Una dosis de optimismo

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La pluralidad de los hombres sería insoportable sin una esencia común

Kant

Las personas sin virtudes no deben hacer política. La capacidad de persistir en las coincidencias con el prójimo, en la suma de voluntades, en ser solícito al llamado de otro, es la esencia de la más compleja y universal profesión: la de adquirir y ejercer el poder. Ahí se calibra la condición humana. Ahí se templa el carácter y se pone a prueba la integridad de la persona. Este ha sido el tema recurrente en la historia de la humanidad: descifrar la idiosincrasia del gobernante, las cualidades del líder, los requisitos que deben cumplir quienes asumen responsabilidades públicas.

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Me reconfortó la ceremonia de la asunción del poder en Estados Unidos. Nuevamente se confirma que la palabra cumple con su fin primigenio, es puente de comunicación, de enlace, de confianza y de acuerdo. Los discursos en ese evento son un buen ejemplo.

El mensaje de Joe Biden es auténtico, generoso, sencillo, accesible, congruente. A veces diciendo lo obvio se es elocuente. Convoca a la unidad con franqueza y humildad. Una idea hace luz: “liderar no solo con el ejemplo de nuestro poder, sino con el poder de nuestro ejemplo”. “La ejemplaridad pública”, esa es la obligación elemental del servidor social y Biden la cumple. Sin presunción, sin alarde, con señorío y dignidad le dice a sus representados “aquí estoy”.

No encuentro antecedentes de un discurso de tal trascendencia, en donde el orador cite a sus padres. Lo hizo con tal naturalidad que convence, le dio un sabor familiar, natural.

No hay nada para remediar la pequeñez espiritual. El miércoles vimos la derrota y un fracaso más de la mezquindad y la mediocridad gracias a la decisión del pueblo y al desempeño civilizado de las instituciones conducidas por hombres y mujeres responsables y conscientes de sus deberes.

Fue certera la cita de san Agustín insistiendo en lo que define a los pueblos: los objetivos comunes. Y el remate afirmando que no es la victoria de un candidato, sino de una causa, la causa de la democracia.

Hay algo que desde hace varias ceremonias han hecho los estadounidenses y que me parece de la mayor relevancia, la participación de poetas. Hoy más que nunca la política necesita de la poesía, de su sensibilidad, de su emotividad, de su trascendencia. La poesía es un grito fervoroso de que el otro existe y ese es precisamente el fin de la política.

Una mujer de 22 años sacudió con sus versos: “Un país que no está roto, simplemente inacabado”. “Nunca más sembraremos la división”. “Crear un país comprometido con todas las culturas, colores y caracteres del hombre”.

Para Estados Unidos ha sido un gran día. También lo fue para todas las naciones, particularmente para América Latina. Este año habrá elecciones en Ecuador, Perú y Chile. La amenaza de los inefables caudillos (ahora denominados populistas) de la que tanto se han ocupado nuestros literatos, se cierne de nuevo con su demagogia, su estridencia y su irresponsabilidad. Habrá que encontrar la manera de evitarlos. México ya está inmerso en su proceso electoral del mayor número de funcionarios en los tres órdenes de gobierno. Algo debemos aprender de lo que sucede en el mundo.

Francamente, nunca hubiera imaginado encontrar afinidades entre López Obrador (a quien deseo pronta recuperación) y Donald Trump, pero desde el inicio de este gobierno nuestro presidente se encargó de señalarlas y con su comportamiento lo ha venido confirmando. Por lo tanto, podemos esperar una enorme maniobra para manipular la voluntad ciudadana con el fin de obtener resultados favorables para el partido en el poder. De hecho, ya estamos percibiendo acciones claras de atropello al Estado de derecho.

La oposición debe asimilar las lecciones de lo que en estos casos funciona, empezando por el discurso político que debe ser, como lo hemos comprobado en el caso de nuestro vecino, verosímil. Esa es la primera exigencia.


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