Familias, ¿escuelas de impunidad?

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Desde hace algún tiempo solemos hablar de México y de los males que nos aquejan en tercera persona. Expresiones como “México no tiene remedio” o “no importa lo que hagas, de todas maneras nada va a cambiar”, son afirmaciones que se multiplican a diario en miles de mesas y espacios comunes. En suma, nos quejamos cotidianamente de nuestro país como si fuéramos invitados, y no parte del problema y de su solución.

El México distante y ajeno del que hablamos empieza a construirse o a destruirse por algún lado. Al final de cuentas, nuestro país es el reflejo de lo que en millones de hogares hacemos o dejamos de hacer. Nuestro México es un gran espejo en el que miramos con rabia y frustración lo que nos lastima y a la vez observamos también aquello que nos despierta orgullo y esperanza.

México empieza y termina en cada familia, porque ahí en donde despertamos solemos regresar cada noche con nuestra carga de aliento y también de reclamos y desesperanza. Cada familia tiene su propio gobierno o desgobierno, y justo en esta institución se teje la fortaleza o debilidad de muchas otras instituciones.

La impunidad se estrella cada día en el rostro y en el ánimo de miles de mexicanos que trabajan sin descanso para mejorar sus condiciones de vida, y que son víctimas de abusos, ya sea por parte de autoridades o bien de la delincuencia organizada o desorganizada que actúan con márgenes de libertad y protección negadas al ciudadano.

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Pero, ¿dónde empieza a construirse o a destruirse esta cultura de la legalidad?, ¿dónde están los incentivos para cumplir la ley o simplemente ignorarla sabiendo que el costo a pagar será por mucho menor que el costo de cumplir?

No hay una sola respuesta, pero podemos empezar por el entorno más cercano que es la familia. En hogares donde se vive sin límites, o bien en donde habiendo límites no sucede nada cuando se violentan, tendremos la primera escuela de impunidad. El mensaje de los padres será contundente para sus hijos: aquí puedes hacer lo que te venga en gana y no enfrentarás las consecuencias.

Cuando la tarea escolar y los exámenes le agobian más a la mamá que al hijo o cuando a los “veintilargos” años siguen viviendo en nuestras casas sin obligación alguna, son ejemplos de cómo nos convertimos en maestros de la impunidad. Ya ni hablar del respeto a la autoridad, cualquiera que ésta sea. Los pequeños están aprendiendo que ellos son la autoridad, los que mandan y el placer de la vida radica en gran medida en hacer los que les venga en gana cuando sea, en donde sea y al costo que sea. Eso sí, buscarán que siempre les cueste a otros.

Luego no nos sorprenda que el respeto a la ley sea sólo la excepción. Estamos educando –es un decir– una mayoría que intenta justificar por todos los medios no cumplir con las reglas, si las consideran “injustas”, ya sea por racionalidad o sobrevivencia.

Cultura de legalidad

Visto así, parecería casi imposible construir una solución. Sin embargo, esta madeja enredada y costosa tiene siempre un principio en el respeto a las reglas. Hoy más que nunca debe alentarnos y fortalecer la convicción de que una cultura de legalidad es el único camino para construir instituciones fuertes, familias fuertes, economías fuertes, países realmente soberanos y justos.

La cultura de la legalidad es hermana de la cultura del esfuerzo y del mérito y también del honor, de un sistema más justo y de un piso más parejo para acceder a las oportunidades y lograr la movilidad social. La ilegalidad es el lastre que nos ha impedido lograr una sociedad justa.

Según datos de la Encuesta de Movilidad Social de 2011, 48 por ciento de los mexicanos que nacen en un hogar pobre se mantienen en las mismas condiciones. Eliminar la trampa de la pobreza no sólo vendrá de programas o reformas estructurales, sino de lograr un sistema que premie el esfuerzo y el trabajo. En suma, México dará el gran salto cuando decidamos construir y hacer nuestra, la cultura de la legalidad.

En nuestros hogares se deben dar las primeras lecciones de legalidad. Si hoy somos tolerantes al cinismo y el famoso “me vale”, poco podremos hacer para que nuestros hijos cumplan con las leyes cuando sean adultos.

Para imponer límites a otros habría que empezar por nosotros. Eso es justamente lo que exigimos a nuestras autoridades: cumplir y hacer cumplir la ley.


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