Un llamado a la serenidad, a la paz y a la transformación

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Sin duda estamos atestiguando un despertar ciudadano como hace mucho tiempo no se presentaba lo que es en sí esperanzador.

La detención del ex presidente municipal de Iguala y de su esposa, así como las revelaciones que hizo el Procurador Murillo Karam respecto a la escalofriante forma en que los 43 estudiantes desaparecidos de la Normal de Ayotzinapa fueron asesinados, lejos de apaciguar los ánimos no han hecho más que incrementar la ola de indignación y protesta en los mas diversos sectores de la sociedad mexicana, lo cual ha trascendido al ámbito internacional ameritando primeras planas de los diarios mas importantes.

Quienes le apostaban a que, como tantas veces con el paso del tiempo estos hechos fueran cayendo en el olvido, se equivocaron. Hoy la gente no sólo exige conocer con certeza cuál fue el móvil de este crimen atroz y que se confirme a partir de pruebas científicas que efectivamente los restos localizados pertenecen a los jóvenes normalistas, sino que también está dando muestras de hartazgo ante la incompetencia, la falta de sensibilidad y la corrupción imperante entre quienes forman parte de las élites del poder político en este país.

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La respuesta de las autoridades federales y estatales así como del Partido de la Revolución Democrática es para dejar pasmado a cualquiera, o más bien los que se quedaron pasmados fueron ellos. El nivel de irresponsabilidad fue mayúsculo y la incapacidad de atender adecuadamente una crisis de esta magnitud ha sido evidente. Con sus reacciones erráticas, pero sobre todo con sus omisiones y sus torpes declaraciones han dejado en claro que lo único que les importaba era evitar el costo político y endilgárselo a otro.

Pero lo que quizá sea más preocupante, es la debilidad institucional mostrada ante la penetración de la delincuencia y ante lo que, el senador Javier Corral ha denominado acertadamente como pacto de impunidad entre la clase política por el cual, ni siquiera los actos delictivos tienen consecuencias.

El nivel de descomposición social y de barbarie que hemos alcanzado, difícilmente puede explicarse sin voltear a ver el verdadero rostro de muchos de quienes dicen gobernarnos. ¿Cómo no entender la creciente irritación que se está manifestando de muy diversas formas cuando la mayoría de la población se tiene que enfrentar día con día a la pobreza, la marginación y la inseguridad, mientras no pocos políticos disfrutan plácida y cínicamente de la ofensiva opulencia en la que viven?

Sin duda estamos atestiguando un despertar ciudadano como hace mucho tiempo no se presentaba lo que es en sí esperanzador, pues difícilmente la transformación social que requiere el país va a surgir de quienes detentan el poder político y económico, y por tanto su interés está en preservar el status quo.

Sin embargo, debemos ser muy cuidadosos ya que los niveles de polarización van en aumento, lo que se convierte en espacio propicio para las acciones violentas de los radicales que incluso han llegado a ser justificadas y hasta aplaudidas por algunos grupos sociales.

Es indispensable que el contexto de exigencia para conocer la verdad de lo sucedido en Iguala no decline y por el contrario sea cada vez mayor. Necesitamos que todos los responsables directos sean severamente castigados y que quienes la tengan asuman su responsabilidad política. También es necesario que se nos diga quiénes son las personas que se encontraron en las múltiples fosas clandestinas, pues cada una de ellas tiene un nombre, una historia, una familia y debemos asegurarnos que hechos como estos no se repitan.

Pero todo ello debe darse de manera pacífica y por las vías institucionales, debemos actuar con mucha sensatez y serenidad para no caer en las provocaciones de quienes pretenden desestabilizar al país. La participación ciudadana activa y la fortaleza institucional son el mejor camino.


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