Es ocioso discutir si fue primero el huevo o la gallina. Debemos esperar que la ciencia avance y nos diga las mutaciones genéticas que hayan tenido esos plumíferos a través de milenios. Lo cierto hasta hoy es que el cacareo de las sufridas gallinas es acompañado por la doble, noble y placentera tarea del gallo: lograr la fertilidad del huevo y despertar a los rancheros al despuntar el alba.
También será inútil, en materia política, y sin nobleza ni placer, dar importancia a lo que carece de ella. Por ejemplo, optar por la tesis de quienes sostienen, con buenas razones, que para lograr la unidad y concordia nacionales se requiere primero abatir la corrupción y la impunidad; frente a los que aseguran, no sin argumentos, que precisamente la unidad y la concordia son presupuestos para enfrentar con éxito los referidos pecados sociales.
Sea como fuere, es verdad indiscutible que quienes desempañan cargos públicos surgen de la sociedad, y que sus virtudes y defectos se han forjado en el crisol de la propia comunidad nacional.
En cada funcionario —juez, administrador, legislador, auxiliar o lo que sea— hallaremos de manera individualizada rasgos característicos del ser y del modo de ser del mexicano. Conocemos servidores públicos, de alto o modesto rango, que día a día dan prueba de su honestidad, de su capacidad y de su amor a México; como también los hay que cotidianamente dan prueba inequívoca de lo contrario.
Por eso es una falacia, engaña-idiotas, culpar de todos nuestros males a la “clase política”, haciendo caso omiso de lo que los ciudadanos hacemos mal o de aquello que, debiendo hacerlo, dejamos de hacer. Más grave, aún, si la imputación proviene de quienes se han beneficiado y se siguen beneficiando de prebendas ilegales y de la realidad que critican.
No nos engañemos: los espacios donde se ejerce el poder y se dispone del dinero son los preferidos por los corruptos, pero en tales lugares no nace la maldad humana; ahí solamente se potencializa. La bondad y la maldad tienen raíces muy profundas en las familias, las escuelas, las iglesias y la vida social toda. En pocas palabras, el bien y el mal en las conductas de los hombres tienen fundamentalmente orígenes educativos y culturales. Al materializarse en la vida pública solamente comprueban su existencia, pero no su origen.
Hablar de pueblos virtuosos y gobiernos malvados es la puerta falsa por donde entran los demagogos bribones, y de salida para quienes buscan eludir sus propias responsabilidades.
Si con motivo de los procesos electorales del año en curso las autoridades, los partidos políticos, los candidatos (sean o no “independientes”) y los ciudadanos en general asumimos como deber impostergable abatir el egoísmo, el odio y la pereza, daremos un golpe certero a la corrupción, a la impunidad, a la violencia y a la pobreza.
Solo así podremos enfrentar, con orgullo nacional, los desafíos de un mundo en el que prevalecen el odio y la feroz competencia.
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