El oficio de Hiriart

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Debo decir que leo a Pablo Hiriart desde hace años. Lo que hace, lo hace a fondo: lo mismo se lanza contra El Peje con singular virulencia que defiende al peñismo contra viento y marea. Ha de haber pasado un amargo fin de semana pensando por qué no le pidieron que donara su vesícula al señor Presidente.

El jueves pasado, en las páginas de El Financiero se publicó la habitual columna del director general de información social y política de ese diario, Hiriart. El título de esa columna fue “No van a poder con Peña”. Apenas vi el título, me llamó la atención la persistencia en el envilecimiento personal del escribiente. Subí un tuit en el que adjunté el texto y mencioné que se trataba de una “oda a Peña”. Hiriart consideró que ese tuit debía ser contestado con una columna en el periódico del que dirige la sección de “información social y política”. La tituló “Los rencores de Zavala”.

Hiriart dice que estoy molesto con el mundo y que no entiende que odie a Peña. Se equivoca. No odio a Peña. Me parece que el odio es un sentimiento muy importante como para andar desperdiciándolo indiscriminadamente. No conozco a Enrique Peña. Me gustaría conocerlo y platicar con él, pero eso es otro asunto. Sucede que el señor Peña es Presidente de este país y como tal, lo que hace o deshace, lo que decide o no, me afecta. Y tengo todo el derecho a criticarlo tal y como Hiriart hace con su derecho a alabarlo. Hiriart, sin duda el más agudo de los voceros gubernamentales, dice que debo estar agradecido con Peña Nieto porque no ha metido a la cárcel a mi cuñado y a sus colaboradores. Anuncia una persecución —tipo Ebrard— contra ese grupo de personas, advierte que saldrán muchas cosas “a flote” porque mi hermana Margarita decidió lanzar su candidatura a la Presidencia y que eso es “inevitable”. Tomo nota de la amenaza oficiosa.

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Hiriart menciona que durante el sexenio anterior perdió la dirección de un periódico por criticar a la maestra Gordillo. Omite decir que se hizo de la dirección de otro diario y que la perdió ya instalado el peñismo porque el dueño decidió hacerle caso a la directora de otro periódico. A saber por qué, pero eso habla del concepto ético en que el dueño tenía a su director.

Después, Hiriart revela que trabajé en Los Pinos con Fox y que me dedicaba a “repartir boletines”. Ah, ese tono clasista, de desprecio al trabajo de los demás nunca sobra para intentar humillar al otro. Sucede que uno de los que recibía esos boletines era el propio Hiriart. Y a la fecha seguramente los recibe con mayor felicidad y entusiasmo. Se sabe: es de frágil “condición humana”.

Hiriart dice que voy a necesitar “argumentos” para cuando venga la embestida gubernamental y que en vez de molestarme debería razonar. Dice que desde que no estoy en la nómina gubernamental (hace más de diez años) soy “un tipo sin oficio ni beneficio”. Espero que entienda argumentos, porque últimamente Hiriart está más cerca de Lily Téllez que de Cicerón. Y en lo segundo tiene razón, pues él sí sabe de las nóminas. En ese sentido es innegable que siempre ha tenido el oficio. Y el beneficio.


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