¿Y mientras llega el 18?

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Frente a las múltiples interrogantes que plantea la elección de 2018; frente a nuevas realidades como son los llamados independientes; frente al hartazgo de la ciudadanía respecto a la clase política y a los partidos; frente a las dificultades que gran parte de la ciudadanía vive en su economía, seguridad e impartición de justicia; frente al reclamo por la impunidad y la corrupción, el proceso electoral del 18 se ha colocado en el centro del debate, de un sinfín de decisiones y también de una mirada que conlleva altísimos riesgos.

Porque hay por lo menos dos escenarios posibles frente al 18: administrar lo que hoy tenemos para ya no arriesgar, aunque lo que hoy tengamos sea justamente la causa de múltiples malestares, reclamos y hartazgos, o bien, reconocer la terca y necia realidad de que hay un 2016 y también un 2017, que no podemos obviar.

De prevalecer el primer escenario, tendremos una clase política mirándose al ombligo, disputando cada espacio al interior de sus partidos, a un enorme costo. Algunos intentarán “comprar” voluntades y redes de operación política y apostarán a cualquier práctica corrupta, mezquina y dictatorial que sea necesaria, ignorando al país, poniendo de frente su interés para llegar a la “grande” como favoritos y contender.

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Los gobiernos en general estarán más apostados a preparar su salida y los blindajes que sean necesarios, antes que atender a los ciudadanos en demandas urgentes y cotidianas. Las empresas cuidarán lo que hasta hoy han construido y serán cautas en sus inversiones, pues las variables y decisiones obedecerán a una lógica electoral y no a una apuesta de prosperidad.

Bajo este escenario, los costos se advierten irreversibles y también enormes, porque el mundo seguirá construyendo en los dos años por venir y ampliando sus ventajas respecto a México.

Si el 18, como parece, se convierte en obsesión para algunos, en temor para otros, en amenazas para ciertos grupos y en una disputa por el poder al precio que sea, los ciudadanos y México podrán irse olvidando de todas las ventajas competitivas que significan un buen número de las reformas más recientes, y su enojo y hartazgo serán aún mayores.

Por el contrario, si se reconoce y acepta la realidad de que para llegar al 18 tenemos todavía un tramo que andar en el 15 y dos años más por delante, entonces se torna posible el escenario de lograr transformaciones urgentes. Las élites podrán escuchar las voces, los reclamos, el dolor, los sueños, esfuerzos y anhelos de los ciudadanos y actuar en consecuencia.

Serán meses de oportunidad para llevar a cabo ajustes aún pendientes y tomar decisiones al interior de los partidos, los gobiernos, las empresas y un sinfín de organizaciones e instituciones que ya no pueden seguir aguardando.

Si así sucede, habrá posibilidad de recuperar el ánimo de algunos grupos de la sociedad o, al menos, de ya no incentivar su desesperanza y hartazgo. Se podrán construir respuestas con mayor oportunidad y eficacia y también se estará apostando a que la mejor plataforma para salir mejor librados el 18 será justamente aprovechar cada segundo de los más de 30 meses que irremediablemente sucederán.

Hasta ahora las señales que mayoritariamente han dado las élites es que han abonado al primer escenario, es decir, muy distantes a las necesidades, realidades y exigencias de los ciudadanos. Las ambiciones, temores y disputas por el 18 se han impuesto hasta ahora.

¿Cómo nos encontrará el 2018? Como un país mirándose al ombligo y poniendo por delante los intereses de unos cuantos y su destructiva inmadurez y caprichosas decisiones, o bien como un México con mayor fortaleza en sus instituciones y apostando a las siguientes generaciones y no solamente a la disputa presidencial.


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