La anulación de la elección de Colima y el huracán Patricia

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A qué grado no habrá llegado la desconfianza en los asuntos públicos –y aun privados- de todo tipo, que ahora ¿o quizá desde siempre y no nos habíamos dado cabal cuenta? la suspicacia lo invade todo. Es como un ingrediente imprescindible de la vida nacional. Aparece por aquí y por allá, en todos lados.

Por ello, a nadie sorprende ya que si alguien con claro sentido común afirma algo, de inmediato y hasta de manera inconsciente los demás tratarán de encontrar una razón oculta que le ha impedido negar, en lugar de afirmar. Algo se trae éste, dirán de plano algunos.

Considerarán que es porque le tiene cuenta, pretende cierta ventaja o trata de engañar en su beneficio. Si otro dice blanco, de inmediato se especulará por qué no dijo negro. En fin, estamos frente a una realidad.

Dos episodios recientes nos ilustran de bulto que efectivamente así es la cosa. Ocurrió ese par de acontecimientos casi de manera simultánea.

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Uno fue el huracán Patricia que azotó las costas occidentales del país y el otro la anulación de las elecciones para gobernador de Colima, dictada por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.

Desde luego no son esos los únicos acontecimientos de los días que corren que se prestan a la suspicacia, pero sí los que quizá mejor pueden ejemplificar esa irrefrenable tendencia a la desconfianza.

Sobre el huracán Patricia se divulgó la versión de que éste se había aprovechado en Los Pinos para diseñar una estrategia mediática, a fin de levantar la muy deteriorada imagen presidencial. Al efecto, se dijo, fue necesario magnificar la fuerza del ciclón. Se le pronosticó como el de mayor magnitud en toda la historia del mundo. Como es de suponer, la población se atemorizó. Y desde luego cobró conciencia de lo que podía esperarle. El paso siguiente consistió en divulgar ampliamente que todo estaba previsto para proteger adecuadamente a las familias eventualmente susceptibles de ser afectadas. Y por supuesto en medio de todo ello la presencia permanente de la figura presidencial, para ganar bonos ahora que tanto los necesita.

¿Qué pensar de lo anterior? En principio que en estos casos nunca está de más excederse en las previsiones. Imaginemos por un momento que se haya errado por omisión y el Huracán sido efectivamente de la magnitud anunciada, las críticas habrían sido verdaderamente feroces.

Si el plan mediático existió, como parece indicarlo la constante presencia del ejecutivo en los medios, pésimo. Por eso la suspicacia está en los altos límites que le conocemos.

También se ha especulado que la anulación de los comicios del pasado julio para gobernador de Colima fue el pago para que los senadores panistas voten, de entre las ternas que envíe, a quienes dos quiere el presidente Peña Nieto ver convertidos en nuevos ministros de la Suprema Corte. No se sabe a ciencia cierta quien tuvo a bien inventar y echar a circular esta ocurrencia. En las próximas semanas sabremos si esta versión tiene algún sustento o sólo se trata de un rumor irresponsable.

El hecho cierto es, resultado tal vez de lamentables experiencias del pasado, que el país parece vivir en una permanente “feria de las desconfianzas”, como alguna vez dijo Jorge Carpizo con relación a los procesos electorales. El problema es que sobre esta base no se pueden construir acuerdos políticos serios y duraderos, de los que está muy urgida nuestra vida pública. El quid está en que es muy fácil perder la confianza y luego muy difícil su recuperación.


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