La semana pasada recorrió los medios un penoso asunto familiar. Arturo López Obrador se distanció de Andrés Manuel, y no solo eso: decidió apoyar al candidato del PRI en Veracruz. La respuesta virulenta de don Andrés no se hizo esperar: lo tachó de traidor y de apoyar corruptos. Arturo, seguramente harto de tanto aguantarle al otro sin que ni siquiera le diera las gracias, le pidió serenidad, que no se sintiera el más inteligente del país y que se estaba pareciendo a Trump. Todo un espectáculo para los medios y para los malquerientes de AMLO.
Lo sucedido dice poco de Arturo, dice más, mucho más, de Andrés Manuel. El presidente de Morena, el candidato más conocido, no se detiene para reflexionar un poco qué decir para no lastimar más a sus cercanos. Seguramente siente que señalando públicamente a su hermano la gente pensará que es un justiciero inflexible. Pero muchos otros entenderán que Andrés Manuel es un hombre que no conoce el afecto ni los lazos, un hombre roto en ese sentido. De ahí que sea un cruzado que lleva por delante, si es necesario, a la familia.
No es un tema sencillo. Las familias pueden ser trampolín y losa al mismo tiempo. En el caso de padres famosos y sus hijos hay de todo: hijos que intentan destacar y figurar, pero que son víctimas de una especie de aplanamiento emocional de sus mayores. Hijos que no soportan ese peso y que prefieren la medianía, escondidos a los fracasos públicos de los intentos por superar a su padre. No todos procesan igual los problemas. Eso, en el caso de padres e hijos. En el de hermanos la cosa puede ser peor. El tema de la competencia, incubado en cualquier familia de más de dos, es una sombra que cubre un gran tramo de la vida de todos. Hay familias que se creen destinadas a la fama o al poder todos y cada uno, lo que sucede es que es uno solamente el que destaca y los demás se vuelven irrelevantes.
No es fácil seguir a un familiar en una aventura política. En estas épocas el familiar es quien recibe las críticas, los enojos, los reclamos que genera el/la que decidió lanzarse. Compartir ideales, ideas de país y hasta valores no significa querer que el otro sea el líder del país o compartir todos sus puntos de vista y planteamientos. Los adversarios están siempre prestos a buscar una fisura familiar, igual que los medios. En mi caso he sido afortunado, pues comparto visiones con quienes de mi familia han optado por esa vía. Pero no a todos les gusta. La vida cambia, si se tenía algo de tranquilidad, se pierde; el tema de conversación siempre es el otro —para buenos y malos comentarios—; la vida privada se vuelve complicada, las opiniones también, no se puede tener nada sin que sea visto con sospecha, en fin que a veces la familia se lleva todas las cargas y escasas satisfacciones.
La reacción de AMLO ante su hermano parece injusta. Se pueden cerrar filas con alguien de la familia, pero exigir a todos que estén con uno más de 15 años suena delirante. También los familiares tienen derecho a su vida propia. Y el sueño de uno puede ser la pesadilla de los demás.
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