La finalidad de todo gobernante es ofrecer bienestar a la población. Éste es el criterio para calificar su actuación. La eficacia del gobierno radica en su capacidad para coordinar el variado conjunto de talentos y energías para ese fin. El Presidente de la República no es más que el coordinador de los esfuerzos nacionales. No es el que todo sabe y el que todo hace. Lo primero que tiene que hacer, es reclutar todas las energías y conocimientos necesarios. Le es indispensable valerse de los que mejor conocen los problemas y saben cómo resolverlos mejor.
Desafortunadamente López Obrador hace exactamente lo contrario, actúa con mentalidad de líder local, ha polarizado al país. Por un lado, están los que comulgan con él, por razones ideológicas, y, por el otro, los demás. Autócrata, tiene la respuesta para todos los problemas y sólo confía en los allegados. La lealtad o sumisión todo lo resuelve; antes que cualquier exigencia profesional.
AMLO se ha desvinculado de los talentos y de las energías de aquellos que también desean los cambios que nos libren de la corrupción, la violencia y el desperdicio de recursos. No toma en cuenta la máxima de Mao Tse-Tung de que el color del gato es lo que menos sirve para cazar ratones. El desarrollo dinámico de México requiere del esfuerzo de todos los sectores, empezando por el empresarial con todo y defectos y falta de compromiso social que es conocido y explicable. La habilidad del gobernante está en uncir todas las fuerzas disponibles para lograr su propósito y aplicando su papel de rectoría del Estado para enderezar lo que hay de desvío y encauzar el esfuerzo de todos hacia la meta final que es el bienestar.
Estamos iniciando la segunda mitad del sexenio y los resultados son lamentables en todas las facetas de los objetivos presidenciales. Es largo el recuento de los daños acumulados por su instintiva desconfianza hacia todos. Fuera del directo control oficial, lo demás está torcido y contaminado de interés mezquino y antipatriótico. Los organismos autónomos son molestos. Hay que debilitarlos o extinguirlos. Cualquier acción, sea equivocada o arbitraria, se redime en la Cuarta Transformación.
Entrando al cuarto año de la gestión de López Obrador, la realidad se impone. Los subsidios entregados vía programas sociales sólo sirven para mantener el escuálido nivel de vida de las mayorías así beneficiadas. Siguen al garete sin apoyo la producción y la capacidad de empleo de las actividades pequeñas y medianas.
El sexenio va pesando más. Todavía faltan tres años sin que haya signos de corrección en la estrategia que AMLO escogió para instalar su proyecto transformador anclado en una visión anacrónica y destructiva para la sociedad que aparentando atender las necesidades sociales, ordenó el desmantelamiento de servicios que, aunque defectuosos, servían mejor que los sistemas improvisados que los sustituyen.
México lleva invertidos tres valiosos años consintiendo el ensayo de AMLO para transformar a la sociedad en una colectividad libre de los vicios de la corrupción impune. El área dominada por el crimen organizado se ha ensanchado mientras que la violencia que se escala sigue. Invertimos tiempo, energías y recursos financieros cada vez más escasos sólo para favorecer a un puñado de proyectos mal diseñados y crecientes costos.
La revocación del mandato sería como ironía, el mecanismo que correspondería aplicar por habérsele perdido confianza, pero a la vista de todos, está la manera en que este recurso podría ser útil si el pueblo lo hubiera pedido. El Presidente, sin embargo, ha subvertido la esencia de la revocación constitucional, instrumento diseñado para el pueblo, convirtiéndolo en maniobra de consolidación del poder que ejerce.
No hay que perder más el valioso tiempo que se esfuma. El gobierno, si quisiera, es capaz de enderezar programas debidamente preparados y ejecutados como el que ahora emprende contra la asesina maquinaria estadunidense de fabricación y distribución de armas.
Hay talento y energía en nuestro país que esperan ser uncidos en un convencido esfuerzo nacional. La ciudadanía tiene que despertar y hacer que la transformación nacional que realmente se requiere se despliegue en un decidido proceso hacia el bienestar que anhelamos.
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