Un libro en las rocas

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Hace unos meses Julio Patán publicó Cocteles con historia. Guía definitiva para el borracho ilustrado (ed. Planeta). Es un libro afortunado en muchos sentidos pero, sobre todo, para el lector. No es un recetario, aunque contiene las fórmulas precisas para lograr diversos cocteles sin sufrir mayores penas.

Decía Kingsley Amis que una señal infalible del genuino bebedor es que lee todo lo que se escribe al respecto, desde libros enteros hasta esos pequeños folletos informativos que los fabricantes suelen colgar del cuello de sus botellas. Parece que Patán lo ha leído todo. No solo eso, sino que lo ha visto todo en el cine, por eso sabe de la presencia de las bebidas en momentos cumbres de la literatura y la pantalla grande.

Notable es el capítulo dedicado a la ginebra en el que Patán habla de la película ¿Quién le teme a VirginaWoolf?, estelarizada por Richard Burton y Elizabeth Taylor. Nos dice que Burton, un bebedor “de grandes ligas”, probablemente se ayudó de esa característica para interpretar su papel. Pero Taylor era joven, bella y admirada, “por ello, es tan conmovedor y tan estresante verla como una esposa  jamona, maligna, hipercrítica, venenosa, que se pasa tragos derechos de ginebra como si fueran vasos de agua: un aviso de la Taylor futura, la de los años 80, la comadre de Michael Jackson, la de las terapias de rehabilitación (bebida, tabaco, pastillas) y los mil 500 matrimonios (dos de ellos con Burton, su esposo en aquellas fechas). El papel, sobra decirlo, basta para consagrarla como una de las grandes atletas del alcohol de la era contemporánea”.

El problema del libro es que da una sed bárbara: pasa por el vodka, el whiskey, los vinos, el tequila, el Manhattan, el martini, el negroni, hay de todo. Tiene el buen gusto de no detenerse en el mezcal, bebida nauseabunda e hipsteresca de moda entre la gente con crisis de identidad.

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En la introducción a Sobrebeber, libro de Kingsley Amis, el afamado polemista Christopher Hitchens dice: Se ha dicho que el alcohol es un buen criado y un mal amo. No está mal visto. Lo cierto es que el alcohol hace que los demás (y la vida misma, de hecho) resulten mucho menos aburridos. Kingsley captó este hecho esencial en una etapa muy temprana de su existencia y, por así decirlo, nunca permitió que se le escapara el concepto. Lo mismo pasa con Julio Patán: no se le escapa el concepto. Su libro es prueba fehaciente.


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