Las banderas de México

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La fotografía en la que en el marco de la Cumbre de Líderes de América del Norte celebrada la semana pasada aparecen los presidentes Enrique Peña Nieto, Barack Obama y el primer ministro canadiense Justin Trudeau es la expresión de una decisión de política exterior asumida por México en los 80 de privilegiar la relación con los Estados Unidos y Canadá. El mensaje del presidente Peña al final del evento en el que comunica que los tres países “reafirmamos la decisión de trabajar juntos, con visión y decisión para avanzar en la integración económica de América del Norte”, no es más que la confirmación de aquella decisión.

El Tratado de Libre Comercio de América del Norte estableció las bases de la integración económica de nuestro país con los vecinos del norte y ha propiciado el fortalecimiento de las relaciones a partir de una mayor cooperación en muy diversos ámbitos. Su entrada en vigor en 1994 aunada a nuestro ingreso a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos generó una percepción de separación de los países de América Latina y el Caribe. Luego, y por causas varias, el liderazgo de México en la región decayó. Si bien se han impulsado otros mecanismos de integración con países latinoamericanos, como la Alianza del Pacífico, hace falta una decisión política y un esfuerzo mayor si se quiere revitalizar la presencia de México como un actor con influencia en nuestra región.

En un artículo publicado esta semana por el presidente Peña intitulado Un puente entre América del Norte y América Latina se entiende que México es o, diría yo, puede ser ese puente porque si no hacemos nuestras las banderas de otros países latinoamericanos, o no lo hacemos con mayor determinación difícilmente podremos ser verdaderos interlocutores. Por ejemplo, nuestra relación con los Estados Unidos y Canadá debiera ser una que les sirva en mayor medida a nuestros vecinos de Centroamérica para afrontar la migración.

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El número de desplazados, refugiados y migrantes provenientes de esos países lejos de disminuir va en aumento y México siendo un país tanto receptor como expulsor debe asumir una posición más allá de las salas de negociación de los organismos internacionales. La formación de un bloque de países que promueva compromisos multilaterales con los países receptores sería un buen comienzo. Claro está que el liderazgo moral sobre cualquier asunto sólo lo da la congruencia, por lo que México tendría que empezar por garantizar el mismo trato a quienes pasan por nuestro territorio que el que exigimos para los nuestros en otros países.

Las políticas de seguridad y combate al crimen organizado claramente son otra área de oportunidad. Si bien estamos aún muy lejos de ser campeones de la integridad, las reformas recientemente aprobadas por el Congreso que crean el Sistema Nacional de Transparencia y el Sistema Nacional Anticorrupción nos dan por fin un buen punto de partida. Sin exagerar, me atrevo a decir que al nivel del diseño institucional y más aún si se implementan exitosamente, ambos sistemas pueden ser un referente en la región e incluso en el mundo, como lo fue en su momento el Instituto Federal Electoral. Aquí cuatro banderas que propongo que México abrace para contribuir al desarrollo de la región, gane liderazgo y pueda ser realmente un puente entre América del Norte y América Latina.


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