“El que al hijo consiente, va
engordando la serpiente”.
El conocido caso de la joven violada en Veracruz por hijos de influyentes, los famosos juniors, nos lleva a reflexionar sobre nuestras instituciones, nuestra sociedad, nuestra familia.
Guardar silencio se ha convertido en uno de los cómplices más poderosos de quienes se cobijan en la impunidad. Por eso levantar la voz y acompañar estas voces y demandas resulta indispensable. Hace poco más de un año, con la solidaridad, experiencia y compromiso de diversos especialistas, fue posible publicar el libro Cuando los hijos mandan y en ese texto vuelvo a releer a Mariana Di-Bella Roldan: “Educar a los hijos sanamente vale la pena, pero por desgracia hoy en día no cualquiera lo hace. Son padres que tendrán que aprender, entre muchas otras cosas, a decir NO, y eso a veces duele; a mantenerse firmes cuando toman una decisión o determinan una consecuencia lógica, y eso a veces duele; a dejarlos tomar sus propias decisiones y saber que se pueden equivocar, y que habrá que dejarlos vivir las consecuencias, y eso a veces duele; a desprenderse paulatinamente de sus hijos para que, llegado el momento de emprender el vuelo, estén listos para hacerlo, y eso a veces duele…
Hoy en día sí duele educar a nuestros hijos, tanto como a nuestros hijos les duele que no lo hagamos.”
Escribo estas líneas como mujer, madre de familia y como mexicana. Las escribo porque éstas son consecuencia y reflejo de cuando esos hijos mandan y esos padres obedecen al mandato, caprichos e incluso delitos cometidos por esos hijos que se saben impunes en casa y que también se saben impunes frente a la autoridad. Lo escribo porque en este caso como en muchos más, la impartición de justicia es más adversa cuando la víctima es mujer, cuando el escarnio público y una cultura machista miden con raseros distintos a personas y delitos.
El Sr. Fernández, padre de una víctima de violación más en Veracruz, terminó su entrevista en la mañana de este lunes con Ciro Gómez Leyva, afirmando que el reclamo de justicia es un grito desesperado frente a la impunidad, como respuesta a la demanda que presentó acusando de la violación de su hija a jóvenes que en su momento aceptaron su culpabilidad.
Leí con detenimiento la carta que este padre desesperado escribió para dar a conocer los hechos y en ella, entre muchos otros argumentos y preguntas, destaca lo siguiente: “Esta carta la dirijo, a pesar de mi inmensa pena y dolor, a la opinión pública para enterar lo que han hecho las familias de los involucrados, a pesar de saber lo que sucedió”.
A los padres de Jorge Cotaita Cabrales, uno de los participantes en el horrendo crimen, les dice: “Su comportamiento como padres los hace cómplices del delito de su hijo… ¿Cómo es posible que después de haber hablado, ustedes de haber aceptado, de haber llorado, de haberse cuestionado cómo castigarían a su hijo… después de que su hijo se disculpó con mi hija y dijo por qué lo había hecho, cambian las versiones y ahora la víctima se convierte en la culpable?” .
A los padres de Diego Cruz Alonso, otro cómplice en este horrible hecho, les señala: “Héctor, te recuerdo lo que dijo tu hijo, delante de ti y de los demás involucrados, cuando se disculpó por lo que le hicieron a mi hija…”.
A los padres de Gerardo, quien también confesó haber participado, les dice: “Gerardo, tú prácticamente no articulaste palabra cuando hablamos en la primer reunión, pero sí aceptaste que en buena medida estas cosas pasan por darles todo a sus hijos”. A las cuatro familias involucradas les pregunta: “¿Hasta dónde serán capaces de llegar para defender a sus hijos?”.
A este grito de desesperación habrá que responder con el cumplimiento irrestricto de la ley, con una impartición de justicia que no permita ni concesiones ni atajos.
Pero como sociedad habremos de responder también, porque mientras algunos padres decidan hacer de sus familias escuelas de impunidad, el dolor de otros seguirá creciendo y, de su mano, también la barbarie. Un segmento de la sociedad cada vez más cínica y el resto de los ciudadanos cada vez más hartos e indignados.
Si a lo anterior se suma una sociedad con estereotipos y misoginia, la tarea exige prisa y un mayor compromiso de todos. Aun cuando hagamos una buena tarea como padres en nuestros hogares, nuestros hijos al salir de casa deben enfrentarse a normas que se hacen valer, a situaciones en las que ni las influencias ni el dinero pueden cambiarlas. Se requieren instituciones que no toleren las actividades criminales de ningún ciudadano. Sólo así podremos fortalecer al Estado mexicano y tener un mejor país.
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