¿La desaparición de los intelectuales?

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Un interesante libro sobre el intelectual en México ha comenzado a circular. Se trata de El intelectual mexicano: una especie en extinción, de Luciano Concheiro y Ana Sofía Rodríguez (Ed, Taurus). Vale la pena acercarse al libro por dos razones principales: los autores son jovencísimos (no llegan a los 25 años) y porque contiene una interesante serie de entrevistas con personajes de públicos representativos de lo que conocemos como nuestra intelectualidad: Enrique Semo, Emmanuel Carballo. Vicente Leñero, Roger Bartra. Héctor Aguilar Camín, Juan Villoro, Juan Ramón de la Fuente, Jorge Castañeda, José Woldenberg y varios más. Sorprende, por lo mismo, la inclusión de Elenita —aunque tratan de justificarlo en la introducción—, ya que las ideas de la señora nunca han sido, por decirlo de alguna manera, interesantes.

Como todo buen libro que se trata de intelectuales lo más interesante son los múltiples chismes que contiene. Los ataques personales, los desprecios vistos a distancia, el coraje almacenado por años, la envidia babeante por el éxito ajeno, la confesión que involucra a tal o cual en determinada bajeza, el señalamiento de que fulano, perengano o todo el grupo se vendieron, cosas de esas que son lo que verdaderamente interesa en este país de lo que dicen los intelectuales.

Particularmente enriquecedora en ese sentido es la participación de Huberto Batis que, entre otras cosas, narra cómo corren de la UNAM a Juan Vicente Melo y a él. A Melo lo acusan de ser «un corrupto, violador de jardineros, borracho y ladrón». Batis pregunta qué se robaba y le dicen que «cajas de clavos», además de cajas de ginebra de las cuales varias le habían llegado al propio Batis, por lo que era «parte de la corrupción y los borrachos». A José de la Colina «lo encontraron en su escritorio en el momento en que se le había caído un lápiz» y al levantar el acta pusieron que se encontraba «agazapado en su escritorio». Esas y otras vicisitudes intelectuales son narradas con precisión. Lorenzo Meyer, por ejemplo, recuerda que estaba en el Excélsior de Regino Díaz Redondo «de manera un poco humillante, pero la vida requiere a veces de ciertas humillaciones». Después cuenta cómo es que de pronto de pagarle 50 pesos por artículo le «pasaron a dar 900». ¡Ah, la suerte de los intelectuales!

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Por supuesto hay algunas consideraciones dignas de reflexión como que para los autores «los intelectuales son cosa del pasado», que su lugar ha sido ocupado por expertos y tecnócratas. Se preguntan si el intelectual terminará en articulista o si tiene posibilidades todavía como aquellos que plantean las ideas «profundas, abstractas y sistemáticas». No hay respuesta clara, pero por lo mismo hay que agradecer a los autores plantearse las preguntas y buscar las formas de contestarlas.


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