, porque implicó mostrar cínicamente su liderazgo absoluto sobre el mismo, ningunear a la dirigencia, y afirmarse como decisor único; pero asumir que también puede dictarle nombres a la oposición es desquiciado, es llevar a otro nivel la tan criticada facultad metaconstitucional que tenían los presidentes emanados del PRI hegemónico, de nombrar a su sucesor.Más que una transformación, el presidente busca una restauración, la restauración del régimen autoritario de la segunda mitad del siglo pasado, con todo y su estilo populista, echeverrista y lopezportillista, y su modelo de partido casi único. Sueña con el retorno de la presidencia imperial, y quizá incluso del Maximato.Así, con absoluto desparpajo, enunció en la mañanera los nombres de las 43 personas que él considera aspirantes a la presidencia por la oposición.Quizá intentaba desviar la atención de la vapuleada que ha recibido con motivo de la publicación del Rey del Cash, pero si así fue, esta vez el experto en cortinas de humo no lo logró su cometido, el aporreo continuó.La otra explicación de su proceder podría estar en la intención de fijarle la agenda a la oposición, generarle confrontaciones internas, y exponer antes sus propias huestes a quienes considera sus detractores para su correspondiente lapidación política. De ser este el propósito, está por verse si tuvo éxito. Efectivamente podríamos estar viendo muy pronto un proceso de seguimiento puntual de todo lo que digan y hagan estas personas para exponerlas a la crítica y a la descalificación.No deja de llamar la atención, por otro lado, que el presidente cerrara esa lista justo en 43, una cifra que las y los mexicanos, por esa herida que no cierra, subconscientemente asociamos a personas desparecidas o muertas. Si la cifra tuvo esa intencionalidad, hablaría, además, de una perversidad muy singular.Y la otra cosa que llama la atención es su integración. Por una parte, están los nombres de quienes tienen que estar ahí “de cajón”, porque han expresado públicamente su intención de contender, o porque son líderes de partidos opositores, o porque suelen aparecer en las encuestas, como Lilly Téllez, Damián Zepeda, Xóchitl Gálvez, Ricardo Anaya, Santiago Creel, Romero Hicks, Mauricio Vila, Enrique de la Madrid, Beatriz Paredes, Ruiz Massieu, Silvano Aureoles, Marko Cortés, Alito, Dante, Claudio X, Gustavo De Hoyos, Colosio, etc.; pero por otra parte, hay nombres de personas que nadie, o casi nadie, ha considerado como sucesores de López Obrador. Estos últimos son los que más llaman la atención porque, con su inclusión, parece que inconscientemente el presidente nos está revelando sus más íntimos temores. Pongo tres ejemplos:
- Los tecnócratas. El retorno de los economistas neoliberales sería el fracaso total de su transformación, el rechazo drástico y el final abrupto de su proyecto. Por eso están ahí Agustín Carstens y José Ángel Gurría. Cualquiera sería su peor pesadilla.
- Los opinadores. El presidente aborrece la crítica, y odia la burla, por eso incluye al periodista crítico Carlos Loret de Mola, y al humorista sarcástico Chumel Torres. En principio, considerar presidenciable a este último parecería una broma, pero el presidente sabe que, en situaciones de hartazgo social, suelen surgir liderazgos de los lugares más insospechados, como el periodismo crítico o la comedia política, precisamente. Ahí están como ejemplos el periodista Boris Johnson del Reino Unido, o los cómicos Zelensky de Ucrania, y Jimmy Morales de Guatemala, que luego encabezaron los gobiernos de sus países.
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