De oprimido a opresor

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Por: Marcos Pérez Esquer

Como venganza por haber exhibido la vida de lujos de la que goza su hijo José Ramón, en Houston, y los probables conflictos de interés, tráfico de influencias y enriquecimiento ilícito asociados a ella, el presidente de México la ha emprendido en contra del periodista Carlos Loret de Mola.

Nunca… NUNCA, en la historia de México, habíamos visto que un presidente atacara tan burdamente a uno de sus críticos.

El eterno reprimido, el que se ha presentado siempre como víctima de fraude electoral y de difamación, el que siempre se ha asumido del lado de los oprimidos, ahora se presenta como cínico y descarado opresor.

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Sin empacho alguno, pero con sollozos de por medio, defiende lo indefendible: la vida de extremo lujo en la que vive su vástago a expensas de la empresa petrolera texana Baker Hughes, proveedora de Pemex con contratos por cientos de millones de dólares.

Pero al presidente no le importa aclarar la situación, no le importa informar lo sucedido, no le interesa trasparentar las operaciones de Pemex con Baker Hughes y la participación de su hijo y su nuera en todo ello, no, lo que le importa es la venganza, lo que desea es el desquite, la revancha.

Y en ese ánimo, arremete utilizando facciosamente las instituciones del Estado en contra del mensajero.

No aprendió lógica en la preparatoria, no entiende que argumentar en contra del mensajero en vez de hacerlo en contra del argumento mismo, es una falacia conocida desde Aristóteles como ad hominem. No es válido; no es lógico; no tiene sentido contravenir un argumento criticando no el argumento en sí, sino a quien lo esgrime. Pero eso es justamente lo que está haciendo el Ejecutivo federal con Loret de Mola, atacarlo a él en vez de contra argumentar.

Dice, de la manera más inverosímil posible, que ciudadanos anónimos le hicieron llegar información personal sobre las finanzas y los ingresos del reportero, y ni tardo ni perezoso, los divulgó. En su torcida lógica, el hecho de que Loret gane más que él, le resta autoridad moral para ejercer la profesión periodística. Este razonamiento no tiene ni pies ni cabeza, de hecho, ni siquiera podría ser considerado un verdadero razonamiento… es disparatado.

Pero ese no es el punto, lo importante es el hecho mismo de que ventile esos datos personales de un ciudadano. A él le llegaron esos datos (asumiendo como cierta la rocambolesca historia de que la información le llegó de manera anónima), por ser el presidente de México, no por otra cosa; en ese sentido, cualquiera que fuere le motivo por el que hayan llegado esos datos a sus manos, está obligado a darles el tratamiento que la ley señala, es decir, mantenerlos en confidencialidad. Esto lo exige la Constitución en la fracción II del apartado A, de su artículo 6, así como varias leyes, entre ellas, la Ley General de Protección de Datos Personales en Posesión de Sujetos Obligados, la Ley General de Responsabilidades Administrativas, y el Código Penal Federal… sí, el Código Penal. Lo que el presidente ha hecho con los datos de Loret, además de ponerlo en riesgo frente a la delincuencia organizada, se constituye en un delito. Tenemos un presidente delincuente, y si, de acuerdo con la reciente reforma constitucional en materia de fuero, en sentido estricto, podría ser sujeto a proceso penal ante el Congreso de la Unión. Esto no sucederá claro está, porque en México las leyes suelen ser letra muerta cuando así conviene al poder, pero debe anotarse que, -insisto, en sentido estricto-, debería ser juzgado y removido de su encargo; de ese tamaño es su falta.

Y todavía, además, se atreve a pedir al INAI que sea ese instituto el que investigue y ventile más datos personales de Carlos Loret, de López-Dóriga y de Ciro Gómez Leyva, cuando la misión del INAI en relación con los datos personales de la gente es justo la contraria, la de protegerlos y mantenerlos en el ámbito de la vida privada, de la intimidad. Pedirle eso al INAI es como pedirle a la Secretaría de Salud que propague la enfermedad. Es demencial.

El duro golpe recibido por la casona de Houston y la corrupción familiar, lo ha descolocado de manera quizá irremediable. Estamos en presencia de lo que podría ser el inicio del fin de la historia de honestidad valiente de nuestro presidente. El que siempre se presentó a sí mismo como víctima, como reprimido, como oprimido, ahora se revela -enloquecido-, como el victimario, represor y opresor que siempre fue.


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