La dama de los alcatraces

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He estado en Oaxaca muchas veces. Su capital es de ensueño, la plaza en la que se yergue majestuosa su principalísima iglesia: La Soledad, llena del encanto único de la provincia, sombreada por los árboles milenarios y arrullada por la música de las marimbas que suenan y suenan desde la arquería de los edificios con los que hace vecindad, con el “Dios Nunca Muere”, de Macedonio Alcalá. Me gusta ir a su mercado y disfrutar del tasajo y de los frijoles negros aromatizados con hojas de aguacate y las tortillas calientes recién saliditas del comal, que son manjar de reyes al degustarse. Y no me pierdo comprar siempre que voy, vestidos típicos de esa tierra sureña, y que para mi gusto son los más hermosos de México.

Montealbán, su majestuosa pirámide; Mitla, el impresionante cementerio zapoteco. Todo eso y más es Oaxaca. Pero en donde nunca he estado es en Santa María Quiegolani, último pueblo zapoteco de la sierra sur de Oaxaca, que colinda con la zona chontal. En español, Quiegolani, quiere decir  “peña tallada”, pero otros dicen que su significado es “dentro del río”. Al margen de lo que el nombre quiera decir, Quiegolani es uno de los 418 municipios oaxaqueños que eligen a sus autoridades bajo el esquema legal de los “usos y costumbres”. De tal suerte que si en el esquema que rige al País en general hay  inconformidades pre, en y post electorales, pues allá se les triplican.

Eufrosina Cruz Mendoza es de Quiegolani. En su tierra, las mujeres no son iguales que los varones, aunque el artículo Cuarto constitucional así lo mandate. Las mujeres son seres invisibles, ni las ven, ni las oyen, aunque existan. 

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Desde que son niñas deben trabajar, levantarse antes de que salga el sol, cocer el nixtamal para echar tortillas, limpiar la vivienda, hacer la comida, ir por leña para alimentar el fogón. Su misión es servirle a los varones, primero a sus padres y hermanos y luego al marido. A los 12 años las casan, el novio se los escoge el papá, y a partir de ese momento se repite el ciclo ancestral: tener hijos por montones y miseria tras miseria. Las mandan a la escuela básica: primaria, y nada más, para no tener problemas con la autoridad. Pobreza y machismo son dos cruces muy pesadas.

Eufrosina Cruz, se negó a cargar con ellas. Su historia de vida es extraordinaria. Solo el carácter, la fe en sí misma y la fuerza de sus convicciones, explican el tamaño de su proeza. Me constan, tengo la fortuna de conocerla, fuimos compañeras diputadas en la 62 Legislatura.

A los 11 años dijo a su padre que ella no quería casarse, que quería estudiar. La ira no se hizo esperar ante semejante atrevimiento, pero Eufrosina no se amilanó, finalmente accedió a que se fuera, pero la condición fue contundente: No hay ninguna ayuda. Y no la hubo. Diez horas caminó, y con mucho miedo, desde Quiegolani hasta el pueblo más cercano para emprender lo que se había trazado. ¿Sí pondera usted el tamaño de la decisión tomada por una niña de 12 años? ¿La fuerza interior que se necesitaba? Porque además de la edad, ni siquiera hablaba español con fluidez, ni nunca había salido de su comunidad. Y se fue y trabajó y estudió de manera simultánea, y acabó secundaria, y enseguida la preparatoria en Oaxaca capital, con el mejor promedio de su generación. Y luego la universidad. Eufrosina sabe de discriminación, la ha vivido en carne propia, no de oídas. Fue blanco de burlas por su acento y por su pobreza, fuera de su pueblo y en su propio pueblo ¿Sabe por qué? Porque tenía estudios y soñaba con ser más. Cuando iba de vacaciones el espíritu se le rebelaba, la voluntad se le encendía, porque en Quiegolani, todo aquello por lo que ella se había ido, permanecía exactamente igual. Y decide entonces, que eso tenía que cambiar. No sabía con claridad cómo iba a conseguirlo, solo que tenía que hacerlo. Y lo hizo. Y con creces. Se movió y movió e inició su revolución de los alcatraces. 

Buscó la Alcaldía y la ganó, pero el machismo se la arrebató. Pero no se sentó a llorar, ni a lamentarse. Peleó por ella, no gobernó, pero fortaleció su voluntad y movió conciencias y rompió esquemas, mitos y consejas, y demostró que sí se puede ganarle a la adversidad. La niña de Quiegolani, “La China”, como le dicen en su pueblo, fue Diputada local y Presidenta de la mesa directiva del Congreso de Oaxaca, y hasta el 31 de agosto de este año, Diputada federal. Y tiene reconocimiento internacional por su lucha a favor de las mujeres que no tienen voz, pero sí una inmensa necesidad de equidad y justicia. Y ahora a Eufrosina, ya se le abren las puertas, todas las que antes se le cerraban, porque se empeñó en que así sucediera. Su revolución de los alcatraces – calas en Oaxaca – está viva. 
Todavía pesa como plomo la discriminación, todavía hay un largo camino que recorrer para que verdaderamente, en los hechos, se refleje que en este País el piso es parejo para mujeres y hombres, y que no hay diferencias para alcanzar los sueños y volverlos reales. 

Hoy está Eufrosina Cruz de visita en Saltillo, y nos va a compartir de viva voz su odisea de vida y cómo se le hace, contra viento y marea, con toda la adversidad de frente, para no dejarse avasallar y realizarse a plenitud como ser humano.


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