27 de Septiembre: Epopeya encubierta

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Por: Salvador Ignacio Reding Vidaña

Con motivo de las celebraciones de las llamadas fiestas patrias de hace unos años, en 2006, una televisora capitalina hizo una encuesta entre políticos y gente de la Capital sobre la consumación de nuestra independencia. Ninguna persona lo supo, y quien más se acercó fue una damita que mencionó agosto de 1821.

¿Cómo se explica esto? Es lamentablemente sencillo. La historia oficial, que ha estado marcada por una posición anticatólica durante varias generaciones, ha ocultado la consumación de la independencia, como si hubiera sido un hecho vergonzoso.

El 27 de septiembre de 1821, el Ejército de las Tres Garantías, encabezado por Agustín de Iturbide, entró en la Ciudad de México, marcando así el inicio de una nación independiente. Con él llegaba el último jefe insurgente, Don Vicente Guerrero, quien aceptó la propuesta de Iturbide para unir esfuerzos y milicias, y terminar con tan larga y sangrienta guerra, dando así vida a la nueva Nación Mexicana. El abrazo de Acatempan entre ambos próceres permitió que los habitantes de la Nueva España dejaran de matarse entre sí.

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Pero a la tradición liberal del siglo pasado, dominada por la masonería anticlerical, no le gustaba Iturbide, así que era preciso hacerla a un lado. La versión oficial de la historia patria y los actos oficiales de celebración de la independencia, se centraban en el inicio de la gesta: el grito de Dolores.

En décadas recientes, tímidamente se ha ido «descubriendo» la consumación de nuestra independencia, pero convirtiendo Echeverría a Don Vicente Guerrero en el artífice del hecho histórico. Así resultaba que Agustín de Iturbide dejaba de ser el promotor del nuevo pacto de paz, pacto que ofreció a quien hasta entonces era su enemigo, cuando la versión histórica del encuentro de Acatempan claramente nos dice que fue Guerrero, no al revés, quien aceptó ante su tropa la propuesta de quien lo había combatido, Iturbide, para que juntos, criollos, mestizos e indios, obligaran a los españoles a reconocer a México independiente.

Qué ironía del antiiturbidismo oficial. Les molestaba que la fuerza que llevó al criollo Iturbide a terminar la guerra fuese su catolicismo, su sentido católico de patria. Pero no les quedaba más remedio que reconocer que fueron los clérigos y hombres cercanos a ellos quienes iniciaron la guerra de independencia, pelearon y dejaron su vida en el camino. El cura Morelos, fue el gran estratega militar, pero también el genio conceptual de lo que el alma de los mexicanos quería para sí. «Los Sentimientos de la Nación» y la Constitución de Apatzingán así lo atestiguan.

La actitud antirreligiosa del liberalismo mexicano del siglo pasado, se manifestó al promulgar la nueva constitución política de 1857. Teniendo el año 365 días, escogieron para promulgación una fecha de gran celebración religiosa, con intención lograda de opacarla: el 5 de febrero, festividad del entonces único santo mexicano, San Felipe de Jesús. Lo mismo hizo el gobierno de López Mateos para la nacionalización de la industria eléctrica: formalizarla el 27 de septiembre, para convertirla en celebración diferente, y dejar en el olvido la consumación de nuestra independencia.

Ambas estrategias tuvieron efecto. Aunque los mexicanos no olvidamos a San Felipe de Jesús, el pueblo dejó sin embargo de hacer las grandes celebraciones populares que realizaba antes de 1857. En cuanto al 27 de septiembre, no sólo pasa de largo como la fecha en que los sacrificios de los insurgentes dieron su fruto, sino que también la nacionalización de la industria eléctrica pasa sin pena ni gloria; qué ironía.

No solamente el gobierno lópezmateista ocultaba la consumación de la independencia, sino que daba muestra excelente de lo que ha sido el culto a la personalidad del presidente en turno. Hubo hasta carteles en que la figura presidencial de López Mateos se acompañaba con la frase bíblica «y se hizo la luz», que debieron quitarse ante reclamos justificados.

Los mexicanos históricamente conscientes debemos hacer justicia a quienes finalmente nos dieron patria el 27 de septiembre, y celebrar la fecha con la alegría de quien recuerda el deber cumplido. Debemos dar a Don Agustín de Iturbide el lugar y reconocimiento que merece. Fue él quien terminó la guerra de once años iniciada por el cura Hidalgo, encabezando a los conspiradores que incluían a Allende, otros militares y varios civiles. Para denostar a Iturbide y «justificar» su olvido oficial, se le tachó de «ambicioso», pues el liberalismo anticatólico no pudo encontrarle defecto real. ¿Quién de los grandes políticos del oficialismo puede librarse de la ambición, sin que por ello se les tache de la historia?

La guerra de independencia fue, de principio a fin, católica, iniciada por el cura Hidalgo, seguida por otros curas y hombres de fe, y consumada por un creyente: Agustín de Iturbide. Hidalgo ondeó el pendón guadalupano para llamar a la lucha libertaria, e Iturbide, con Vicente Guerrero, entran a la Ciudad de México con la bandera y el Ejército Trigarantes, aunque recordarlo moleste a liberales trasnochados y quienes malentienden el laicismo de Estado.

No debemos dejar que nuestros ciudadanos, nuestros jóvenes y niños sigan sin poder contestar la fecha de consumación de la independencia mexicana. El 27 de septiembre debe ser proclamado a los cuatro vientos, y dar su lugar, en los pedestales de nuestra historia, a su creador, Agustín de Iturbide, el hombre que supo convertir a los enemigos en amigos y compatriotas, y que hizo realidad el sueño de Hidalgo, Morelos, Matamoros y demás héroes religiosos y seglares que lucharon hasta la muerte.

 


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