Aprendamos de nuestro hormiguero

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La Reforma Política del DF será insuficiente para resolver los problemas, pero es un camino que hay que empezar a andar.

Parece que ahora sí le van a dar su cartilla de mayoría de edad al Distrito Federal, vía reformas a la Constitución que ya está bajo la lupa del Senado de la República. Éstas son buenas noticias para quienes vivimos en una de las ciudades más grandes y complejas del planeta.

¿Qué quiere, o mejor dicho, qué queremos para quienes vivimos en el Distrito Federal? Mayor autonomía de la Federación, Constitución propia, como las tienen los otros 31 estados de la República; nombramientos que no requieran el visto bueno del Presidente de la República (como los del procurador de Justicia del DF y el secretario de Seguridad Pública); capacidad de endeudamiento responsable y útil sin que deba palomearlo el Congreso. Pero también hace falta descentralizar más a las delegaciones algunos servicios,  como el de luminarias, basura, bacheo, banquetas, podas, agua potable, educación (hoy en manos de la SEP), y un interminable etcétera.

¡Ah!, Pero las delegaciones políticas, que hasta ahora son remedo de organización y administración municipal, también tienen su corazoncito. Si el gobierno del DF gana autonomía respecto de la Federación, las delegaciones deben igualmente obtener autonomía respecto del gobierno central de la capital; inclusive voy más allá: ha llegado la hora de que los mexicanos que viven en ellas se conviertan en ciudadanos de primera, con derechos, servicios, libertades y autoridades municipales como las que funcionan en todo el territorio nacional. ¿Por qué continuar en estado de excepción?

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El tema, de aristas multiformes, es complejo y delicado. Pero finalmente parecía más difícil salir de una cruenta revolución para construir el pacto federal que le daría cuerpo y unidad a la República. Y se pudo. Hoy, para completar la obra, sólo hace falta emparejar la estructura: subsanar la virtual exclusión de que ha sido objeto el Distrito Federal.

Por supuesto que la Reforma Política del DF será insuficiente para resolver numerosos problemas que aquejan a los ciudadanos.

Aunque por sinuoso y lleno de acechanzas que parezca el camino, hay que empezar a andarlo. Y se me ocurre que una manera inteligente de hacerlo es apartarse un poco de los escritorios e ir al encuentro de los principales actores: los ciudadanos y quiénes han tenido con ellos y en ellos experiencia de gobierno.

Esta participación sería de gran valor y arrojaría luz sobre un debate en el que todavía merodean las sombras, habida cuenta de que son dos las propuestas presentadas.

De un lado, la necesidad y conveniencia de una administración centralizada, en la que el Gobierno del DF concentre, pero con mayor autonomía, facultades y presupuesto,  al tiempo que conserve la sede de los Poderes de la Unión. Del otro lado,  la postura en defensa de la autonomía de las delegaciones respecto del gobierno central, bajo la figura de ayuntamientos con sus respectivos cabildos o concejos ciudadanos.

No parece no haber mucha diferencia. En el fondo ambas propuestas son radicalmente opuestas. El diablo está en los detalles. ¿Quién se queda con qué facultades? ¿Habrá atención consolidada por el gobierno central del DF de algunos servicios, como la recolección de basura, bacheo, reposición de luminarias, reparación de banquetas y guarniciones? ¿O se les darán más atribuciones y presupuesto a las delegaciones (ayuntamientos) para que sean más eficientes en estas tareas? ¿Seguirán existiendo áreas  (vías primarias) que no le corresponde atender a las delegaciones, pero sí al gobierno del DF?

Ciertamente vivimos en un hormiguero inmenso. Necesitamos reglas claras para organizarnos  y resolver los problemas que nos aquejan a los vecinos, ser más competitivos, generar mayores empleos, rendir cuentas y ser más transparentes, tener más seguridad, y construir un mejor entorno de convivencia entre vecinos y autoridades. Y las hormigas tienen mucho que enseñarnos, aparte de organización social. Como escribió el poeta malagueño Salvador Rueda: “Aprendí música oyendo los aguaceros; color de la luz, poesía de la naturaleza y administración de las hormigas”.


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