Convenenciera libertad de expresión

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La libertad de expresión es el tema de moda. Cada quien se refiere a este derecho humano fundamental a su conveniencia o a su leal saber y entender.

Recordarán que en mi entrega pasada dije que se hace política a la antigüita para un país que ya cambió. Estamos inmersos en la sociedad de la información y del conocimiento. Pero pareciera que no sólo los políticos son ajenos a la nueva era. Me explico. Antes, cuando se quería silenciar una voz crítica se le echaba de la emisora correspondiente sin mayor explicación y nadie más osaba en contratarlo en la industria. La línea venía de arriba. Y la tecnología no facilitaba medio alternativo para ser visto o escuchado. Era el limbo. Igual ocurría con el periódico. Bastaba cerrar la llave de la publicidad o la provisión de papel a través de la entonces monopólica paraestatal “Pipsa” para que el rotativo se las viera negras.

En los últimos 20 años han dejado su espacio en radio o en televisión —abierta o de paga— un gran número de comunicadores que no necesariamente han desaparecido de escena. Muchos ponen el caso Aristegui como ejemplar de censura sin reparar que la misma suerte corrió en sus tres contratos anteriores. Otros invocan la salida de Ciro Gómez Leyva de Milenio Televisión a pesar de que ahora está en una emisión radiofónica matutina tan potente que ya había desbancado a la propia Aristegui del primer lugar en audiencia. Además, Ciro dejó el periódico de la misma casa para integrarse a las páginas de EL UNIVERSAL. ¿Entonces? Más aun, Carmen tiene su espacio en “CNN en español”, en adición a su columna en el periódico Reforma, página de internet y cuenta de Twitter @AristeguiOnline con más de 3 millones 600 mil seguidores. ¿Censura? Pueden hablar y escribir lo que les pegue la gana (como de hecho lo han venido haciendo sin molestia alguna).

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Con facilidad se olvida que es el concesionario el obligado frente al Estado mexicano y no quien está frente a las cámaras o detrás del micrófono. Y se olvida también que, más allá de la formalidad jurídica, se es conductor de una estación de radio o televisión en virtud de un contrato que contiene derechos y obligaciones recíprocos.

 

¿Qué decir de aquel comunicador que se sintió empresario y que experimentó, como era de esperarse, un rotundo fracaso? Acudió al gobierno (que tanto criticaba) para pedirle que la banca de desarrollo le extendiera un generoso crédito sin garantías porque lo que estaba en juego era (adivinó usted) la libertad de expresión. Me consta.

 

O aquella columnista que fue sentenciada a pagar una alta indemnización por difamar a una persona. Su petición fue similar: que papá gobierno pagara la cuenta pues se trataba de una amenaza contra la bendita libertad de expresión. También me consta.

 

¿Alguna duda de que a través de las redes sociales se puede decir, escribir y divulgar lo que sea? Basta con saberlas usar y aprovechar. Cada vez más audiencia y lectores se suma a internet mientras otros tantos se bajan de los medios tradicionales.

 

En suma: la libertad de expresión no atraviesa una crisis de censura. Es más bien la falta de ingenio, contenido, autenticidad y disciplina la que relega a unos respecto de otros; porque si algo abunda en estos tiempos son los medios para expresarse y para informarse. #HeDicho


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