No tiene ninguna dificultad hacer un listado de los fenómenos políticos, ideológicos o sociales que ocurren en el México de nuestros días, y que cobran una cotidianeidad estremecedora: Fracaso en la educación, drogas y alcohol a la alza entre los jóvenes – pero muy jóvenes, casi niños– , divorcios a la carta, abortos consentidos, embarazos de niñas entre los 10 y los 13 años, delincuencia organizada rampante, pederastia en extensión, basura televisiva saturada de sexo y de violencia, violencia intrafamiliar a todo lo que da, corrupción de la clase política e impunidad a mañana, tarde y noche, repulsión de la sociedad hacia esta podredumbre pero acompañada de pasividad e indiferencia, desprecio por el conocimiento de la historia nacional que explica, no me cabe duda, en mucho, y discúlpeme la palabrota, el valemadrismo que nos agobia, y que se traduce en esta ausencia de equilibrios y contrapesos en el ejercicio del poder público y, por ende, en la debilidad de las instituciones de las que depende el orden que hace posible la vida en comunidad.
Una nación, para serlo, necesita aglutinantes, y en este País nuestro lo que se prodiga es la disgregación, y los de más peso son la marginación y la pobreza, material e intelectual que padecen millones de mexicanos. Y si a esto le suma la ausencia cada día más acusada de principios y valores, que han dejado de ser ingrediente sustantivo de conductas y comportamientos, pues he aquí lo que tenemos.
A los uruguayos una dictadura, una sola, los movió hasta el tuétano para apostarle al voto y definir ELLOS qué es lo que conviene a su país. Nosotros tuvimos dos en el pasado y una viva en el presente, la de este sistema político podrido en todo, y seguimos encadenados a sus lastres. La fascinación por la demagogia politiquera es enfermiza.
Hoy, en uno de los estados más significativos, por muchas razones en las que no abundaré, estrenan un gobernador con las siglas de las candidaturas independientes. Votaron por él porque está libre de ataduras orgánicas –no lo postuló ningún partido político– sin pactos de por medio, sin la consabida brújula de izquierda-centro-derecha que se utiliza para la navegación de costumbre… por lo menos eso es lo que se vendió para auparlo. ¿Qué va a suceder? No lo sabemos, pero la gente espera que suceda algo distinto; no todos, pero sí quienes votaron por él con esa convicción.
Ignoramos si el piloto y su tripulación con un ascenso tan vertiginoso e inesperado, ya enrutados, vayan a sufrir el mal de altura, y les dé por empezar a “desprenderse” de promesas y juramentos hechos al calor del pedimento del voto, empezando porque muchas situaciones pues aunque se tengan “muchos”, no se arreglan “con huevos”. No les vaya a pasar lo del chamaco que queriendo que su madre viera sus proezas en la bicicleta que le regalaron por Navidad y expresaba orgulloso: “Mira mamá…mira, con una sola mano, veme mami, con un pie… eyy…. sin los dos pies, a pura mano… mami… ¡Mami…! sin dientes, mami… ¡sin dientes!…” Y soltó el llanto con la boca ensangrentada.
Es muy común hablar de la “casta política”, cuando la realidad es que ni todos los políticos se comportan como tal, ni toda la ciudadanía está libre de conducirse como casta.
La gente quiere políticos de carne y hueso, que su prioridad sea el diálogo con quienes representan, quiere sentirlos y verlos actuar como ciudadanos que desempeñan una función pública.
“Queremos –me lo expresan muy seguido– que no pierdan piso, y que tengan de preferencia, una profesión, u oficio o modo de vida fuera de la política, y que puedan regresar a eso cuando acabe su carrera política”.
Lo mismo que decía un exministro de Educación español, cuyo nombre se me escapa cuando esto escribo, palabras más, palabras menos, él hablaba de que quienes ocupan un cargo público debían tener siempre PRESENTE, LA TRANSITORIEDAD del mismo. Ayuda MUCHO a no perder humildad y objetividad en el desempeño.
Yo me sumo a esa concepción de lo que debiera ser la Política: un servicio a la comunidad de la que somos parte, un honroso privilegio TEMPORAL de servicio ciudadano para ciudadanos. La política no debe ser asunto de unos pocos, sino de TODOS, es el secuestro de la misma por unos cuantos y consentida por unos MUCHOS, lo que la ha empantanado y la ha vuelto despreciable, y no se vale, porque es NECESARIA, porque es el instrumento más idóneo, como lo apuntara un mexicano excepcional, don Manuel Gómez Morín, para “generar bien común”. Creo en la pluralidad de opiniones y en el sistema democrático, por eso estimo que debe regenerarse para acercarlo a la ciudadanía, y no obstante la incertidumbre que me provocan los “independientes” como “El Bronco”, y la esperanza como el joven jalisciense, vale la pena que hayan sido reconocidas en la ley, y yo voté a favor.
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