Bajo la bota del Imperio

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La semana pasada recordé en este espacio por qué, cómo y cuándo México perdió su fugaz soberanía, solo 39 años después de haber sido declarada su independencia de España, en 1821, por Agustín de Iturbide con Vicente Guerrero y el Ejército Trigarante. Sí, fuimos soberanos solo 39 años.

Para demostrarlo, transcribí el emotivo reconocimiento de Benito Juárez al gobierno de EU, el 25 de abril de 1860, por los soldados, las armas y los buques de guerra que le envió a Veracruz para vencer a su contrario, el mexicano Miguel Miramón. Reconoció el susodicho Benito que él y su causa estaban derrotados, y esa ayuda merecía su “eterna gratitud”. Desde entonces ha perdurado el injerencismo yanqui.

Cuatro meses antes nos habíamos librado del Tratado McLane-Ocampo (firmado por el gobierno del santificado Benito) que concedía a EU el dominio perpetuo sobre parte de nuestro territorio, y que rechazó el Senado de aquel país por considerarlo humillante para México.

De ahí en adelante seguimos inmersos en reyertas y matanzas hasta 1917, año en que concluyó la Revolución Mexicana, quedando México sin instituciones fuertes y funcionales, dividido y gobernado por las facciones revolucionarias sobrevivientes, que crearon en 1929 el Partido Nacional Revolucionario, logrando civilizar poco a poco la disputa por el poder político.

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A partir de entonces la sociedad fue abriendo lentamente espacios de participación y se crearon instituciones que permitieron germinar a la vida democrática, pero en las nuevas generaciones no se fortalecieron los valores éticos y cívicos, ni se forjaron auténticos ciudadanos. Excuso decir que los gobiernos corruptos resultaron también corruptores. Algunos alegan que los mexicanos se decepcionaron de la democracia, pero yo creo que la democracia fue la que se decepcionó de los mexicanos.

Finalmente llegó un mesías, “rayito de esperanza”, ambicioso de poder, mediocre y resentido; corrupto, ramplón y mentiroso; el rufián que burló la ley, sembró cizaña, destruyó instituciones y (emulando al venerado Don Benito) se aferró al poder encumbrando en la presidencia a su servicial corcholata científica.

Esta incompleta pero veraz síntesis de nuestro devenir histórico puede ayudarnos a saber quiénes somos y qué lugar ocupamos en el concierto de las naciones.

En mérito de lo antes dicho se deduce que si ya fuimos independientes, si ya vivimos una incipiente democracia, y si hemos regresado a la barbarie, es imperativo de moral pública rectificar el camino para hacer de este México globalizado la casa grande, limpia, próspera y segura de todos los mexicanos.

Pd. Cuando la emperatriz científica sigue en la discordia que divide, y repite el grito callejonero de que “el pueblo unido jamás será vencido” ¿incluirá a los mexicanos que la 4T tilda de traidores?


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