Debates inservibles

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Entre las múltiples cosas que están mal en el modelo de comunicación política que tenemos están los debates que se deben realizar por obligación. Parece que el modelo de comunicación para las cuestiones electorales fue diseñado por policías y no por profesionales de la comunicación y la política. O quizá nada más fue hecho por profesionales de la política.

La comunicación electoral está hecha para prohibir, no para comunicar. Los afanes de los legisladores por acotar a sus adversarios llegan a extremos ridículos. En la intención de acotar campañas creativas convirtieron los mensajes en una extensa zona de aburrimiento. Para que no se vendan spots, decidieron saturar de manera estúpida las señales de radio y televisión de manera gratuita. Ahora se quejan de que El Peje está arriba y cómo no, si le dieron un millón de spots al año. Esos no los tiene ni Obama.

La ley electoral es prohibitiva en términos de comunicación, cancela la libertad, impide al elector una real evaluación de sus candidatos. Cancela la deliberación y favorece el control de las palabras, además de fomentar el desperdicio del espacio. Es muy difícil que una empresa poderosa tenga el acceso a la cantidad de spots que tiene, por ejemplo, Nueva Alianza o el Partido Verde. Algunos partidos aprovechan bien los tiempos, pero a otros no les importa y es que nada les cuesta. El despilfarro es la norma.

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La ley electoral ha convertido los debates en un ejercicio de inutilidad. No dan puntos y solamente quitan tiempo. Son ejercicios de cartón. Hay ejemplos pavorosos. Por ejemplo, el debate de candidatos a gobernar Veracruz duró más de dos horas. Nadie ve un programa de televisión de dos horas y mucho menos si es aburrido. En el debate de Tamaulipas los candidatos estaban forzados a usar todo el tiempo que se les asignaba. Esto es, si les tocaba hablar un minuto lo tenían que usar enterito; si no, lo que se transmitía era al personaje en silencio (lo que le pasó al candidato del PRI que estuvo 30 segundos callado viendo fijamente a la cámara de televisión con cronómetro en pantalla e interprete de sordomudos con los brazos cruzados). Se supone que un debate es el momento estelar para un candidato, aquí en México es el momento de la aburrición. Con el surgimiento de independientes y de los partidos chicos, el asunto es peor, hay hasta ocho personas supuestamente debatiendo. En realidad son ocho monólogos. Si uno ataca a otro pueden llegar a pasar hasta 20 minutos para que le toque el turno al atacado y ya ni caso tiene que le conteste después de tanto tiempo transcurrido. Los candidatos se preparan para leer sin equivocarse, eso es todo. Debieran ser debates de tres y fijar un margen mínimo de participación (10 o 15 puntos en las encuestas). El formato debe ser libre, para que sea un instrumento útil.

Es urgente cambiar el modelo de comunicación electoral. Más allá de los spots —tema siempre polémico—, podemos empezar por hacer debates de a de veras.


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