Todo el poder

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No hay proyecto de nación, lo que existe es una ofensiva del Ejecutivo para imponer su hegemonía interviniendo en las elecciones, pasando sobre la división de poderes, desmontando avances democráticos, acosando opositores, descalificando a la prensa libre y empoderando a las fuerzas armadas. Dicho de otra manera, el poder es el proyecto.

La apuesta por los combustibles fósiles suena absurda si se piensa en términos económicos y de sustentabilidad, resultando muy fácil de caricaturizar por corresponder a un México del pasado que no volverá; pero adquiere sentido si se le ve como pieza clave de la propaganda electoral del régimen.

El Presidente pretende, ahora que ya no está Donald Trump y no tiene que cuidar las ventajas de su complicidad, proyectarse como nacionalista frente a la superpotencia, recurriendo a una ideología que echó hondas raíces en el país durante las décadas en que fue reiterada por los gobiernos posrevolucionarios, pensando que los graves problemas y las malas administraciones morenistas pasarán a segundo plano en el imaginario social si la patria está bajo asedio.

La viabilidad de dicha política pública es lo de menos porque la prioridad no son sus resultados directos, sino el efecto que tenga en las urnas en un par de meses. No es casual que en el lenguaje presidencial se esté reiterando la acusación de “traidores a la patria” en contra de quienes disienten en materia energética, así lo hagan apelando a la Constitución, llegando al extremo de meter en ese mismo saco hasta a los abogados que defiendan legítimamente los intereses de particulares afectados.

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Con tal de envolverse en la bandera nacional, al mandatario no le preocupó intimidar en vivo y en directo al juez que concedió el primer amparo contra la reforma eléctrica, anunciar el envío de una iniciativa para aflojar al Poder Judicial, promover otras de su partido para que no procedan las suspensiones en juicios de amparo contra la CFE y anunciar que, si la llegan a declarar inconstitucional, buscaría modificar la Constitución para regresarla a como estaba a mediados del siglo pasado.

El tema, otra vez, no es la caducidad del paradigma, algo en lo que sólo repara un pequeño sector de la población, sino su impacto electoral: el patrioterismo como herramienta de proselitismo.

La carta que envió Andrés Manuel López Obrador al ministro Arturo Zaldívar como presidente de la Judicatura, pidiendo investigar al juez Juan Pablo Gómez Fierro, despeja cualquier duda. Los razonamientos ahí contenidos son conspiranoicos e ideológicos, no jurídicos, como si las leyes no valieran para todos y las instituciones tuvieran que ser abiertamente facciosas y trabajar en función de las fobias presidenciales para rechazar a quienes, por discrepar de la voluntad suprema, representan necesariamente intereses inmorales y antinacionales.

El objetivo es la percepción, no la solución. En otros temas que la “4T” ha puesto como prioridad no se ha avanzado; al contrario, la evidencia muestra claros retrocesos. Es falso que se haya combatido la corrupción y disminuido la pobreza, pero el Presidente agita un pañuelo blanco para decretar por arte de magia el fin de la primera mientras entregan más contratos sin licitar que cualquier administración anterior y su retórica insiste que los pobres tienen preferencia cuando estos han aumentado en más de 10 millones; una cosa es atender poblaciones focalizadas y otra muy distinta mantener clientelas. Los informes de la Auditoría Superior de la Federación y de la Cepal documentan la farsa.

No hay nada parecido a un modelo de desarrollo, predomina la improvisación y el capricho. López Obrador concentra el poder como ningún otro mandatario en la historia reciente del país y lo utiliza para tener más poder. El país naufraga sin rumbo, pero las instituciones del Estado deben servir a la estrategia electoral del partido oficial. La nueva arremetida contra el INE es porque cierra el camino del fraude a la ley que les permitió tener la mayoría en el Congreso sin haberla obtenido en las urnas.

La desesperación del Presidente por ganar las elecciones, a como dé lugar, tiró su máscara. El cacareado cambio de régimen se limita a hacerse de todo el poder.


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