Si nos atenemos a los resultados de encuestas recientes, el país tiende a volverse bipartidista, al menos de cara a los comicios del próximo 7 de junio.
PRI y PAN dominan claramente las intenciones de voto, ambos con preferencias que superan 25 por ciento.
El llamado de la dirigencia panista de darle utilidad al sufragio podría incluso acrecentar esa tendencia.
El Partido Verde ha decidido desde hace tiempo atar su suerte a la del PRI y no tendría por qué cambiar de estrategia en el corto plazo, pues es una de las fuerzas políticas que más ha crecido.
Por otro lado están la izquierda y el resto de los partidos políticos, muchos de los cuales seguramente batallarán para mantener el registro electoral.
Tras de la creación de Morena como partido, la izquierda sufrió una atomización que podría tener como resultado la peor actuación de ese espectro político en elecciones recientes.
Probablemente entre todas esas fuerzas, que han dejado de actuar de manera coordinada, apenas alcancen los 25 puntos que el PRI y el PAN parecen tener asegurados, según las encuestas.
Por supuesto, Morena, como nueva fuerza política en las boletas, obtendría una proporción inusitada de votos, incluso superior a la que consiguió el Partido Comunista en su primera incursión electoral, en los comicios intermedios de 1979.
Sin embargo, el PRD podría terminar debajo de 15%, si los sondeos están en lo correcto.
Ante este panorama, Nueva Izquierda, la corriente hegemónica del PRD, está haciendo una apuesta por concentrar sus candidaturas en personajes que ofrezcan al partido un máximo de lealtad en la próxima Legislatura de la Cámara de Diputados. Los llamados Chuchos no quieren militantes de ocasión o rebeldes potenciales en su bancada, que seguro coordinará Jesús Zambrano.
Un esfuerzo por lograr eso se notó el fin de semana durante el tercer pleno extraordinario de su noveno Consejo Nacional, en el que los representantes de Nueva Izquierda cerraron filas e impidieron que personas no alineadas con su corriente obtuvieran algunas de las candidaturas que, por su lugar en las listas plurinominales, dan pase automático a San Lázaro.
No sólo quedó fuera de las posibilidades de ser diputado por el PRD el exjefe de Gobierno capitalino Marcelo Ebrard, con quien los Chuchos tienen mala sangre desde que se dejó derrotar por Andrés Manuel López Obrador en la lucha por la candidatura presidencial de 2012. También fueron excluidos algunos aspirantes externos que pretendían un lugar en las listas.
Queda claro que Nueva Izquierda quiere una bancada químicamente pura en la próxima Legislatura de la Cámara de Diputados.
Durante una plática reciente, algunos miembros de esa corriente lamentaban que el PRD hubiera dado muestras de desunión en sus filas, especialmente entre sus legisladores federales.
Ya no quieren diputados que no se cuadren con su coordinador parlamentario ni jefes de bancada que se vayan por la libre. En las oficinas de Benjamín Franklin hay una evidente apuesta por la disciplina.
También la hay por superar la etapa en la que los mejores cargos de dirección partidista y de representación popular caían en manos de políticos que surgieron del PRI.
En Nueva Izquierda llevan cuentas exactas: de 15 gubernaturas (o jefaturas de Gobierno) ganadas por el PRD en las urnas en ocho entidades desde 1997 solamente dos fueron para militantes originados en la izquierda: Amalia García, en Zacatecas, quien surgió del Partido Comunista, y Graco Ramírez, quien salió del PST. Los demás gobernadores debieron al PRI su incursión en la política.
Ahora que López Obrador se ha ido con su fiesta a otro lado, y que Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y otros prominentes expriistas que fundaran el PRD tampoco están en el partido, los Chuchos quieren despriizar al perredismo.
Eso —creen— les ayudará a mostrar que los tránsfugas del PRI están en otros lados. Por ejemplo, en Morena y en Movimiento Ciudadano.
El PRD vivió sus mejores tiempos cuando los perredistas se olvidaron aparentemente de sus orígenes y tenían una agenda común.
Pero esos tiempos ya pasaron. La izquierda está hoy atomizada y relegada por el electorado. Veremos si resulta la apuesta de los Chuchos.
Apuntes al margen
En su columna de ayer, el escritor Héctor Aguilar Camín llegó, por su cuenta, a un cálculo muy semejante del dinero que dejó al país la bonanza petrolera al que arribé yo y publiqué en este espacio el 9 de diciembre pasado (“Petróleo: la maldita dependencia”). La renta petrolera nos dio un billón de dólares (un millón de millones, cifra ajustada) y es una tragedia que esa suma se haya dilapidado sin dejarle casi nada bueno al país.
Durante los 40 años que nuestra balanza petrolera fue superavitaria (hoy ya no lo es), construimos sólo dos presas de grandes dimensiones: Aguamilpa y El Cajón, ambas en el cauce del río Santiago, en Nayarit. Las otras fueron construidas antes de que explotáramos los grandes yacimientos de crudo de la Sonda de Campeche que nos convirtieron en potencia mundial.
Ajustado a la inflación, el costo de construir la presa El Cajón fue de 900 millones de dólares. Es decir, el dinero de nuestra bonanza petrolera hubiera alcanzado para construir más de mil presas como esa. Y ya no hablemos de escuelas y otras obras de infraestructura perdurables. ¿Qué nos ha dejado, en cambio, la explotación de un recurso del subsuelo que se agota y hoy se vende a la mitad del precio de hace un año? Sobre todo, deuda y corrupción.
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