Confianza, ética y política

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Recuperar la confianza es una exigencia de sobrevivencia del régimen democrático.

Ética y política no son conceptos antitéticos, o no deberían serlo, si atendemos a la idea  aristotélica de que se encuentran porque tienen el mismo fin, la autarquía o la libertad del hombre. Lo cierto es que las fronteras entre estos conceptos no son claras en la mentalidad y cultura imperante auspiciada desde tiempos inmemoriales por diversas corrientes afines al liberalismo que insisten en separar indiscriminadamente la vida privada de la vida pública así como la ética individual de la ética pública que, incluye además, la ética en el ser y quehacer de las instituciones y en el servicio público. Tampoco está clara para muchos la relación que guarda la ética con la política como generadora de confianza y legitimidad, aunque sea ampliamente aceptado el cumplimiento de la ley como parámetro de probidad, individual y colectiva, sin detenerse demasiado en lo justo o injusto del ordenamiento.

Esta falta de claridad conceptual y práctica nos dificulta resolver el déficit de credibilidad y confianza que vive nuestro país. A raíz de diversos hechos graves de corrupción que han involucrado a autoridades y a empresas privadas, cuestionando así su legitimidad por la presunta comisión de delitos administrativos y penales, se han multiplicado las voces en demanda de justicia y en denuncia airada y animosa de la pérdida de la confianza en las instituciones, en la política, en los políticos y en la democracia.

La pérdida de la confianza es un hecho grave y es el principio de la disolución social si no es asumido con la inmediatez y responsabilidad pública y privada que amerita. No basta reconocer, como lo han hecho recientemente voceros del gobierno, la necesidad de reconstruirla o recuperarla asumiendo que se ha perdido o que está destruida; tampoco hace falta apuntar con un vago deseo una cierta agenda para que esto suceda; se necesita una firme determinación y convicción ética para estar al frente de lo que sea indispensable y útil para lograrlo.

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La restauración de la confianza es una tarea colectiva, aunque ciertamente tienen mayor responsabilidad quienes están al frente de decisiones fundamentales en los ámbitos de poder público. En un primer plano, desde una perspectiva de ética positiva como propugnaba Maquiavelo en su visión pragmática y horizontal, parecería que se trata de lograr «un sistema de instituciones fuerte como única vía de realización de las aspiraciones tanto individuales como del estado», lo que «tropicalizado» se equipara con la «rectoría del estado» en la que coinciden y se agotan un buen número de los operadores del régimen. La pregunta es si esto es suficiente, es decir, si alcanza en la circunstancia actual para responder a esas aspiraciones colectivas.

Existe evidencia histórica y universal de lo insuficiente que es el planteamiento estructural o funcional para generar el bien común, de hecho gobernantes autocráticos también los han tenido, aunque no ignoro que es necesario la vigencia de instituciones sólidas para articular un sistema político y un régimen democrático con capacidad de generar bienes públicos. En momentos críticos, y el nuestro lo es, se debe recuperar la utopía, intentar la síntesis virtuosa entre la ética de los principios con «la ética de la responsabilidad» a la que se refería Max Weber, no como yuxtapuestas sino en correlación íntima, para no reducir la acción de los actores políticos y sociales a los límites del mal menor y de la decisión individual, aun con todas sus consecuencias.

Recuperar la confianza es una exigencia de sobrevivencia del régimen democrático, no para perpetuar los males que nos aquejan, sino para avanzar en la instauración democrática que está pendiente y que en mucho explica la falta de reglas, la impunidad y la inequidad existentes; para ello se debe aspirar a la acreditación de una legitimidad sustantiva, es decir, ética, que es mucho más que la legitimidad de origen y de gestión y esta no se va a lograr sin un nuevo paradigma en la vida social y política, el paradigma de la ética política.

Recuperar la confianza exige pasar a una política de hechos para llevar a las leyes, a las instituciones y  al comportamiento de las servidores públicos y de los proveedores del gobierno lo que ya está «en la calle» -sostenía Adolfo Suárez- como anhelo y demanda ciudadana  de justicia y equidad.

Dicho de otra manera y con algunos ejemplos actuales: a las leyes, el sistema nacional anticorrupción durante este período de sesiones con la suficiente autonomía y nuevas facultades para sancionar los hechos de corrupción; a las instituciones a las que hay que llevar la transparencia, la rendición de cuentas y la imparcialidad de los miembros del Instituto Nacional de Elecciones que han sido cuestionados recientemente por la mayoría de los partidos políticos por asumir tácticas dilatorias para la discusión del uso de recursos públicos y la publicidad de los programas de gobierno durante el proceso electoral; al comportamiento de los servidores públicos las declaraciones públicas de interés, patrimonial y fiscal. A la práctica de los proveedores del gobierno y de los partidos políticos, su registro de operaciones y el seguimiento del cumplimiento de los contratos con consecuencias de sanción ante incumplimientos o desvíos del erario público.

Recuperar la confianza para sanear la vida pública de México es condición para alcanzar estadios de crecimiento y desarrollo a la medida de nuestras necesidades como país emergente, por ahora quizá no como «lo merecemos» -como lo expresó el galardonado González Iñarritu- pero sí con la condición y capacidad para satisfacer las aspiraciones individuales y colectivas que exige la justicia y dignidad humana.

Se trata de hacer valer el paradigma de la ética política para poder ver lo que parece imposible como posible y para reubicar los fines de la política por encima del simple bienestar. Se requiere lograr el máximo bien posible con los recursos disponibles y ese bien, como decía Aristóteles en su Ética Nicomaquea, «se deriva de la ciencia sublime, de la ciencia más fundamental de todas y esta es la ciencia política».


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