Visita papal

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El Papa ha dejado claro que viene como peregrino a acompañar al pueblo mexicano en su camino hacia la paz, la justicia y la reconciliación.

En unos días se concretará la séptima visita de un Papa a México. El Santo Padre Francisco llegará a nuestro país en un momento especialmente delicado y con todo tipo de expectativas sobre el carácter y el sentido de su viaje. También llega en medio de una crisis ya que México sufre por la violencia, la injusticia, la impunidad, la corrupción y la falta de oportunidades en medio de una situación económica precaria.

Ante diversos señalamientos, la Conferencia del Episcopado Mexicano y la propia Nunciatura Apostólica han aclarado oportunamente que se trata de un viaje pastoral; por otro lado, la Cancillería ha señalado que, independiente de la naturaleza del viaje, al Papa Francisco se le brindarán los honores y las consideraciones correspondientes a su calidad de jefe de Estado, en especial en la recepción en el aeropuerto, en su estancia en Palacio Nacional y en la despedida en Ciudad Juárez, tal y como se hace en una visita oficial del representante de un país con el que se tienen relaciones.

A pesar de lo anterior no ha faltado la polémica, tanto en ambientes religiosos como académicos, sociales y políticos por la visibilidad y la contundencia con la que Francisco ha asumido su ministerio, comenzando por el ejemplo y la congruencia personal que le caracteriza y que ha cautivado a propios y extraños. El liderazgo papal, hasta hoy imbatible, se distingue por la fuerza moral de sus pronunciamientos ante diversos temas que han lastimado a la Iglesia -por el anti testimonio de algunos de sus ministros- así como al denunciar los graves problemas que afectan a la humanidad como la injusticia, la exclusión, los efectos de una economía sin reglas éticas, la devastación ecológica y el daño de la corrupción, la violencia y el crimen organizado.

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Capítulo aparte es la resistencia mostrada por algunos actores anclados en el siglo XIX y picados de «jacobinismo» que cuestionan los pormenores de la visita papal en nombre del estado laico, sin reparar en el cambio histórico, legal y sociológico que vive la sociedad mexicana, en especial, a partir del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con la Santa Sede y particularmente después de la primera visita del papa Juan Pablo II.

Conviene saber y recordar que en las referencias oficiales de la Secretaría de Relaciones Exteriores se señala que las relaciones diplomáticas entre el Estado Mexicano y la Santa Sede se establecieron en 1992, luego de que con las reformas al artículo 130 de la Constitución y a la entrada en vigor de su ley reglamentaria se reconoció la personalidad jurídica de las iglesias y las asociaciones religiosas.

La Santa Sede es reconocida como sujeto sui-generis de Derecho Internacional y a la vez tiene a su cargo el gobierno de la Iglesia Católica, cuya cabeza es el Papa, Jefe de Estado y Sumo Pontífice de la Iglesia Católica Apostólica Romana.La Santa Sede tiene su asiento en el Estado de la Ciudad del Vaticano que surgió como un ente de Derecho Internacional Público el 11 de febrero de 1929, como consecuencia de la firma de los Tratados de Letrán entre Italia y la Santa Sede.

Más allá de las consideraciones jurídicas y diplomáticas, lo cierto es que el papa Francisco ya ha expresado personalmente el motivo de su visita a nuestro país al responder las preguntas que le hicieron distintas personas en el extraordinario trabajo periodístico de Andrés Beltramo, corresponsal de Notimex en el Vaticano. Ahí el Papa ha dejado claro que viene como peregrino a acompañar al pueblo mexicano en su camino hacia la paz, la justicia y la reconciliación.Y para quienes han expresado su preocupación de que la visita sea aprovechada por el gobierno o por cualquier actor para fines distintos o para distorsionar la realidad que se vive en el país, también ha dicho que él no viene a ser tapadera de nadie ni de nada.

Adicionalmente, se han acotado las expectativas pues el papa ha dicho que no viene tampoco como rey mago, con soluciones mágicas a los problemas del país. Por ello no se espera que sostenga reuniones específicas con grupos interesados, en la medida que la agenda de la visita pastoral tiene un alcance integral y que cada causa en litigio en México tiene su propio curso y proceso.

Finalmente, no se puede desconocer, sin incurrir en parcialidad, que algo ha cambiado desde aquella primera visita en 1979 cuando el presidente López Portillo recibió a Juan Pablo II en el hangar con un frío saludo de bienvenida y la expresión «lo dejo con la feligresía» -que refleja las relaciones vergonzantes de aquella época- y la recepción preparada en esta ocasión en Palacio Nacional ante una concurrencia representativa de las instituciones y de la sociedad mexicana.

Por todo lo anterior y pensando en el bien del país, México no puede ni debe ser indiferente ante una personalidad y el mensaje del papa Francisco a todas las personas de buena voluntad. Como un país laico y democrático debemos recibir la visita papal civilizadamente, asumir de manera racional la laicidad positiva como aspiración del Estado mexicano y reflejar nuestros valores durante la visita y, posterior a este periplo, en el perfeccionamiento de nuestro marco jurídico en materia de libertad religiosa. Abrirnos al diálogo como valor universal en la sana pluralidad de la nación mexicana es algo que hablará siempre bien de México y de los mexicanos ante el mundo.


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