Todo por servir se acaba

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La duración de los objetos es variable y finita. Las cosas, por servir se acaban. Se gastan, se consumen, se deterioran, pierden su efectividad. La renovación de lo material es indispensable. Zapatos, carros, ropa, toallas, relojes, accesorios, llantas, teléfonos celulares, computadoras, juguetes, lentes, amalgamas en los dientes, pintura en las casas, chapas, baterías… la regla parece no tener excepciones. El tiempo no perdona.

En los gobernantes, los periodos de gobierno han sido pensados para corregir las pasiones y las miserias humanas. El poder es un ingrediente que transforma, que cambia, que domina al ser humano. Así ha sido siempre en la historia de la humanidad. Por ello, las formas de gobierno actual en el mundo que provienen de sistemas democráticos, delimitan temporalmente los periodos de gobierno para el que resultan electos sus gobernantes.

En México, un país donde la democracia es joven y la ciudadanía apenas asume el pleno goce de sus derechos civiles y políticos, donde se mantiene el pueblo con apatía, desconfianza y distancia, no participando y dejando al gobierno que haga y deshaga, vivimos un lapso histórico en el que la aprobación presidencial ha mantenido niveles altos por un periodo extendido por lo que va del sexenio. Dicha popularidad apuntalada en propaganda y en simulación doctrinaria, que había quedado en desuso hasta la llegada de López Obrador, que la saca del baúl setentero de los recuerdos y la ha vuelto a poner a funcionar, le ha dado satisfacciones, orgullo, margen de maniobra, le acaricia el ego y lo ha vuelto renuente a aceptar errores, a corregir sus propias fallas, a descuidar el combate a la corrupción e incluso a permitirla, acrecentando la impunidad de su gobierno.

Hoy se sabe gracias al hackeo providencial que una comunidad informática autodenominada guacamaya, que el gobierno es peor de lo que nos imaginábamos; que la corrupción ha aumentado; que los abusivos, los corruptos y los presuntos delincuentes, están y se sabe quiénes son, pero se les ha solapado, se les ha escondido, se les está protegiendo y tarde o temprano serán sometidos a juicio y a que paguen por sus actos. La verdad siempre sale a la luz y no puede esconderse el tremendo cochinero en el que navega la gestión presidencial actual.

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El final del sexenio se aproxima y la verdad hecha pública enfrentará la adulación, el dogmatismo, la sumisión y la manipulación de los mexicanos beneficiados por la cuarta transformación. Hasta ahora, ningún ex presidente de México pudo llegar al sexto año de su periodo con calma, orden y control. La descomposición natural del cambio de presidente provoca una sana turbulencia. El hecho de no poder garantizar que los actuales miembros del gobierno no serán juzgados y sentenciados, es un ingrediente vital para prevenir la comisión de delitos, excesos y actos aberrantes en uso de su gran poder temporal.

Entrando casi al invierno del lopezobradorismo, el disgusto, el malestar, el coraje de quienes han sido sus colaboradores y fueron parte, testigos y hasta víctimas del estilo de gobernar del presidente en turno, se suma al de los mexicanos inconformes con las decisiones, políticas públicas y proyectos de un presidente que se sintió titán. Agréguese los perjudicados por el peor modelo de seguridad pública en la historia del país, de los afectados por la ineficacia gubernamental y por último, súmense los mexicanos que cada día despiertan del engaño y abren los ojos para darse cuenta de que el barco va mal, que somos un país mal gobernado, que creímos una historia y en un líder falso… y ahí, estará la clave para gritar la necesidad de redirigir a México urgentemente por un camino diferente al del engaño, la simulación, la corrupción selectiva, la protección de delincuentes y el mal gobierno de la A a la Z.


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