Al rescate de la democracia por la vía democrática

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Acaban de iniciar las campañas electorales para diputados federales y numerosos otros cargos de índole local, incluidas nueve gubernaturas. Lo cual significa que la población toda, votantes o no, ha empezado a recibir un insoportable torrente de anuncios radiofónicos y televisivos que nada o muy poco dirán de importancia acerca de cómo resolver, desde el ámbito legislativo, la grave crisis en la que hoy -inútil negarlo- está inmersa la nación.

La población ya no quiere oir promesas ni recibir mensajes bonitos, pero falsos. Tan mal está la cosa, que considero que aun si se le hablara a la gente con total crudeza, con verdad a la llana, hasta estaría dispuesta a nuevos sacrificios si se le presenta un esquema viable y sensato para en el mediano plazo darle rumbo al país y sacarlo del marasmo en que hoy se encuentra.

Obviamente lo anterior, que de entrada suena utópico, ni remotamente es –o será- fácil. Pero no imposible. Naturalmente, quienes lleguen a diseñar y poner en ejecución un programa así, deberán ser merecedores de la más amplia confianza ciudadana. No caudillos ni líderes ni mesías políticos. Ciudadanos comunes que gocen de respeto y credibilidad, con genuino propósito de favorecer el interés general –no el de algún grupo, por respetable que sea, y menos aún el propio-, que actúen con total transparencia y absoluto apego a la verdad. Además, por supuesto, que tengan un adecuado conocimiento de la realidad nacional.

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¿Cómo se podría llegar a conformar un grupo ciudadano así? ¿Al margen de los partidos políticos? ¿La solución está entonces en los llamados candidatos independientes? ¿No suena como de fantasía que así, prácticamente de la nada, emerja en cada plaza importante de la geografía del país un puñado de ciudadanos prestigiosos con atributos tales que por sus propias credenciales se ganen la total confianza del electorado? Así suena, lo reconozco, pero no es así.

La mejor prueba, históricamente acreditable, de que lo planteado es posible, se encuentra en la experiencia misma de Acción Nacional. Cuando Gómez Morin convocó hace tres cuartos de siglo al cumplimiento del deber político para el rescate de la vida pública, de la que se había apoderado una banda de rufianes, obtuvo muy favorable respuesta de cientos de mexicanos valiosos, que no eran ingenuos ni ilusos.

Pues esa pléyade de ciudadanos, durante décadas y en las más difíciles condiciones, dio generosísimo testimonio de participación política. El problema vino cuando al interior la voracidad y los apetitos, principalmente de quienes no participaron en la etapa heroica de la lucha en apariencia contra toda esperanza, aparecieron y dominaron el panorama. Duele decirlo, pero es la verdad.

Sin partidos no hay democracia, afirma categórico el gran teórico del tema Giovanni Sartori. Y los candidatos independientes, cuando llegan al poder, terminan en la cárcel como Fujimori en el Perú, o implantan una férrea dictadura como la chavista en Venezuela. Por eso, esta vía no es la solución en México, como no la ha sido en otros países.


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