¡Ay, la mesquindad!

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Decía Montesquieu que “los intereses particulares hacen olvidar fácilmente los públicos”. Esta reflexión viene a cuento porque advierto en buena parte de la clase política de nuestro país (a la que pertenezco) una actitud mezquina a la hora de abordar temas relacionados con bienes públicos.

Me anima a hacer este comentario un hecho del que fui testigo presencial la semana pasada con motivo de la presentación del proyecto para el nuevo aeropuerto del Valle de México. Encabezaban el acto el presidente Peña Nieto y el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Miguel Mancera, entre otros. En su intervención, Mancera habló de la importancia de la colaboración entre órdenes de gobierno, más allá de su signo partidario, en proyectos transexenales.

Por su parte, el Presidente reconoció la actitud del jefe de Gobierno y anticipó que no será el propio Peña Nieto quien vea terminado el aeródromo pero que se trata de proyectos de tal envergadura que deben trascender administraciones.

El contraste con esta actitud que destaco de parte de Mancera, es de recordar la de su antecesor y jefe, Marcelo Ebrard. Este individuo, cuestionado severa y merecidamente por el fiasco que resultó ser la Línea Dorada del Metro, se encargó de hacer público y evidente su ánimo de distanciarse del presidente Calderón a quien, por cierto, se refería simplemente como “licenciado”. Siguiendo la línea de quien lo puso en el carril ganador para la gerencia de la ciudad, Andrés Manuel López Obrador, desconocía con esa infantil y majadera actitud el resultado electoral del 2006 por encima y a pesar de las “endiabladas” instituciones.

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Parte de su gracejada era no coincidir en público con Calderón. Se encargaba Ebrard de hacer hasta lo imposible por no darle la mano al Presidente ni aparecer juntos en fotografía alguna. Era parte de la “honestidad valiente” de estos hipócritas. Recuerdo que Marcelo no tuvo más remedio que acceder a compartir espacio, saludo y foto con Felipe Calderón cuando acudió a las exequias de Juan Camilo Mouriño y en las diversas reuniones relacionadas con la atención de la emergencia sanitaria del 2009.

Parte de la mezquindad de la que hablamos se reflejó en el hecho mismo de que Calderón estuvo a punto de no poder rendir protesta en el Salón del Pleno de la Cámara de Diputados. Fue una muy accidentada sesión inaugural que el PRI sigue vendiéndonos caro por haber asistido a la misma e integrado quórum, cual si fuera una gracia y no su obligación constitucional.

En paralelo, en el conflicto postelectoral federal, otro jefe de Gobierno, investido más en carácter de activista que de gobernante, Alejandro Encinas, toleraba la permanencia de un grotesco plantón a lo largo de Paseo de la Reforma. Complacía de esa manera a su líder máximo que, mal perdedor al fin, daba rienda suelta a su ira.

Otro foco de contraste lo encontramos en el Congreso de la Unión. Hoy Miguel Barbosa es presidente de la Mesa Directiva del Senado. El perredista se lo ha ganado a pulso por su actitud republicana e institucional mientras su candidato perdedor a la presidencia sigue transpirando rencor.

El mismo aeropuerto nos presenta otro capítulo de mezquindad. Dice Felipe Calderón en su reciente libro Los retos que enfrentamos (páginas 295 y 296) que en su administración fueron adquiridas miles de hectáreas de terrenos adyacentes al lago de Texcoco para poder ir adelante con la construcción de dicho aeródromo, con dos pares de pistas simultáneas y la posibilidad de un tercer par si se adquiriesen 400 hectáreas adicionales en uno de los vértices. ¿Les suena? Y termina diciendo el ex presidente Calderón que los estudios técnicos respectivos fueron entregados en la transición a la que sería la nueva administración. Es decir, una sana colaboración transexenal entre autoridades saliente y entrante. Pues sí, pero a pesar de ello no ha habido una sola palabra de reconocimiento a la administración anterior y todo lo manejan quienes vinieron a “Mover a México” como si estos proyectos fueran producto de una suerte de generación espontánea y luminosa. Falta de generosidad es lo menos de lo que se les puede señalar.

En suma, la mezquindad de algunos de nuestros actores políticos nos hace recordar a diario las palabras de Montesquieu. Son los intereses personales por encima del bien público los que marcan buena parte de la agenda nacional. Y en ésas andamos. Qué pena.


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