El INE ante el electorado

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A Juan Molinar Horcasitas.

En los próximos comicios intermedios, en que miles de contendientes habrán de hacer valer sus méritos políticos, se pondrá a prueba cuánto verdadero interés tiene la ciudadanía en la suerte de su país. Lo que más resalta es el desánimo que invade a una proporción importante de los 82 millones de electores respecto del sentido que pueda tener el acudir a las 148 mil 941 casillas para elegir a su candidato de preferencia.

El problema radica en que ninguna de las opciones que los diez partidos presentan al público suscita interés alguno. Es válido decir que nunca antes, ni en las largas décadas que vivió el país en que los resultados de los comicios eran conocidos de antemano, se había presentado tal situación.

Es fácil enumerar los factores que convergen en dicho desaliento. Ante ellos se cuenta la pérdida de prestigio y credibilidad del INE, encargado de organizar los comicios, pero cuyo nacimiento, en perspectiva, fue un craso desacierto.

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Entregados cada uno a sus intereses sectarios, los grupos políticos no quisieron defender la integridad e imparcialidad del Instituto Federal Electoral que, desde su creación en 1990, venía acreditando eficacia. Prefirieron coludirse para sustituir a ese instrumento cuidadosamente diseñado que respondía a las demandas de la sociedad civil, por con la artificiosa reedición llamada Instituto Nacional Electoral que, desde sus primeros pasos, cayó en famosas dificultades de integración que le costaron trabajar acéfalo en sus meses iniciales.

Independientemente de sus decisiones a veces conflictivas, el Instituto Nacional Electoral ha ganado la indeseable fama por los niveles escandalosos de los emolumentos que se recetaron los consejeros, abusando de su autonomía, y a lo que se añade su excedido aparato burocrático, que ubica a nuestros comicios entre los más costosos del mundo.

El asunto no acaba aquí, encima de la grave problemática sociopolítica actual, nos enteramos, ahora, de la extrema vulgaridad con la que, en confianza, se expresa el  titular del Instituto Nacional Electoral. El ínfimo nivel del lenguaje, de frases y su burdo vocabulario callejero es la mayor negación posible del respeto a la multifacética comunidad nacional que su cargo exige.

La clase política intenta encubrir la fechoría alegando que la publicidad que las redes informales han dado a la conversación, evidentemente privada, viola derechos, incluso, constitucionales, de confidencialidad. Eso no es lo importante. Es intolerable, en cambio, para la ciudadanía la sucia mentalidad con que el titular del Instituto Nacional Electoral expresa su burlón desprecio a las comunidades indígenas de  México.

El tono despreciativo del titular del Instituto Nacional Electoral es un mentís total a su compromiso de asegurar a todo mexicano, de cualquier raza o sector al que pertenezca, absoluto respeto y completa solidaridad y comprensión a sus inquietudes electorales.

Es claro el contraste que advertimos con el cuidado y dignidad con que las personalidades que encabezaron el extinto Instituto Federal Electoral supieron tratar su cargo.

Este lamentable incidente refuerza la urgencia de rescatar a las instituciones electorales que con muchos esfuerzos hemos montado sobre los principios de la democracia.

La coyuntura que estamos a punto de realizar con los comicios del 7 de junio debe marcar una nueva etapa para que se evalúe el desempeño de los que habremos de llevar al poder y demandar que cumplan sus obligaciones con honradez, sobriedad, así como  también eficacia.

Sirvan las presentes líneas para resaltar la muy significativa contribución que Juan Molinar Horcasitas, fallecido anteayer, aportó a lo largo de su actuación política, académica y muy particularmente como consejero electoral, a la vida institucional de nuestro
país.

Hasta en los últimos momentos de su larga y muy penosa enfermedad dio muestras de ser luchador incansable por los valores más elevados que requirió el arduo proceso de dotar a México de las instituciones electorales democráticas que no acabamos de aprovechar. Juan Molinar fue ejemplo de firme y valiente congruencia.

La claridad de su pensamiento y su entrega para defender sus convicciones las extrañamos ya desde estos primeros momentos de su ausencia.


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