«El candidato de Manchuria» es una novela de suspenso político escrita por Richard Condon y publicada en 1959. La historia se centra en Raymond Shaw, un sargento del ejército estadounidense y miembro de una influyente familia política, quien es capturado durante la Guerra de Corea junto a su pelotón. Durante su cautiverio, son sometidos a un lavado de cerebro por parte de fuerzas comunistas, convirtiendo a Shaw en un asesino inconsciente al servicio de una conspiración. Al regresar a Estados Unidos, Shaw es aclamado como un héroe de guerra, pero su compañero, el Mayor Bennett Marco, comienza a experimentar pesadillas recurrentes que lo llevan a sospechar la verdad y a investigar lo sucedido.
La novela ha sido adaptada al cine en dos ocasiones. La primera, dirigida por John Frankenheimer en 1962, contó con las actuaciones de Frank Sinatra, Laurence Harvey y Angela Lansbury. Esta versión es considerada un clásico del cine de suspenso político. La segunda adaptación se realizó en 2004, dirigida por Jonathan Demme y protagonizada por Denzel Washington y Meryl Streep, actualizando la trama a un contexto contemporáneo.
El término «candidato de Manchuria» ha trascendido la ficción para describir a una persona que ha sido manipulada mentalmente para actuar en contra de su voluntad, especialmente en contextos políticos. Esta idea ha sido objeto de análisis y discusión en diversos estudios sobre control mental y técnicas de lavado de cerebro.
«El candidato de Manchuria» sigue siendo una obra relevante que explora temas de manipulación, poder y control mental, resonando en diversas manifestaciones culturales y debates contemporáneos.
En 1987, Donald Trump visita por primera vez Moscú invitado por el gobierno soviético. Durante los años siguientes, el ahora presidente estadounidense mantuvo relación con Rusia, incluso luego de la disolución de la Unión Soviética, mostrando no sólo interés en su calidad de empresario, sino también admiración hacia uno de los principales líderes y quien había sido espia ruso en la mítica KGB: Vladimir Putin.
En el libro Conspiración. Cómo Rusia ayudó a Trump a ganar las elecciones, el autor Luke Harding comparte la información que se dio a conocer de parte de analistas especializados en el tema ruso respecto a Trump.
En dicha obra, el autor comparte un reporte que le hizo llegar un exagente de la inteligencia británica: «El régimen ruso ha estado cultivando, apoyando y ayudando a TRUMP durante al menos cinco años (el libro fue escrito en 2017, luego de la primera victoria electoral de Donald Trump). El objetivo, aprobado por PUTIN, ha sido alentar rupturas y divisiones en la alianza occidental. Hasta ahora TRUMP ha rechazado varios incentivos en forma de transacciones comerciales inmobiliarias, que se le han ofrecido Rusia con el fin de ayudar al Kremlin a cultivar la relación con él. Sin embargo, tanto él como su círculo de confianza han aceptado un flujo regular de información de inteligencia procedente del Kremlin, incluyendo información sobre sus rivales demócratas y otros adversarios políticos.
«Un antiguo alto oficial de la inteligencia rusa afirma que el FSB ha comprometido a TRUMP mediante sus actividades en Moscú lo suficiente para poder chantajearle. Según varias fuentes bien informadas, su conducta en Moscú ha incluido actos sexuales pervertidos que han sido orquestados o vigilados por el FSB».
Años después de lo que se reveló en el libro, se dio a conocer el caso que involucró penalmente a Trump por el pago para que guardara silencio la actriz de cine para adultos Stormy Daniels por una relación extramarital que sostuvo con él, cuyos recursos fueron triangulados de su campaña electoral, algo que constituye un delito en Estados Unidos.
Pero el libro también revela que Trump tiene cierta admiración hacia Putin, algo que no se entiende ni en su país y menos entre los aliados occidentales de Estados Unidos. Sucedió en la reunión del G-20 de 2017 en Europa:
«En un momento dado Trump se levantó, luego volvió a sentarse, pero esta vez junto a Putin. Durante la hora Trump y Putin se enfrascaron en una animada conversación. Solo había otra persona con ellos: el intérprete personal de Putin.
«El contenido de su conversación era un misterio. Trump dejó a su propio intérprete, violando el protocolo de seguridad nacional. Los líderes del G-20 observaban asombrados. En esta clase de eventos, levantarse y moverse de un lado a otro era algo normal; pero el presidente estadounidense, que se había saltado la mayoría de las sesiones plenarias, solo parecía querer hablar con una persona.
«La Casa Blanca guardó silencio sobre la reunión. Su contenido solo se reveló después de que dos personas que estaban allí se lo soplaran a lan Bremmer, el presidente de Eurasia Group.
«Bremmer explicaba que sus informadores se quedaron «sobrecogidos» por lo que presenciaron. «Está muy claro que la mejor relación de Trump en el G-20 es con Putin. Los aliados de Estados Unidos se sentían sorprendidos, desconcertados y desanimados —aseguraba-—. Ahí está Trump en la sala con todos esos aliados, ¿y a quién es al único al que dedica tiempo?»
«Trump desdeñó las acusaciones de que trataba de ocultar el contenido de la charla tildándolas de «ridículas». Y declaró al New York Times que la comida «se acercaba al postre» cuando decidió saludar a Melania y sentarse con Putin: «No fue una conversación larga; duró, ya sabe, puede que fueran quince minutos. Solo charlamos de algunas cosas»».
Quizá Trump no sea un «candidato de Manchuria» como lo planteó la novela de Richard Condon, pero de que hay algo que hace que el ahora inquilino de la Casa Blanca se sienta atraido a atender a Vladimir Putin por sobre otros líderes políticos, no queda duda.
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