Argentina y la nueva región latinoamericana

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América Latina reencuentra la ruta democrática y, gradualmente, regresa el dominio de gobiernos marcados por su convicción en el orden constitucional, el respeto a la voluntad popular y la disciplina técnica de la política.

El retorno de una autoridad transparente en la conducción de los asuntos públicos, en la tolerancia democrática a la pluralidad que caracteriza a los pueblos de la región, así como en la convicción que la solución a desafíos comunes en materia de seguridad, crecimiento económico y desarrollo social se consiguen mediante una cooperación internacional cada vez más estrecha y, sobre todo, en el propio sistema de contrapesos y de rendición de cuentas.

La victoria del opositor Mauricio Macri sobre el candidato oficial del kirchnerismo, Daniel Scioli cierra una década de la Argentina aliada a lo más lamentable de la izquierda, de la Argentina cuya gobernabilidad estuvo fincada en lo peor del corporativismo político.

En lo interno, la dinastía Kirchner, con doce años en el poder —y a quienes los argentinos le cerraron democráticamente la puerta, en la segunda vuelta electoral—, terminó en escándalos políticos de corrupción, incumplimiento con los acreedores internacionales y, como era de esperar, en una profunda desconfianza hacia los inversionistas que detonan la infraestructura y el empleo. La política interna discrecional, donde hasta la autonomía del Banco Central se puso en duda, no podía tener un buen final.

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En lo externo, la era Kirchner priorizó su relación con el Alba, eje del populismo liderado por Venezuela, todavía sobreviviente junto con Ecuador y Bolivia. Pensamiento económico que afianzó fortaleza e influencia, mientras los precios del petróleo encontraron su techo. Con ello ampliaron sus márgenes de control social y manipulación de precios, pero hoy, en un entorno internacional de precios bajos, el populismo sufraga con finanzas públicas endebles y escasez de los productos más básicos en sus sociedades. Tuvieron la baja sensible de Cuba, su líder cargado de legitimidad histórica, en su renovada relación diplomática con los Estados Unidos. La sobrevivencia del Alba dependerá de las condiciones de reelección, ojalá no a perpetuidad, en Venezuela y Bolivia, así sus alcances sin contar los retos en Brasil respecto del bajo respaldo popular en el régimen post Lula da Silva.

Las lecciones de la izquierda fallida latinoamericana son claras en el tiempo: el populismo no ha representado una alternativa viable para la región. Al final de cada ciclo, sólo reproduce iniquidad social e imposición autoritaria a costa de las clases más desprotegidas. Sin duda, la izquierda es parte esencial del balance democrático, pero siempre que esté a la altura de la discusión pública de avanzada que caracteriza a la sociedad del siglo XXI. Muy lejana del encarcelamiento de Leopoldo López en Venezuela y de los intentos generalizados de la élite política por secuestrar el sistema institucional. Y ya no se diga de la izquierda de vanguardia y propositiva europea.

El regreso de Argentina hacia las políticas públicas democráticas y hacia la ruta del libre comercio debe celebrarse.

Por un lado, modificará el equilibrio de fuerzas erigiéndole un dique al populismo y le ofrecerá una oportunidad de profundizar la integración de América Latina. Ya alertó el presidente electo, Mauricio Macri, su interés por acercarse a la Alianza del Pacífico para detonar mayor comercio en esta parte del continente y, en consecuencia, habrá otros mecanismos institucionales donde también se unirá a las voces de los países que pugnan por mayor integración económica. Por el otro, muestra que la vía de la prosperidad es la de la ley y el libre comercio. Todo por fuera de ese circuito sólo regresará a puntos de partida de etapas superadas en el pasado.


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