Allá sumisa, aquí soberbia

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Es perniciosa la costumbre autóctona de distorsionar hasta lo que es evidente, dando por cierto lo que jamás sucedió.

La breve “pausa” para la aplicación de aranceles a México no fue el resultado de una negociación honorable y exitosa entre dos jefes de Estado, sino un paréntesis en la humillante y violenta extorsión, sin el más mínimo respeto, a la sana relación debida entre dos gobiernos y países.

Esa infamia ha dado lugar a una lluvia laudatoria a nuestra emperatriz científica, atribuyéndole talento portentoso, fortaleza descomunal, asombrosa capacidad diplomática, habilidad negociadora sin precedentes, patriotismo en grado heroico y mucho más. No la santifican por impedirlo nuestro sacrosanto laicismo, pero a nadie sorprenderá que ahora le pueda parecer una choza el Palacio Nacional y que ella y su esplendor no quepan en ningún espejo.

Lo cierto es que tuvo un acertado desempeño, pues respondió a las graves amenazas de la única manera sensata que tuvo a su alcance: sin oponer resistencia.

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¿Dónde estuvo la negociación si todo fue aceptar a regañadientes las exigencias de un troglodita con la pistola amartillada, incluyendo hacer un muro humano de 10 mil mexicanos en la frontera Norte para impedir el paso de migrantes y drogas a EU? Sí, cuidaremos los intereses del Imperio por tiempo indefinido y al coste que sea. Que ello carezca de sustento jurídico no importa, las consecuencias de negarse habrían sido desastrosas para México.

Tartufo envió 27 mil elementos a la frontera sur por orden terminante del yanqui; a Sheinbaum le impuso enviar 10 mil a la frontera norte. Fue algo tan humillante que la presidente (con A) informa que solo se trata de “evitar el paso de drogas” y oculta que también es para frenar la migración.

La noticia del soplamocos que hizo tragar tierra al baboso llamado Petrito, ex guerrillero y presidente colombiano, llegó oportunamente a México y advirtió a “la cuarta mujer más poderosa del mundo”, ¡ajá!, lo que podría sucederle. Ante la vis compulsiva respondió con sensatez sin resistir.

Trump fue pérfidamente pragmático, Sheinbaum fue responsablemente pragmática, evitando un daño mayor a México. Ahora, para superar la humillación, dice altiva que “no somos colonia ni protectorado de nadie”, pero por congruencia debiera agregar: “salvo de la mafia cuatrotera”. Su verborrea lucidora y patriotera no cambia ni cambiará la realidad.

No significa lo mismo reconocer los aciertos de los gobernantes que adorar a la deidad en turno. No es igual lealtad que abyección.

La grave encrucijada en la que se halla México nos exige enfrentar con talento y valor todo tipo de atropellos, recordándoles en voz alta a los poderosos, de allá y de aquí, que no son dioses, que responderán por sus actos, y que ellos también tienen sus días contados.


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